— Es la hora. Levántese—decía un hombre alto vestido de blanco. Mario apenas pudo notar su rostro, pues seguía adormilado y confundido.
— ¿Qué?—contestó en un quejido, que para su desgracia, fue ignorado por aquel que seguía en espera a que se levantara.
Apoyó sus manos en el suelo, tratando de mantenerse firme. Al fin, logró incorporarse y asimilar lo que estaba pasando a su alrededor. Al frente, dos hombres más aparecieron detrás. Caras serias y un semblante frío. Nada bueno podría prometer. Se acercaron y ambos lo tomaron de cada brazo para salir del cuarto. Un pasillo largo de paredes sucias, iluminado por focos de baja potencia. Varias puertas metálicas, algunas con rasguños, pero sin otro rasgo a diferenciar. A cada paso, parecía que iban recorriendo un largo e infinito laberinto.
¿A qué se refería el hombre con "es la hora"? ¿A dónde iban exactamente? Tenía miedo de preguntar. Lo que menos quería en ese momento era empeorar la situación con preguntas que no iban a ser contestadas. Además, ningún hombre lo volteaba a ver, solo permanecían con su seriedad aplastante.
Llegó a una puerta distinta. Era de madera. Estaba frente a la única pared blanca y limpia que había. Fue abierta, y para asombro de Mario, era mejor de lo pensaba. Ante sus ojos presenciaba un gran cuarto iluminado por la luz natural que penetraba desde una gran ventana. Las altas paredes, blancas y decoradas con cuadros de paisajes campestres, le recordaban a una casa lujosa que alguna vez visitó en su infancia. Muebles minimalistas, plantas decorativas, y un sujeto extraño sentado en su escritorio leyendo un par de notas en sus manos. Era un ambiente opuesto al que estaba empezando a acostumbrarse desde su llegada.
— ¿Quiere que lo dejemos solo?— uno de los hombres preguntó.
— Si, no hay cuidado. Pueden retirarse.
Los sujetos soltaron a Mario. Tras de sí, solo dejaron un sonido sordo al cerrar la habitación.
En ningún momento Mario despegó la mirada de la ventana. El impacto de los colores verdes y vivos que siempre sospechó que se encontraban afuera, fue tremendo. Creyó por instantes estar frente a una ilusión. Dio pasos torpes hasta acercarse a la ventana. El hombre del escritorio se limitó a observar con atención.
Nada lo había hecho sentir más libre que encontrarse en esa habitación. No podía darse el lujo siquiera de parpadear. Incluso si estuviera recluido en ese lugar el resto de su vida, preferiría nunca más salir de esas cuatro paredes. Árboles altos y colmados de hojas brillantes con múltiples tonos verdosos. Pequeñas ardillas saltando de rama en rama. Pájaros llevando comida a sus crías en diversos nidos. Mariposas revoloteando con sus alas multicolor por todas partes. Un cielo azul con escasas nubes y en la lejanía, altas montañas verdes. Era un paraíso extraño. Tocaba el cristal, quería tirarlo. Quería romperlo en mil pedazos y saltar desde lo alto. No sabía cuántos pisos había debajo, aunque no importaba. Si le dieran a escoger, elegiría aventarse sin pensarlo y caer entre toda esa maravilla natural, dejando a su cadáver fundirse entre la maleza.
— Es un bosque muy hermoso— musitó una voz detrás de él.
— Tuve casi la misma expresión que tienes ahora. No podía creer que existiera un lugar así rodeándonos.
— ¿Quién?
— Estoy hablando de mí. ¿Acaso no me escuchabas?
— No— Mario volteó molesto posando su mirada en la de aquel extraño.
— ¿Quién es usted?
— Un amigo.
— No, no lo es. Dígame ¿qué es todo esto?
— No es un buen lugar, eso es más que seguro.
— No me está contestando— Mario estaba irritado. Observando con detenimiento meneaba la cabeza de arriba a abajo. No era más alto que él. Vestía una camisa blanca de mangas largas arremangadas, un pantalón negro algo ajustado y un par de zapatos de vestir lustrados. Su piel clara tenía algunos moretones que se asomaban por debajo de la camisa. Su cabello era oscuro, algo alborotado. No lucía viejo, incluso dedujo que eran de la misma edad.
— ¿Por qué dice ser mi amigo?
— Es necesario. Todos necesitamos un amigo aunque sea. Disculpa, no me he presentado. Me llamo Aarón— este le ofreció la mano, pero ante la expresión aún molesta de Mario, la retiró decepcionado.
— Parece que es usted el que necesita más a ese amigo— las palabras dolieron. Una larga pausa silenciosa surgió y solo fue interrumpida por el suspiro de Aarón.
— Sé que el ambiente no es el mejor que se te ha dado desde que llegaste. Desearía cambiar todo eso, pero me es imposible.
— No tiene el control de este lugar, entonces ¿cree que puede tener control sobre mí o cualquier otra persona que esté en este cuarto junto a usted?
— Mario, ¿por qué me atacas tanto?
— Por haberme distraído.
— ¿Distraído?
— De la ventana.
— Oh, no me percaté de ello. Disculpa.
— ¿Por qué es tan sumiso?
— No lo soy. Simplemente no quiero discutir.
— ¿Discutir conmigo? No sea ridículo— Mario estaba perdiendo el interés y la paciencia, así que decidió sentarse sin volver a mirar a su oponente, quien se vió rendido en entablar conversación de nuevo. Pero no duró por mucho esta tregua.
— Cuéntame,— se dirigió Aarón desde un asiento cercano— ¿por qué estás aquí?
Mario solo volteó hacia otra dirección que no fuera la de esa persona.
— Tu madre fue quien te trajo; sin embargo, no dicen los registros la razón. ¿Acaso la recuerdas?
Mario no respondió.
Estaba tan ahogado en sus pensamientos que olvidó salir a la superficie de la realidad. No recordaba con exactitud los motivos por los que fue encerrado. La furgoneta, los gritos de su madre, el golpe en la cabeza, el jardín … ¿El jardín? Un escalofrío lo hizo erizar la espalda, gesto que no fue pasado por alto.
— ¿Recordaste algo?— recalcó inclinándose hacia Mario.
— No lo sé. No importa. No le importa— este se incorporó de nuevo dirigiendo pasos rápidos hacia la ventana.
Algo cambió. No estaba bien. La paz que tenía minutos antes de despegar la vista de aquel hermoso paisaje, ahora era una guerra interna por un recuerdo borroso. Había algo en ese jardín. ¿Es una señal? No estaba seguro. La imagen de los gusanos volvió a su mente. Alma. ¿Era realmente Alma? ¿Por qué pensó en ella? ¿Por qué le gritaba su madre? Un regaño o ¿una súplica? ¿Escuchó realmente lo que le dijo? ¿Por qué…
— Mario, ¿estás bien?— Aarón se preocupó al no recibir respuesta. Se acercó para mirarlo atentamente. Una mala decisión. Este volteó enfurecido, apretando los dientes y soltando los brazos al aire, dando ráfagas de puñetazos a Aarón. Este no pudo mantener el equilibrio y cayó con Mario encima suyo buscando su rostro para seguir golpeándolo. No se detuvo, incluso la sangre hacía que sus golpes resbalaran. Aarón reunió fuerzas y en un movimiento rápido sacó una jeringa de su bolsillo, insertando el objeto en uno de los brazos con una excelente puntería. Desconcertado, Mario se quedó admirando la aguja aún clavada en su piel sin prestar atención al pobre hombre herido que tenía debajo. Unos cuantos segundos bastaron para hacer nublada su vista y sentirse en extremo débil. De inmediato cayó inconsciente encima de Aarón, todavía más. No se molestó en quitárselo de encima. En todo caso, también necesitaba recomponerse después de los golpes que aún le sangraban.
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Mario Estaba Solo
General FictionDespués de haber sido encerrado en un lugar extraño, Mario experimenta un estado indescriptible de ansiedad. La idea aterradora de un lugar aislado del resto del mundo con un fin desconocido comienza a desarrollarse y hacerse real conforme al paso d...