Capítulo IX

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Se miraron por primera vez, fijamente, el uno al otro a los ojos, después de tantos años en los que sus vidas tomaron un camino completamente diferente. Dorado y chocolate luchaban por tener el control o, simplemente, por ocultar sentimientos que debían quedarse en lo más profundo de su corazón.

InuYasha seguía manteniendo su semblante calmado. Tenía ambas manos apoyadas a los costados de la silla y en sus labios permanecía una sonrisa ladina que, podía apostar, a Kagome no le agradaba.

La diseñadora respiraba pesadamente, esa sin duda era una de las situaciones más incómodas en la que alguna vez había estado. Tener frente a ella, al hombre que amo por tantos años, con quien imaginó tantos momentos juntos, con el que planeó una vida que no pudo ser. Ahora se encontraba ahí sentado, ante su presencia como si fuera un completo extraño.

—Estos son los planos de las oficinas y el taller de costura que me habían diseñado —comentó al colocarle sobre la mesa el esquema que le habían elaborado—. Si quiere revisarlos, adelante.

—Por supuesto —esbozó sin un ápice de emoción. El arquitecto deseaba con todas sus fuerzas que su convivencia fuera lo menos posible, y rogaba porque el diseño que estaba por observar lo ayudara con eso—. Kagome, ¿quién te dibujó estos planos?

—El maestro de obra —expresó encogiéndose de hombros—. Kōga ya había hecho mucho por mí y no quería cargarlo con algo más. Así que le dije que me encargaría personalmente de ese asunto. Mi idea era contratar a un arquitecto, pero si no lo encontraba rápido, le pediría a los albañiles que trabajaron en este piso que me ayudaran con la construcción. Y como ves, ahí tienes el resultado.

—Por lo que veo sigues siendo una impaciente —musitó. Taishō pensaba que con los años ese defecto había cambiado en ella, pero a juzgar por lo que estaba observando, ese no era el caso—. No es por ofender. Es solo que, no es lo mismo imaginar una oficina terminada a imaginar sus cimientos. Antes de cualquier decoración debes pensar en lo principal: la estructura —declaró con seriedad, su trabajo no era un juego de niños—. Kagome, tu eres una diseñadora de modas. No una arquitecta.

La azabache parpadeó rápidamente, dejando caer sus palmas sobre la mesa. Era obvio que ella no era una arquitecta; sin embargo, tenía muy claro lo que deseaba como resultado final para su empresa. Era tan difícil de comprender que si él estaba ahí sentado, era porque necesitaba una ayuda profesional. ¡InuYasha la estaba tratado cómo a una estúpida!

Tampoco era una inconsciente que dejaría en manos de unos obreros toda la construcción. Ese diseño era un simple bosquejo, ¿por qué demonios InuYasha no lo interpretó así? Como siempre, ante sus ojos, ella era una inmadura que actuaba sin pensar.

—No necesito que me recuerdes mi profesión. La tengo muy presente, gracias —manifestó con el ceño fruncido—. Esto solo es una idea, ¡no el fin del mundo! Si te vas a burlar, puedo contratar a alguien más. No eres el único arquitecto sobre el universo, InuYasha.

—No, claro que no, pero si el único que para tu desgracia conoces y tiene el tiempo suficiente para ayudarte. Te recuerdo que el haberte ido por tantos años, te hace una completa extranjera, incluso en tu propio país. —Le dejó ir un golpe bajo muy bien pensado—. Cambia esa arrogancia, por favor. Te estoy hablando como un profesional en su campo, no como un amigo que alaba todo lo que imagina tu cabeza.

—Una extranjera en su propio país —balbuceó para sí misma. Aunque no le gustó escuchar eso, el ambarino tenía razón. Desde que se marchó, dejó de saber muchas cosas del lugar que la vio nacer y de sus habitantes—. Sé que no somos amigos, InuYasha. También sé que tú eres el experto, ¡mírate, todo un arquitecto! —expresó con un deje de sarcasmo—. Pero te recuerdo que soy yo la que te está contratando. Lo que quiero es que, al final del trabajo, mis oficinas y mi taller se vean como lo estoy imaginando.

Tarde [InuKag]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora