Arboleda

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Las ramitas crujían bajo sus pies y la brisa acariciaba su rostro... El sol se colaba entre las copas de los pinos como rendijas de luz dorada. Se oía el trinar de las aves a su alrededor... Todo estaba tan apacible.

Las cortadas en sus brazos y piernas empezaron a escocer. En ese paisaje tan calmo, ella se figuraba como una aparición terrorífica. Una mancha enrojecida entre tanto verde.

La sangre comenzaba a secarse en sus prendas bajo la armadura, su rostro era un lodazal de tierra, sangre y lagrimas, su carcaj estaba vacío y el arco colgaba pesado en su mano izquierda.

El ataque había sido feroz. Nadie había sobrevivido. Nadie más que ella. 

De no haber sido por aquella arboleda junto al camino, jamás los hubuiera perdido... Debía llegar al campamento y dar aviso a los reveldes sobre el avance de las fuerzas armadas de su majestad, pero cada vez se sentía más débil.

Sus ojos marrones, intensos, llenos de vida, se veían negros y apagados. Su cabellera rubia estaba sucia, llena de lodo y restos... Su blanca y suave piel ahora se veía magullada y abotargada. "Que bello lugar para morir" pensó. Y fue allí mismo dónde se desplomó, cual marioneta, avandonada por su titiritero...

"Que bello lugar para morir" y cerró los ojos, entregandose a la inmensidad del universo.

Antología de una Mente ErráticaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora