Era una mañana como otra cualquiera de verano en Japón. El sol hizo acto de presencia en el medio del cielo y con el mundo a sus pies empezó a enviar rayos a todas partes, iluminando cada uno de los rincones, incluyendo el bar de HOMRA. Cierta parte de toda aquella luminosidad fue a parar a la habitación del rey, quien abrió los ojos de repente, despertándose así tarde, cual era su costumbre. Se levantó de la cama, se cambió de ropa en seguida y bajó las escaleras con un par de saltos, estaba más enérgico que nunca. Al ver aquello, todos los presentes giraron la cabeza hacia cierto chico rubio, que grababa emocionado la entrada del mandamás en escena.
-¿Cómo te sientes, King? - Preguntaba mientras corría detrás suya, captando con la cámara cómo se hacía el desayuno mientras tarareaba una cancioncilla pegadiza.
>> Flashback: La noche anterior.<<
Tras un reciente éxito en su última misión, prácticamente todos los participantes de HOMRA estaban reunidos en la taberna festejando la situación. Copa arriba, copa abajo, el humo inundando el ambiente, sonrisas por todos lados... todos parecían estar pasándolo en grande, todos excepto Mikoto, quien no había pronunciado ni media palabra desde el inicio de la fiesta. Simplemente le daba caladas a su cigarro y miraba por la ventana hacia el horizonte, como si esperase que algo fuese a pasar.
En un momento dado, Izumo, Tatara, Yata y Kamamoto se reunieron en la barra, formando un corrito para hablar sobre él.
-Yo he hablado con él y me ha dicho que no le pasaba nada, pero... No me lo creo. Está mucho más distante que nunca.- Susurró el rubio, mientras le sacaba un par de fotos a los vasos vacíos de la mesa.
-Sí... está raro.
-Qué se le va a hacer, no podemos hacer nada.
- Lo mejor será esperar a qu-...
-O sí podemos. - Interrumpió Tatara dejando disimuladamente sobre la encimera una bolsa pequeña con un par de pastillas dentro.
En ese momento, los otros tres se petrificaron y acto seguido pusieron todos la misma expresión: una que mezclaba sorpresa y confusión, con los ojos abiertos como platos.
-¿¡Qué es eso!?- Preguntó Yata elevando bastante la voz, ganándose así la atención de alguno de los presentes. En ese momento, Kamamoto le tapó la boca casi de un manotazo y sonrió, como si nada estuviese pasando.
- ¿De dónde las has sacado, Tatara? - Preguntó Izumi en un susurro, tratando de mantener la calma en todo momento.
-¿Os acordáis de cuando nos enfrentamos a aquellos tíos que traficaban con drogas? Pues estas las llevaba uno de ellos en el bolsillo.
-Deshazte de eso ahora mismo o tendremos problemas nosotros.
-¿Pero de verdad que no queréis...
-¡NO!- Respondieron los tres a coro, cortándole en seco.
El rubio simplemente suspiró como respuesta y se guardó la bolsita en la chaqueta de nuevo.
Pasadas un par de horas y viendo su oportunidad, que todo el mundo andaba distraído, el rubio cogió su cámara y empezó a grabar cómo él mismo metía en el vaso de su rey una de las pastillas.
>> Fin del flashback<<
Tres miradas de odio se clavaron en el cámara y se escuchaba de fondo el ruido de los nudillos de sus manos crujiendo sin parar.
- Tatara, ven aquí. -Dijo Izumi esbozando una siniestra sonrisa, ligeramente torcida. El chico obedeció y tras llevarse un buen golpe en la cabeza, salió del cuarto con un chichón y la orden de vigilar a su "experimento" en todo momento, pero para su sorpresa, este había desaparecido.
Al salir del local, Mikoto empezó a andar por inercia, metiéndose por distintas calles. Su cuerpo parecía saber perfectamente a dónde iba, mientras que su mente, simplemente se dejaba llevar. Entonces, fue consciente de que algo no iba bien. Estaba corriendo y aunque intentase parar no podía hacerlo. Entre aquel gesto tan extraño y la felicidad surrealista que le embriagaba, dedujo que se trataba de un simple sueño, por lo tanto, dejó de darle importancia a lo que hacía.
Por fin sus pies se detuvieron y para su sorpresa, fue en el Scepter 4. Toda la energía de su cuerpo se concentró de repente, creando así al rededor suya un aura de color carmín. Esbozó entonces una sonrisa ladina y emprendió de nuevo el viaje, teniendo ya en mente a dónde iba y lo que quería.
Tras un par de minutos esquivando los ataques de los guardias que vigilaban los alrededores, llegó al despacho del rey azul, Munakata. Abrió las puertas de una patada y después del golpe que estas ocasionar entró corriendo con un puño en alto, mientras chillaba:
-¡Munaakataaa!
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Los que se pelean, se desean.
FanfictionTengo que odiarte, somos enemigos, pero... ¿realmente puedo hacerlo?