Capítulo único
Harry, por más que lo intentara, no podía estar molesto.
Su primer pensamiento al despertar y entender lo que sucedía fue que debería. A fin de cuentas, creía que, después de haber pasado diecisiete años llenos de dolor, luchando contra magos desquiciados y huyendo de innumerables peligros, merecía un buen descanso.
Después de la guerra, y a pesar de que la desgracia nunca se alejó mucho de él, pudo encontrar los motivos de su sacrificio y los que vendrían después.
El amor, inseguro pero vivaz, que tuvo con Ginny Weasley floreció en el casamiento de dos jóvenes, que conocían cada una de sus cicatrices y cómo tratarlas. Fue un desenlace previsible que, dos años después de su matrimonio, su primer hijo, James Sirius Potter-Weasley, llegara al mundo. Los dos siguientes nacieron en medio de buenos deseos, esperanza y apuestas entre amigos por ver cuál tenía el nombre con más silabas.
A pesar de todo, y por más que el mundo mágico junto con Harry lo desearan, la muerte de Voldemort no significaba que todos los problemas se esfumarían con él. Una buena parte de las fuerzas del fallecido mago oscuro había huido, y Harry preferiría morir antes que dejarlos libres en el mismo lugar donde su familia apenas aprendía a vivir.
En la primera semana después de la batalla final en Hogwarts, Harry se dirigió con determinación al Departamento de Aurores, en el Ministerio de Magia. El público se abría para dejarlo pasar, y los reporteros corrían para seguirlo. Todos querían saber a dónde se dirigía Harry James Potter, su salvador y el hombre-que-venció.
El joven mago se paró frente al escritorio del jefe del departamento, Gawain Robards, y, sin dudar, entregó su solicitud para unirse a la fuerza policiaca de la Inglaterra mágica. Aunque Robards aparentaba que estaba revisando exhaustivamente las hojas de pergamino, y murmuraba de vez en cuando que a Harry aún le faltaba completar un año más de educación, él no iba a ser quien le negara al mago que derrotó al último lord oscuro la oportunidad de convertirse en auror. Por lo que, al siguiente día y por varios meses más, la foto de Harry Potter dándole la mano al jefe de los aurores estuvo en la primera plana de cada uno de los periódicos que tuvieran una ligera idea de lo que vendía.
Tanto Robards como el resto de la comunidad mágica estaban ansiosos por ver a Harry en las túnicas rojas de auror. Hizo falta que el mismísimo ministro de Magia en ese tiempo, Kingsley Shacklebolt, interviniera para controlar el caos.
Héroe del mundo mágico o no, todos y cada uno de los miembros del cuerpo de aurores tendrían que pasar por un entrenamiento de tres años. Aunque, si Harry logró completarlo en la mitad del tiempo establecido, Kingsley no pudo hacer mucho en ese caso.
Conforme el tiempo pasaba, las marcas de la cruenta guerra fueron desvaneciéndose para algunos. Dejaban de llevar sus varitas con ellos en cada momento, o se permitían disfrutar de una fiesta sin vigilar a la gente desconocida. Sin embargo, Harry siempre había tenido la peculiar tendencia de no seguir el modelo de los demás.
Cada vez que atrapaba a un mago oscuro, un nuevo loco con deseos de seguir los pasos de Voldemort, Harry regresaba a casa, donde su familia lo esperaba, con el único pensamiento en mente de encontrar al siguiente por arrestar.
—¿Estás viviendo de verdad, Harry? —le preguntó Hermione, a principios de diciembre.
El reciente matrimonio Granger-Weasley luchaba con los primeros obstáculos de una joven pareja empezando una nueva vida fuera de los hogares donde crecieron. Ron, aunque, al igual que Harry, deseaba convertirse en auror, se había tomado un par de años para, en sus palabras, descansar de toda la mierda por la que pasaron.
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Solo una taza de té
FanfictionEl salvador del Mundo Mágico estaba cansado. Cansado de luchar, aunque no podía dejar de hacerlo, de sentir que apenas y había pasado tiempo desde el fin de la guerra y de no poder vivir la vida por la que tanto había peleado. Un día, el destino de...