Había terminado el día, era viernes por la tarde y estaba cansado. Las clases habían sido demasiado agotadoras y como no serlo, si enseñar a 30 adolescentes era una tarea agotadora y poco satisfactoria.
Joshua se sentía agotado, fatigado, infravalorado incluso, tenía años de estudio recorridos en su haber los cuales no eran de utilidad.
La tarde era calurosa, el verano estaba en su apogeo y deseaba con fervor llegar a casa, destapar una cerveza y mirar televisión. Al fin y al cabo no podía hacer nada más puesto que sus amigos permanecían en su ciudad natal y los pueblos rurales no son lugares donde fácilmente puedas charlar con alguien. Pese a esto la escuela era relativamente grande, con dos pasillos amplios que conducían a las aulas de clase, una cafetería atendida por los padres en turnos, una cancha de baloncesto techada y un campo grande de futbol. Joshua recordaba cuando lo terminaron, como parte de un programa federal la escuela estaba por completo embellecida.
Escuchaba las cigarras cantar. -Eso pasa cuando va a llover-decían los habitantes del pueblo de Papatla (Hoja de platano), quienes tenían mucha experiencia, cosa que Joshua valoraba pues ya en una ocasión le había tocado una tormenta tan fuerte que tuvo que dormir en el salón de clases. En aquella ocasión escucho las cigarras cantar más fuerte que nunca, el sol atenuaba sobre el monte y la escuela se ensombrecía. Recordaba que esa ocasión el viento comenzó a soplar suavemente sobre las hojas del plátano y que la humedad se sentía en cada poro de su piel. Esta ocasión era exactamente igual.
Pero eso no fue lo único que recordaba. Él tenía en su memoria un hecho que le hacía temer a las tormentas en aquel lugar y la razón por la que no debía quedarse nuevamente a dormir en la escuela.
Tenía hasta las doce, debía terminar lo antes posible pues por la mañana sus resultados debían ser enviados y su trabajo dependía de ello.
Tal como sospechaba comenzó una leve llovizna, Joshua sabía que no podía retrasarse más, una vez comenzada la tormenta, el camino seria intransitable. La tormenta comenzó a arreciar y Joshua acelero aún más el paso, fue entonces cuando termino, guardo sus papeles y corrió hacia su auto para salir. Pero ocurrió algo con lo que no contaba, su Sedan de cuatro puertas, con no más de 2 años de haber sido comprado, tenía una llanta ponchada. No estaba baja de aire, sino ponchada. Entre la lluvia se acercó a ver detenidamente y encontró un clavo en la llanta.
-¡Malditos mocosos!- Grito. Seguramente había sido alguno de sus alumnos, molesto con su profesor y culpándole por "haberle" reprobado. Joshua sabía que no era su culpa, los chicos poco estudiaban, reprobaban los exámenes con facilidad y no entregaban jamás sus tareas. Era natural que alguien así reprobara, pero no era culpa suya que lo chicos no aceptaran su error.
Mojado hasta los huesos, Joshua entro en la escuela nuevamente, estaba casi completamente a oscuras por lo que camino al cuarto de servicio y encendió las luces de los pasillos.
Joshua comenzó a caminar por las aulas de clase y encendió cada luz que había, cada una de ellas. Para cuando finalizo no había un solo espacio que no estuviera iluminado. –Debo alumbrarlo todo-, se dijo a sí mismo. –No puede haber un solo espacio oscuro-.
El recordaba, el rememoraba lo que ocurrió la última vez y a forma de auto protección encendía cada luz, como si eso pudiese ahuyentarle, como si la luz fuera su aliada, como si fuese un método que la ahuyentara e impidiera que nada se acerque.
Pero la tormenta aumento su furia. El aire rugía y gritaba sin parar, los vidrios retumbaban por el viento que encolerizado arremetía contra ellos. Las gruesas gotas de agua sonaban en el techo que pese a ser bastante grueso, no era capaz de insonorizar el ruido. Joshua sabía que aparecería, lo sentía en cada poro de su piel, lo sentía en su espalda fría, lo sentía en su bello erizado si razón.
Pasaron los minutos y Joshua rogaba al cielo que la lluvia parara, él sabía que cuando no llovía, nada de eso ocurría, pero no fue así. La lluvia, como poseída, aumento su marcha con el sonido de los rayos, rugía y rugía sin parar. Joshua lo medito un segundo y lo decidió, quedarse dentro si eso aparecía o salir con la tormenta.
Pero mientras lo pensaba lo vio, al otro lado de ese largo pasillo, desde el fondo de la escuela, aquel donde dicen que una persona perdió la vida o donde cuenta ver a un anciano aparecerse.
Ellos no lo sabían, solo Joshua, quien era director y maestro de ese lugar, lo conocía, lo que salía cuando la lluvia arremete por la noche. Todas esas falsas historias y mitos ilusorios no eran comparables con la aterradora realidad. Lo que Joshua veía asomarse desde el sótano era peor, era algo que jamás habría concebido, algo viscoso, de cuerpo grande, sus brazos parecían cera derretida y lo que parecía ser su cabeza tenia protuberancias pustulentas de las cuales emergían fluidos indescriptibles.
Pero algo fue diferente, la vez anterior logro divisar como entraba en el sótano, pero esta vez logro ver algo que lo horrorizaría al borde de la locura. Él lo sintió, en cada poro de su piel, en cada cabello que se erizaba de pies a cabeza, lo siento hasta en la fibra más interna de sus músculos y sintió como penetraba en cada hueso.
Joshua no pudo más y corrió, atravesó el pasto encharcado del patio delantero, atravesó los plátanos que estaban plantados en el estacionamiento. Dejo su auto atrás, solo deseaba huir y no mirar atrás, ahí fue cuando ocurrió, bajo el destello de un rayo. Su cuerpo fue atravesado por miles y miles de electrones y antes de que el rayo rugiera, Joshua ya estaba muerto.
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Cuentos en la fogata - Minirelatos de Horror
HorrorRelatos de terror escritos en poco tiempo a forma de ejercicio para la imaginación. Favor de no juzgar la escritura ya que no tengo mucho tiempo para revisar redacción, disfruten. Obra registrada por derechos de autor.