Capítulo 22

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Para cuando llegamos de vuelta a la casa, acordamos que cada uno se fuera a duchar y cambiar de ropa, para luego encontrarnos en la sala.

Estoy por entrar a mi habitación, pero me frenan tomándome del brazo. Me giro en esa dirección y veo que es Atlas.

- ¿Recuerdas la vez que me dejaste ducharme en tú baño? - dice. Asiento. - Pues, ya que tú habitación no tiene puerta, y puede que quieras algo de intimidad, pensé que a lo mejor podría devolverte el favor y dejar que uses el baño de la mía.

Se me escapa una risa. - Podría ser... - comienzo a decir pícaro. - Pero quedamos en encontrarnos en 20 minutos abajo, y entre que te bañas tú, y luego yo, vamos a perder mucho tiempo.

- Mmm... - habla falsamente pensativo. - Creo que tengo una solución a eso.

- Escucho tú sugerencia para optimizar tiempos.

- ¿Qué dices si... - apoya sus labios en ese punto detrás de mi oreja izquierda y deja un beso allí. - ahorramos valiosos minutos bañándonos juntos... - lleva sus labios a mi lado derecho y también deja un suave beso allí. - Y los empleamos para algo más provechoso... - une sus labios a los mío.

- Tú si que eres un experto en el asunto de agilizar tiempos. - comento divertido.

- ¿Y bien? ¿Qué opinas? - pregunta con un tono seductor.

- Que estamos perdiendo minutos aquí, teniendo está conversación, cuando es bastante obvia mi respuesta.

Ríe y desliza su mano por mi brazo, para tomar mi mano y arrastrarme hacia su habitación. Una vez dentro, nos quitamos toda la ropa manchada, y nos apresuramos a entrar al baño. Atlas prende la regadera, que no tarda en salir el agua caliente y comenzar a llenarse de vapor.

- Que bueno que a ambos nos gusta el agua hirviendo. - digo divertido. - Sino uno de nosotros no lo pasaría bien.

- ¿Qué acaso el lema de tú familia no es algo referido al fuego? - inquiere. - Pues, yo tengo bastante tolerancia al fuego. - agrega mostrándome su mano, aquella que se encuentra llena de esas cicatrices de quemaduras.

De solo pensar en lo que le hicieron, y lo que debe haber sufrido, hace que me recorra un escalofrío por la columna vertebral.

- No pienses en eso. - sentencia, como si pudiera leerme el pensamiento. - Ven aquí...

Toma mi rostro entre sus manos y une mis labios con los suyos, en un beso brusco y absorbente, mientras nos metemos en la ducha, bajo la regadera. Yo llevo mis manos a su cintura, y me aferro a esta, atrayéndolo más cerca de mi. Hago movimientos circulares con mi cadera, haciendo que su pene roce el mío, generando fricción, entre tanto Atlas se encarga de reclamar mi boca como suya, metiendo su lengua.

- ¿Puedo decirte lo mucho que me ha calentado y excitado verte ahí en acción, y dando ordenes? - habla apartándose apenas, pero aún sus labios rozan los míos al hablar.

- Si, dilo. - respondo jadeando. - Dime, quiero oírte. - agrego con voz más firme.

- Me la pusiste dura, desde en el momento que me ordenaste que me pusiera el maldito chaleco antibalas. - sigue, tomando con una de sus manos mi pene, y comenzado a masajearlo en movimientos de arriba a abajo, deslizando con facilidad gracias al agua que corre por nuestros cuerpos. - Nunca hice algo con tanto entusiasmo, ni tan rápido, como eso. Solo quería complacerte.

- ¿Y aún quieres complacerme? - le pregunto al oído.

- Aja...

- Bien. - digo con satisfacción.

Llevo mis manos a la parte trasera de sus muslos, y en un movimiento seco consigo levantarlo a la altura de mis caderas, por lo que él enlaza sus piernas a está. Estampo su espalda contra la pared de la ducha, para así poder tener mejor estabilidad. Atlas rodea mi cuello con sus brazos, y me atrae más cerca suyo. Yo llevo mis labios al suyo, y comienzo a dejar besos y mordidas. Se estremece junto a mi oído, lo que consigue excitarme aún más.

El legado de la Mafia (Mafia Marshall V)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora