Arpías

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Mitos, mitos, mitos, hoy en día ya nadie le da bola a los mitos. Y lógico, con tanta tele e Internet, ahora poca gente toma en cuenta a las historias de antes. Igual, en nuestro caso hasta es mejor que se haya olvidado lo que en un pasado se dijo de nosotros. No solamente por la falta de veracidad, sino también por que nos deja bastante mal paradas a las de nuestra raza. Me paso a presentar a mí y a mis hermanas. Nos llamamos María Paula, María Agustina y Mariana y somos arpías.

Aunque en nuestro caso, se podría decir, que la gente se haya olvidado de las historias que contaban sobre nuestro clan en la antigüedad no nos libra completamente del estigma. Por una razón que mis hermanas y yo no sabemos ni podemos explicar, se asocia nuestro nombre con mujeres crueles y despiadadas. Lo cual en realidad es una gran mentira.

Es una posibilidad, que en la prehistoria, nuestras queridas antepasadas fueran mujeres malignas. También puede ser que utilizaran su capacidad de transformarse en verdaderos monstruos, que por cierto aun poseemos, para hacer la vida de los hombres imposibles. Pero mis hermanas y yo hemos decidido dar uso, de otras habilidades que también tienen las arpías, en una forma más placentera.

Esa cualidad es en realidad sumamente subjetiva. Se ha dicho siempre que las arpías se caracterizaban, en su estado no monstruoso, por ser irresistiblemente hermosas. Bueno, yo no puedo afirmar que mis hermanas y yo nos ajustemos exactamente a los cánones de lo que hoy se considera belleza, lo que no puedo negar es que atraemos mucho, tal vez hasta demasiado, a los hombres.

Está claro que el poder que ejercemos sobre alguno de ellos nos ha traído graves problemas. Nosotras tres, hasta hace un par de semanas vivíamos en una gran ciudad. Teníamos una hermosa casa, en un barrio muy respetable. Nuestros padres se manejaron muy bien con las finanzas y nos dejaron una pequeña fortuna para que disfrutáramos de la vida sin tener que preocuparnos por razones monetarias. Igualmente a las tres nos encantaba trabajar en un pequeño bar que teníamos.

Nuestra vida era ideal. Poseíamos todo lo que se puede pedir. Una casa hermosa, un buen trabajo y nunca nos faltaba el candidato que nos quisiera alegrar la noche. Tantos disponibles tuvimos una velada que se produjo el desastre que nos llevó a un edificio llamado Freaks. Pero antes de llegar al momento de la mudanza, tengo que explicar la razón por la que se produjo.

Un detalle que olvide aclarar de nuestro apatito sexual es que es insaciable. Tanto así que la mayoría de las veces teníamos un amante de repuesto esperándonos en otro cuarto. O hasta a veces más de uno. Solíamos usar el titular hasta desgastarlo y después seguir adelante la noche con alguno de nuestros sustitutos.

El sistema funcionaba perfectamente hasta que un día las cosas se nos fueron un poquitito de control. Una cierta noche, cuyo por qué no terminamos de entender mis hermanas y yo, pero por alguna razón o invitaciones inconscientes, acabaron habiendo en nuestra humilde morada alrededor de 15 caballeros ansiosos por ser agotados.

Nada hubiera pasado a mayores y todo podría haber sido perfectamente controlado, de no haber sido porque uno de ellos, impaciente de más, decidió salir de cuarto donde mi hermana Mariana lo había dejado esperando y empezó a vagar por la sección de la casa de mi hermanita. Si el encontrar a su hermano en el cuarto contiguo no fue suficiente para hacerlo enfadar, el descubrir a su padre, felizmente casado con su madre, en brazos de Mariana fue la gota que reboso el vaso.

Hermanos y padre se trenzaron en tal disputa que agitó a toda la casa. De lugares inimaginables empezaron a salir hombres cada vez más sorprendidos y horrorizados al encontrase con tantas caras conocidas. Lo peor de todo es que uno de los hombres que se encontraba allí aquella noche era un caballero muy influyente en la ciudad.

Mis hermanas y yo, totalmente desesperadas, nos encerramos en el ático de la casa, escuchando espantadas como los hombres se pegaban entre ellos y como otros exigían a los gritos una explicación. Nunca lo habíamos hecho con anterioridad, pero esa noche de locura, las tres desplegamos las alas que habíamos heredado de nuestros antepasados y volamos lejos de aquella casa.

Temiendo por nuestra reputación y nuestra salud, llegamos a la conclusión que lo mejor que podíamos hacer era irnos lo más lejos posible de aquel lugar y no volver a aparecer jamás. En seguida se nos ocurrió la posibilidad de cruzar el charco. Seguro allí no tendríamos la diversidad de clientes y amantes que habíamos tenido en nuestra ciudad natal, pero por lo menos estaríamos a salvo.

Alguien que conocía nuestro pasado nos recomendó un pequeño edificio en la ciudad. Por lo menos pudimos conseguir el pent house que era un poco más grande que el resto de los apartamentos, pero nos dijeron que allí estaríamos bien cuidadas. También abrimos un pequeño pub, que como adelantamos no nos traería tantas ganancias, pero por lo menos nos entretendría y sería un buen lugar para conseguir amantes.

Está claro que decidimos establecer un par de reglas que nosotras mismas debíamos de respetar. De aquí en adelante pactamos que no llevaríamos a la casa más de un amante por noche, que de última, si queríamos, nos los intercambiaríamos, pero no más de uno por cabeza. Establecimos que lo más importante era pasarlo bien, ser discretas, así nadie descubriría nuestra naturaleza de arpías y disfrutar de nuestros futuros años juntas.

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