Capítulo 30: señorita desgracia

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La música de este oloroso bar era alta, era punk en idioma alemán que no se distinguía de un largo gruñido, porque la voz del cantante principal no le entendía para nada. Para mí, solo estaba gritando groserías en su lengua ―cruzaba entre la sudorosa gente, todos mal vestidos, cortes locos y estrambóticos. La mayoría pintados de ojos y con miradas de pocos amigos―; había antiguas banderas nazis colgando en las paredes ―en el suelo se encontraba botellas y vidrios rotos, hasta un charco de vomito que limpiaba una señora gorda con un trapo sucio―; la luces eran rojizas, carmesí, casi no dejaba distinguir los demás colores ―el profesor detuvo mi paso entre la muchedumbre interponiendo en mi camino la punta de su bastón, por poco tropiezo con ella―; él acercó su reseca boca a mi oído izquierdo.

―El cliente tiene una obsesión con la lengua ―chasqueó―; Dale besos largos, y lámelo. Porque le fascina la humedad en su piel…

Arrugué la nariz al pensar en eso.

―¿No hay… ―le miré a la huesuda cara suya―, otro cliente… para mí?

―¡Ja! ―carcajeó el profesor mirándome burlón; me agarró del antebrazo y clavó sus escalofriantes ojos grisáceos sobre mí―;  Yo soy el que elige los clientes ―murmuró apretando la dentadura―, no tú. Estúpida.

―¡Ok, ok! ―asentí varias veces mientras aguantaba el dolor de su agarre en mi cuerpo, presionaba la piel mía con sus uñas.

Me soltó gruñendo.

―No sé de qué te quejas ―su amarga expresión de la cara se tornó maliciosa, enfermiza, como psicópata―; A ti te gustan los dueños de bares, ¿no?

Rió pérfido.

―¡Ve! ―señaló hacia delante con el bastón―; Él no va esperar todo la noche.

Tragué saliva ―la comisura de mis labios descendieron  en una mueca de dolor interno, tristeza―; continué mi marcha por la asquerosa gente hasta encontrarme un señor flaco y calvo sentado en una esquina frente a una mesa repleta de cerveza; lo acompañaban otros tipos, cada uno figuraba ser más salvaje y drogadicto que el otro ―traté de mantener el rosto inexpresivo, sereno, para… que no se notara lo desagradable que se veía todo esto―; el aparente dueño de este bar exclamó una palabra alemán con voz gruesa. Los que estaban a sus lados… se retiraron ―cada uno pasoó a mis costados, mirándome con ojos perversos y cochinos; incluso uno rozó sus delgados dedos pálidos por mi brazo, haciendo que me diera escalofríos―; el profesor puso la punta de su baston en mi espalda baja y me empujó con ella.

―¡Avanza!

Casi cayéndome al suelo… tuve que dirigirme hacia el dueño de este bar ―me senté a su lado―; él tenía la cara tatuada, su calva brillaba mucho… y… andaba sin camisa…; era bastante delgado, podría decirse que era piel y hueso.

―H-hola… ―hice el máximo esfuerzo de no arrugar el rostro al verle tan de cerca.

Él me miró de abajo a arriba, esbozó una sonrisa perversa ―me tomó de las mejillas, obligándome a hacer un piquito con mis labios―; él enseñó su descuida dentadura… apenas tenía dientes; y los que tenía… estaban podridos y amarillentos.

―Du bist sehr lecker, verdammte Hure... Mmmm…

―¿E-eh…? ―fruncí la frente.

―Dijo que eres como una princesa de Disney ―rió con la boca cerrada el profesor detras mí.

Miró al dueño del bar.

―Ella es La Gata ―el profesor sonrió orgulloso―; La única de mis prostitutas no europea.

―Ach die katze ―los ojos le centellearon de malvada lujuria―; Die Hure, die den zinnoberroten Drachen anbetet.

―Exacto ―asintió el profesor.

Sexo Después De ClasesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora