Gabriela había logrado deshacerse de todas las pruebas que incriminaban a sus nietos. Para ello tuvo que rozar el delito y la ilegalidad, así como utilizar sus influencias para lograr su objetivo, pero no le importó. Era necesario si quería que esos cinco niños tuvieran un futuro.
Su única preocupación de toda la odisea que suponía erradicar las pruebas de un crimen; el extorsionador. Este era el único pendiente que no había sido capaz de eliminar, y aún no sabía qué pensar al respecto.
Estaba de acuerdo con sus nietos. No era un extorsionador al uso. No quería dinero, parecía solo querer asustarles... Y lo había conseguido, porque los niños lo que más temían es que esa persona fuera a entregarles a la policía.
Pero...
¿Por qué no lo había hecho ya?
Y lo más importante...
¿Por qué había dejado de llamarles?
Hacía varias semanas que tenía los cinco celulares en su poder, y desde entonces no habían emitido ningún sonido.
Según las palabras de sus nietos, el extorsionador no les amenazaba con supuestas pruebas que poseía, sino no con situaciones hipotéticas, pero jamás hacía nada. Parecía un juego de niños. El saberse conocedor de algo y molestar a los demás con contarlo. El "se lo diré a mamá", parecía la táctica que usaba, y esto se asemejaba más a la actitud infantil de un niño que a la de un extorsionador.
Esa extrañeza la hacía querer hablar con dicha persona. Tener un encuentro telefónico, pero esos cinco celulares dejaron de emitir ruido alguno tan pronto como sus nietos obtuvieron otros. Los mantenía encendidos con la esperanza de que esa persona se atreviese a volver a llamar.
Y ese día, en medio del silencio de una tranquila tarde, un sonido la distrajo.
–Doña Gabriela –era Dominga– Acaba de llegar alguien.
Frunció el ceño, extrañada. No esperaba visitas.
Se levantó con determinación, puso su mejor sonrisa y hecho un último vistazo a los cinco celulares. Salió de la habitación en dirección a la planta inferior encontrándose con la misteriosa persona.
Su sonrisa desapareció y en su lugar, un gesto de confusión se dibujó en su cara.
–¿Qué estás haciendo acá?
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Juan Reyes no era un hombre dado a las palabras. No sabía expresarse. No tenía la labia de Óscar ni era tan abierto a mostrar sus sentimientos como Franco. Todo se lo guardaba. No es que sintiera miedo de hacerlo, pero sí que temía no saber decir las cosas de forma correcta y verse como un bruto, por eso había evitado toda conversación con su esposa.
Su esposa bella e inteligente, a la que había menospreciado últimamente porque no sabía como hablar con ella. Era un estúpido, porque todos sus problemas procedían de un mismo lugar, él.
No sabía tratar a su esposa, a sus hijos y tampoco al resto de la familia.
Estaba inseguro.
Y al rodearse de una familia tan espléndida como la que tenía, se hacía aún más pequeño. Había llegado a pensar que no se los merecía, y ese pensamiento era cada vez más recurrente. Él, un simple hombre de campo que pasaba más tiempo entre animales, sentía no estar a la altura.
Norma envidiaba a sus hermanas.
Jimena había emprendido una carrera como modelo que la había llevado a conocer todo el mundo, y junto a ella, Óscar. Su hermano no había dudado ni una milésima de segundo en desligarse de los negocios de Franco para acompañar a su esposa por cada uno de los rincones de la tierra donde ella tuviera un proyecto.
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En el fondo del lago (Parte 1)
FanficVersión alternativa de la 2ª temporada de Pasión de Gavilanes, con más intriga, más pasión y sobre todo con más protagonismo de las tres parejas principales, especialmente de Franco y Sarita, y sus familias. La historia arranca quince años después d...