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Alexander camina junto a su nuevo grupo hasta la zona donde se reúnen, justo atrás del gimnasio. Es algo solitario, pero ellos suponen que es cómodo estar en la soledad, o eso piensa Alexander que creen.

—¡Francis, tío!— Grita Jefferson al ver al rubio de vaqueros ceñidos y camisa elegante. —Te presento a un nuevo miembro, es Alexander— lo empuja un poco y se vuelve a acomodar las gafas sobre la nariz.

—Un placer— contesta el pelirrojo y el otro solo se presenta con un "Tío, eres útil." Eso extraña un poco al más bajo; sin embargo, tampoco le da mucha importancia.

—Me alegra que esté en el grupo, una vez dentro no se sale— asegura Francis, buscando algo entre sus bolsillos del abrigo.

—Tenemos que ponerte a prueba— confiesa Thomas. —¿Por qué no robas... hem... las llaves del ático al conserje?— Sugiere con normalidad.

Alexander le observa algo asustado, preguntando donde se acaba de meter.

—Mira, niño, aprende del mejor carterista del barrio— farda Reynolds alejándose con normalidad hacia el recibidor del instituto, viendo que Alexander parece ser un rajado y no lo hará.

Mientras, Kinloch le pasa un mechero a Jefferson y este le da un par de monedas a cambio. En ese movimiento, Alexander nota el fuerte perfume de Francis que le atosiga un poco el olfato.

En la lejanía, Hamilton, observa a través del ventanal como Reynolds habla con el conserje y después regresa con normalidad sonriendo. Muestra las llaves con orgullo y se las da a Kinloch.

—Ya me estás dando una recompensa.

—¿Tabaco?— Pregunta el de la camisa. —Pero una cajetilla, tampoco te flipes— asegura sacando lo mencionado, no sin antes comprobar que no hay profesores cerca.

—¿Fumáis?— Pregunta Alexander, siempre había pensado que no estaba bien, o que los menores no podían hacerlo. Eso explicaría el porqué del abundante perfume.

—Si esto contesta a tu pregunta...— asevera Thomas encendiendo un cigarrillo —todos lo hacemos...— Dice guardando de nuevo el mechero. —¿Quieres?

Alexander ni loco. Rechaza de forma amable. —No, gracias. No fumo— ¿qué creerían sus padres? Ya tiene suficientes problemas para añadir uno más. —No me gusta.

—¿Acaso lo has comprobado?— Pregunta Francis. —No, ¿verdad? Todos dicen lo mismo.

—Venga, por probar, no pasa nada— asegura Gabriel ofreciendo uno de la caja. —Invito yo, al primero.

Alexander deja su mochila en el suelo y saca su bocadillo —No gracias, debería de comer algo— Cuenta abriendo su fiambrera del almuerzo a modo de excusa.

—No hace falta, tío— ríe Reynolds. —Nosotros pasamos el rato igual que la gente mayor de verdad. Tragar se queda para los de parvulario, ya lo haremos en casa. No hay problema que un cigarro y una buena conversación no arregle.

La verdad es, que, a Hamilton no le apetece tomar nada, y ese comentario tampoco le ayuda en su problema. Pero tiene claro que sus padres van a estar decepcionados si no prueba la comida, y tirarla no sería una opción. Él nunca desperdiciaría sabiendo que hay gente que no ha probado nada en días. Además, su madre le suele premiar depende de la cantidad que haya comido. No con algo material, porque él dice que ya sus padres le han dado mucho, pero le premia asegurando que está muy orgullosa. Se esfuerza en comer al menos dos bocados del almuerzo y después lo vuelve a guardar en su mochila teniendo esperanza de que en algún momento del día le dé hambre, cosa que, con las cinco comidas del día, a las dos cucharadas, no le cabe.

El número tres | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora