Capítulo 27

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Al abrir mis ojos, me invade la claridad entrando por la ventana. 

Es domingo en la mañana, y por algún motivo siempre me ha encantado ese día. O puede que sea por lo que representa. Por la casa en la que me he criado, es ver a mis padres desayunando juntos, con la tele de fondo y ellos hablando en susurros para no despertarnos. Es complicidad y cotidianidad.

Anoche si que tuve un buen sueño, hacia un rato que no dormía así de bien. Me siento renovado. Aunque se lo podría acreditar al sexo de reconciliación, que ha elevado por completo mis estándares. Atlas me hizo saber cuanto le hizo en falta mi presencia, y yo me encargue de que él también lo supiera. Tendrá que usar una bufanda para ocultar las marcas que le deje en cuello.

Extiendo mis brazos, desperezándome. Y siento una enorme satisfacción al hacerlo. Al girar mi cabeza en dirección a Atlas, lo encuentro también despierto, de costado, observándome con una dulce mirada. Imito su posición, y quedamos frente a frente. Él extiende su mano, aquella que tiene esas cicatrices, y la apoya en mi rostro y comienza a acariciarlo con suavidad, recorriendo cada parte con la yema de sus dedos. Mis cejas, el tabique de mi nariz, mis labios, el mentón y la mandíbula. Sentir su toque me llena de una paz indescriptible.

Por un momento quedamos en silencio, tan solo compartiendo la respiración y con nuestras miradas en el otro.

Tal es la cercanía entre nosotros, que no me puedo contener de dejar un beso en su frente. Y me alegro de haberlo hecho cuando veo la enorme sonrisa que lleva en su rostro.

Comienza a acariciar mi brazo, con movimientos de arriba a abajo.

- ¿Recuerdas la primera vez que nos conocimos? - habla con voz ronca y apacible. 

- Si, trataste de matarme. - respondo riendo. 

Niega levemente con la cabeza. - No... - dice casi en un susurro. - Para mi fue mucho antes... 

- ¿Cómo? - pregunto sin entender. 

- Si... - lanza un suspiro.

Fue hace unos 13 años atrás. Por esa época yo todavía era adolescente, tenía unos 17 años, y pasaba por esa crisis de identidad. No sabía quien era, ni quien quería ser, mucho menos si quería ser aquel para el que me estaban entrenando.

Mi padre no dejaba de presumirme, llevándome a todos lados, mostrándome como si fuera el arma más poderosa, a la que todos deberían empezar a temer. Y yo odiaba eso.

En una ocasión, en una de esas fiestas lujosas que hacen cada tanto algún jefe de un clan, en la que la idea es juntarse entre todos y fingir que se llevan bien, y que no buscan apuñarse por la espalda, no paraban de hablar de un solo tema. Y era de que la gran Arwen Markova, la tan conocida "dama de fuego", no iba a asistir porque su sobrino iba a tomar su puesto, ya que tenía pensado retirarse.

Todos estaban sorprendidos de que ella fuera a dejarle uno de los clanes con más influencia a nivel mundial, a un muchachito que ni había llegado a los 30. Incluso se reían de lo sencillo que iba a ser el quitarlos de su podio de primer puesto.

Hasta que llegaste... - sonríe. - Entraste caminando de una forma abasallante, tus hermanos iban detrás, pero toda las miradas estaban en ti. Todos los presentantes se quedaron mudos. - ríe. - Lograste que se ahogaran con sus propias palabras, porque comprendieron tan solo al verte, que no ibas a necesitar probarte ante nadie. Bastaba solo con ver como te movías, o con verte a los ojos. El fuego en ellos. - noto que sus ojos están algo húmedos. - Yo no estaba seguro de muchas cosas en mi vida, tan solo tenía la certeza de que no quería ser como mi padre, estaba listo para huir, no quería saber nada con ese maldito clan, así me costara la vida me largaria de alli. - traga. - Hasta que te conocí. No quería ser como mi padre, pero ese día descubrí que quería ser como tú. 

- ¿Qué...? - se me escapa en un susurro en shock. 

- A lo largo de todos los años siguiente, esa fue mi mayor motivación. - continúa. - Llegar a parecerme al gran Izan Marshall. Ser capaz de poseer una presencia que deje a todo un grupo de personas mudas. - hace una pausa. Ríe. - La de noches que me dormí pensando en ti, o mejor dicho masturbándome pensando en ti. Imaginando que me tocabas, que me besabas. 

Y ahí me viene a la memoria lo que me dijo aquella vez que entrenamos por primera vez. 

"Quiero que te masturbes pensando en mi... Quiero que pienses en tus manos, ásperas y grandes recorriendo toda mi piel. Y yo te dejó. Dejo que lo hagas a tu gusto..." 

Ahora también comprendo mejor esos comentarios que hace como "míranos, si está vamos combinados y todo." Y al analizarlo un poco más en su forma de vestir, me recuerda a las prendas que yo solía usar. Casi siempre de negro, usando camisa y pantalón de vestir, el fumar.

También comprendo por qué desde que llegó que no apartaba la mirada de mi. Todo el tiempo lo enganchaba observándome.

Como así me empieza a cerrar por que desde un primer momento él parecía dispuesto a defenderme de los demás con garra y dientes. Por esa idea que tenía de mi.

Oh vaya...

- Esa noche que ambos nos conocimos, estaba tan decepcionado. - sigue con dolor en su voz. - Olías a alcohol, apenas si podías mantenerte en pie, y al ver el aspecto que llevabas, como si fueras una persona desahuciada. Fue como si todo se desmoronara.

Siento una punzada de dolor al oírlo decir eso. Otra persona a la que le falle.

- Lamento decepcionarte y no ser ese Izan... - hablo con tristeza. 

Niega con la cabeza. - Te equivocas. Yo también me equivoque esa noche. - dice. - No estoy decepcionado. Al contrario, estoy aún más seguro que quiero ser como tú. No eres lo que esperaba, eres mucho mejor. - lleva su mano a mi mejilla y la acaricia con su pulgar. - Volví a encontrar ese Izan en ti, incluso me sorprendí al ver que no estaba solo, sino que una nueva versión lo acompañaba. Y juntos crean algo asombroso. A ti. - hace una pausa. - ¿O es que has olvidado lo que te he dicho? Quiero todo de ti. Cada maldita cosa que te hace ser Izan. Todo eres tú. Y tú eres mío. Desde hace un buen tiempo ya, y vengo a reclamarte.

Sonrío suavemente, y abrazo su cuerpo, atrayéndolo más cerca mío. Nuestras bocas se rozan, y las punta de nuestras narices se toca.  

- ¿Cómo podría olvidar algo como eso? - inquiero.

Lleva sus manos a mi cuello. - Dilo. - pide firme, y noto la urgencia en su voz. 

- Soy tuyo. 

Percibo el alivio en él, y une sus labios a los míos, en un beso que le correspondo. Se voltea quedando encima mío, sin dejar de besarnos. 

Se aparta levemente para mirarme, con su respiración agitada. 

- No sé cómo alguien podría ser tan tonto como para dejarte ir. - comienza a decir. - Pero ese no voy a ser yo. - sentencia con voz firme. - No voy a dejarte ir. No será hoy. No será mañana. No será jamás. ¿Lo has entendido, Izan Marshall?

- Si... - logro decir. 

Él asiente satisfecho y otra vez regresa sus labios a dónde pertenecen. Con los míos. 

- Aún me cuesta creer que te encontré. - habla entre besos.

Y con esas palabras comprendo por qué era que nada en mi vida parecía funcionar. Porque todos salían de mi vida, o ninguno indicaba ser eso que sentía que me faltaba.

Lo estaba esperando a él...

El legado de la Mafia (Mafia Marshall V)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora