CAPÍTULO XVI

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BRINA

El incesante sonido que hacían los dientes de Dánae al chocar unos con otros estaba volviéndome loca. Sabía que Thalía y mis hermanas se encontraban en la misma situación que yo, pero no había mucho más que pudiera hacer.
La idea de venir a acampar en mitad del bosque en pleno invierno había sido de la única integrante de Agua presente.

Pasé mi brazo por sobre la cintura de mis hermanas soltando un suspiro y rezando a Fuego y todos los Elementos que dejara de nevar para evitar asesinar de una hipotermia a la hermana de Deimos.

Deimos.
Llevaba dos semanas sin saber nada de él. La breve carta que Dánae me hizo llegar reposaba junto a todas las otras que yo misma había escrito. Sabiendo lo que esta contenía, no la leí. Creí que así su partida sería menos dolorosa, pero solo me estaba engañando a mí misma.
La verdadera razón por la que no la había leído era porque no tenía ni idea de adonde había ido ni por qué, y no quería enterarme a través de unas cuantas palabras amontonadas de manera ilegible sobre un trozo de papel blanco.
Si Deimos quería que leyera la carta, iba a tener que leérmela él en voz alta, esa era la única manera.

Había estado tentada a escribirle o llamarle, pero mi propio orgullo me lo impedía. Desconocía la razón, pero cada vez que abría su conversación para mandarle un simple mensaje, me paralizaba.
A lo mejor esperaba que me lo mandara él, o quería de alguna manera castigarle por no haberse despedido como es debido.
Estaba demasiado confundida, así que cuando Dánae propuso salir a acampar para dar por finalizada las vacaciones de Navidad, no dudé en aceptar.

Así que ahí nos encontrábamos, cinco personas en una tienda de campaña en la parte más tranquila del bosque mientras escuchábamos el dulce sonido de la naturaleza y el tiritar de Dánae.
Volví a suspirar, incorporándome del montón de mantas que habíamos improvisado para dormir todas juntas. Dánae soltó un quejido al notar como el calor que emanaba mi cuerpo gracias a mi poder desaparecía.

La luna llena era el único haz de luz que iluminaba el verde al rededor de la pequeña tienda, el color del cielo tan oscuro como mis pensamientos.
Apoyé la espalda en una gran roca cerca de la hoguera que encendimos horas atrás y abracé mis piernas, elevando la vista al cielo.

El calor me sofocaba.
Irónico, pero era la verdad.

Sentí los copos de nieve acariciando la piel de mi cara suavemente, el sonido de un grillo lejano haciéndome compañía. Volví a suspirar.

Si sigues suspirando así te vas a desinflar. Pensé, soltando una risa al recordar esa tarde en la feria con los hermanos Buzolic.

Mis pensamientos vagaron hasta ese mismo día. Aún recordaba a la perfección la manera en la que me sentía cada vez que pillaba a Deimos mirándome, o como sus manos siempre buscaban estar cerca de mi, o como parecía estar siempre llevándome la contraria. La forma en la que sus ojos azules parecían estar descifrando cada parte de mi y como sus labios se curvaban en una media sonrisa cuando pensaba que estaba distraída.
La manera en la que miraba a su hermana y trató a las mías, jugando con Calla a cada ridículo juego que se le ocurría, hablando de arte con Nad y ayudando a Thalía a ganar un oso de peluche para Dánae.

Un viento frío bailó sobre mi cola de caballo, levantando algunos mechones, pero no hizo que me moviera. De fondo podía escuchar el susurro del agua entre las piedras del viejo río, bajo los pesados bloques de hielo que lo congelaban y me impedían nadar en él.
Sabía exactamente que eso era lo que necesitaba para aclarar mi mente: estar dentro de ese río, sintiendo la corriente tirando de mi cuerpo, exigiendo su control absoluto, aguantar la respiración y no escuchar nada que no fuera el sonido de las burbujas de aire escapándose de mis labios, abrir los ojos y no ver más que azul, rocas y mis brazos extendidos delante de mi, manteniéndome a flote.

𝑺𝒆𝒓𝒆𝒏𝒅𝒊𝒑𝒊𝒂 ~ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora