Vale la pena Amar

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Inmerso en sus pensamientos, miró por la ventana de aquel restaurante que daba dirección a la calle, a través de ella observó a los pocos aldeanos que circulaban: niños, jóvenes, adultos, ancianos... En fin. Se sorprendió a sí mismo detallando cuidadosamente cada persona que veía, pensando en la vida de cada uno, que solo reconocía a simple vista y que quizás no llegase a conocer. Se preguntó cómo serían sus vidas, si tendrían parejas, hijos o mascotas. Dudó si él hacía un buen trabajo como líder y héroe de Karmaland para darles felicidad y despreocupación a su gente, o simplemente era tan malo para ello y los pueblerinos eran desdichados. También cuestionó si tan solo tendrían internamente un caos de sentimientos, como le está pasando a él.

— Hola... —una voz llena de timidez y nerviosismo lo sacó de su ensimismamiento. Samuel apartó la vista de la ventana y volteó, buscando a quién le pertenecía aquella voz. Sus ojos amatistas se encontraron con unos preciosos ojos azules de una pequeña niña de cabello castaño.

— Hola —respondió sonriente.

— ¿Puedo abrazarte? —preguntó, pese a su timidez su emoción era palpable. No se podía creer que estaba frente al grandísimo Vegetta, líder de los héroes que protegían su pueblo.

— ¡Claro, pequeña! —añadió feliz, levantándose de la silla. Se llenaba de orgullo cuando los aldeanos se acercaban a él para saludarlo o felicitarle por superar sus misiones, que notaran su esfuerzo junto a sus amigos. El abrazo duró lo suficiente como para que la niña se sintiese la chica más feliz de toda Karmaland.

Después de despedir a la pequeña de ojos azules, se levantó dejando unos karmacoins sobre la mesa y salió de aquel restaurante. El ardiente sol del mediodía le hizo arrugar el rostro una vez estando afuera, con despreocupación se mezcló entre las personas. Realmente se sentía ausente, como si estuviese en otro plano, una vez más se dijo que era increíble como el estado de ánimo contribuía con la energía física, y todo debido a la indecisión, a no saber a cuáles de sus estúpidos sentimientos hacerle caso.

Era algo común en las personas, de eso estaba seguro, sin embargo, pese a ser algo frecuente nadie te prepara para este tipo de situaciones combinadas con emociones, estaba armando un drama de algo muy pequeño, era consciente.

Llegó a la plaza del pueblo de Karmaland, con una hermosa fuente en el medio. Era un excelente lugar para relajarse y ordenar sus pensamientos; fresco y con un melodioso sonido del agua. Se sentó en unos de los banquitos y respiró profundo. Su celular, que llevaba en uno de sus bolsillos, empezó a sonar. Al desbloquearlo vió la foto que tenía de fondo de pantalla, era una foto que se había tomado con Rubén en una de sus citas.

— Ay Doblas —suspiró—, ¿Qué me estás haciendo, tontito? —se preguntó así mismo sin siquiera abrir el mensaje. La simple mención de su nombre le sacó una sonrisa que luego se convirtió en una mueca.

Rebobinando un poco el tiempo, recordó cómo había comenzado todo, como simples opiniones y gustos diferentes los habían acercado más de lo que ellos se imaginaron. Se conocieron gracias a unos amigos en común, dónde poco a poco empezaron a tener confianza, entrenando juntos, yendo a misiones e incluso saliendo a fiestas. Y aunque al principio no se llevaban del todo bien, como agua y aceite, la conexión que sintieron ambos y el interés por conocerse el uno al otro, fue más fuerte. Sus conversaciones se volvieron más extensas y entretenidas, sus salidas eran más habituales y casi diarias. Al pasar los meses, Samuel, en cierto momento quiso tener una salida con él un poco más... Íntima. Así que le propuso tener una cita en la casa del árbol que estaba en su isla flotante.

El día de la cita quedaron en encontrarse en la entrada de la casa del pelinegro, la cuál explotaban diariamente, pero ese día estaba intacta. Samuel, como siempre, estaba puntual, y Rubén llegó 15 minutos retardado por los nervios que le habían jugado una mala pasada hasta el punto que querer cancelarlo todo, no obstante, consiguió la valentía de salir de casa y dirigirse a la de su amigo, el cual al localizarlo se puso nervioso y se escondió entre los árboles del bosque. Su celular empezó a vibrar, era Samuel.

Vale la pena Amar [Rubegetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora