Capítulo 3

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Gaara

—Mi vida tenemos que ir, es la fiesta de todos los años y no es normal que alguien falte, menos alguien como tú— reprochó mi abuela frente a la puerta de mi habitación.

Cada año en el pueblo hacen una fiesta en honor a los fundadores de tal, se come distintos tipos de platos, se baila, conversa, y al final de la noche hacen donaciones a cualquiera que lo necesita. Algo genial para cualquiera; excepto para mí. Antes lo amaba, pero desde la muerte de mis padres el solo hecho de pensar asistir sin ellos me mataba. Eran familiares lejanos de los fundadores al igual que los padres de mi supuesta mejor amiga, por eso la abuela insiste tanto en que vaya, dice que la hija de fundadores no puede faltar.
Son todos hipócritas, porque luego del funeral nadie se presentó, a nadie le importó su estúpido legado y normas que vienen imponiendo desde hace años. Hoy se cumplían 4 meses desde que no estaban a mi lado; en estos días mi dolor aumentaba tan solo un poco, solo un poco porque este nunca se iba.

—No creo que noten mi ausencia.
Ella bufó algo frustrada, cree que convencerme a mi es algo casi imposible.
—Claro que lo harán, cariño tus padres eran importantes aquí y es lindo que sigas con lo que ellos empezaron y quisieron continuar; estarían muy orgullosos de ti. — dijo con voz dulce acariciando una de mis mejillas. —Se que los extrañas y no es el mejor momento para ir, pero hazlo por mí.
No puedo negarle nada a mi abuela, mucho menos después de darme un hogar y comida. No me interesa lo que hacen en esas galas, pero si a ella le hace feliz que asista al menos voy a poner una parte de mi para hacerlo.
—Tu ganas, iré a vestirme— afirmé regalándole una falsa y dulce sonrisa. Ella soltó un chillido de alegría y beso mi cabeza dejándome sola para arreglarme.
Resoplando me levanté de la cama y caminé a la pequeña cómoda, la ropa es esencial en ese lugar y vaya fuerza la del que no se vista correctamente para ir. Al final de los cajones, bajo toda la ropa, vislumbré un viejo vestido de mamá; beige y largo hasta el piso con sus mangas largas pegadas al cuerpo, un escote en u y una estructura tan fina y delicada, tan ella.
Me quité la ropa para pasarme el vestido por la cabeza, me paré frente al espejo y no pude evitar dejar que una lágrima baje por mi mejilla. Me veía igual a ella, tan delicada y frágil, tan elegante y sencilla a la vez que daban ganas de abrazarme de por vida imaginándomela; tomé unos zapatos blancos y recogí mi pelo en una media cola dejando el resto caer por mis hombros, el cual tenía unas ondas que hacían ver mis pequeños reflejos dorados en todo lo negro que tenía.
—Por Dios, te ves preciosa— comentó la abuela al verme bajar.
Sonreí amablemente y la tomé del brazo saliendo por la puerta principal.

Llegamos al salón de nuestro pueblo, realmente era el único salón que teníamos. Grande y con varios ventanales, de techo alto y muy elegante, cualquiera diría que todos aquí somos familia de bien.
Ingresamos fácilmente, aquí todos son bienvenidos y sus puertas están abiertas siempre. Intenté poner mi mejor cara y quedar bien con vecinos cercanos y algunos compañeros de la escuela.
—Qué bonita estás Gaara, estás tan grande— dijo la hermana de mi vecina, Miranda.
Asentí en muestra de agradecimiento—Lo mismo digo.
—Querida que placer tenerte aquí, hace tiempo no te veíamos— La madre de Miranda se acercó a mi apretujando y besando mi mejilla.
Respondí a su saludo para luego darme la vuelta y dirigirme a una de las mesas; la abuela se quedó charlando con muchos de los vecinos sobre los cambios o viejos recuerdos de la familia. Por mi parte estar sentada mientras como y observo a las personas es más entretenido que conocerlas a fondo.
Mi vista se desvió a la puerta principal cuando esta se abrió, dejando ver a una hermosa mujer; elegante y bonita, detrás de ella un chico se le acercó y susurró algo en su oído, no llegué a verlo por culpa de la multitud, pero me resultaba familiar. Dejé mi asiento atrás caminando hacia los nuevos integrantes de la gala, empujando levemente a algunos fui estando más cerca de ellos.
—Tobías tienes que quedarte aquí conmigo si lo que quieres es seguir con tu trabajo. — escuché a la hermosa mujer decirle en un tono bastante elevado.
¿Tobías? Elevé el mentón y lo observé bien, era él, era exactamente él y estaba muy elegante con su traje gris oscuro y su moño negro. Él pareció notar mi presencia ya que con un gesto brusco y frío se volteó y me miró, su rostro cambió, no tanto, pero si para darme cuenta que ese semblante frío y seco ya no estaba allí.
Tímidamente miré hacia otro lado tratando de ignorarlo, y creyendo que él no se acercaría a mi volví a la silla de la que vine. Suspiré pesadamente y dibujé una minúscula sonrisa para aquellos que me saludaban con sus cabezas.
Tenía muchas ganas de abandonar el lugar y quedarme acurrucada en mi grande y fría cama, lo necesitaba.
—No sabía que eras de asistir a estos eventos— Tobías se sentó a mi lado mirando la pared que tenía a unos metros.
Lo miré sorprendida y sacudí mi cabeza para poder hablar correctamente, lo había ignorado demasiado hasta ahora y aunque no tenga ganas de hacerlo, se nota su esfuerzo.
—No soy de asistir, mi abuela me obligó— contesté para luego pensar lo tonta que soné al decir aquello.
—Ya veo.
Lo miré de reojo—¿y tú? Digo hace años vengo a este lugar y nunca te vi— pregunté
Él tomó aire y giró su cabeza juntando sus ojos con los míos, tenían ese negro intenso; tan brillante que podías sentirte temblar bajo su mirada, ese mismo negro que hacía un muy buen juego con su cabello.
—Nunca asistí a este tipo de cosas, pero ahora en mi trabajo me obligan a hacerlo— respondió elevando sus cejas como gesto de indiferencia. -No somos tan diferentes después de todo.
¿Trabajo? ¿No estudiaba?
Una canción lenta comenzó a sonar mientras observaba cómo varios familiares y amigos se juntaban con sus parejas para bailar el lento. Típica tradición de estas tontas fiestas, bailar siempre antes de las donaciones.
Tobías se levantó de golpe observándome cuidadosamente y estirando su brazo hacia mi—¿bailas? — ofreció
El miedo recorrió todo mi cuerpo, no quería hacerlo, no quería tocarlo ni sentirlo y mucho menos conocerlo. Miré distraídamente su mano y negué con mi cabeza rápidamente.
—No es el momento— concluí
El asintió comprendiendo y me regaló una sonrisa sincera y pequeña, como si el también tuviese miedo de cometer un error. Se despidió con un simple "nos vemos" y se sentó junto a la que parecía ser su acompañante.
Volví a suspirar pesadamente y me acerqué a la abuela informándole que me retiraría porque no me encontraba bien, ella asintió y me besó antes de dejarme ir.

Ya en casa me dejé caer en mi cama mirando el techo, no tenía ánimos de nada, para ser sincera nunca los tengo. El no haber podido ir hoy al cementerio hizo que mi humor decayera; más en un día tan doloroso como este. necesitaba verlos todos los días, sentía que les fallaba si no lo hacía.
El sueño me ganó al poco tiempo que me recosté, llevándome a distintos sueños, y entre ellos estaba él. Su pelo revuelto y oscuro caía sobre su frente, sus ojeras demostraban su falta de sueño y de paz; a unos metros estaba yo acompañando y abrazando su presencia como el hizo conmigo aquel día.
Desperté cerca de las 9:30 de la mañana, odiaba despertarme tan temprano un día de vacaciones. Mis ojos se cerraban por su cuenta queriendo volver a la cama, aunque sabía que si volvía a acostarme no me dormiría otra vez.
Me vestí rápido, tomé mi sudadera y mochila; teniendo todo a mano bajé a la sala, la abuela estaba terminado de limpiar el piso cuando me saludó.
—¿Te vas? — interrogó frunciendo levemente el ceño. Su cabello estaba despeinado en un moño des prolijo; sus manos sobre la escoba se veían finas y prolijas a pesar de que se la pasaba fregando.
—Si, tengo que ir. — me acerqué a ella besándole una de sus mejillas y salí de la casa.
Compré algo rápido para comer y antes de entrar pase por la florería; el vendedor me conoce desde hace tiempo, y como siempre compro me hace un buen precio por los jazmines.
La seguridad del cementerio asintió con la cabeza en forma de saludo cuando ingresé. Caminé poco desde la entrada hasta mis padres, y como siempre me senté frente a ellos; dejándole a mi madre uno de los jazmines.
—No me veo capaz de seguir con nada, no quiero, no tengo nada. — les dije, el sabor a sal entraba por mis labios, no podía evitarlo. No hace mucho fue que llore de esta manera, pero ya no era común que me pusiera así.
Un sonido de ramas crujir sonó cerca de mí, miré a mi costado en el cual se encontraba un largo pasaje de árboles y plantas. Tobias estaba parado a unos metros, con sus manos metidas en los bolsillos de su pantalón; me miraba con su cabeza a un lado y el ceño fruncido, como si estuviese examinándome completamente.
—Desde que vengo aquí nunca te vi llorar—dijo con una voz ronca y casi en susurro.
Se acercó a mi lado arrodillándose junto a la tumba de mi padre.
Desvíe mi mirada y con una mano sequé mis lágrimas, lo único que faltaba era que me vieran llorar.
—No lo hago seguido. — le informé suspirando
Sacó de uno de sus bolsillos su celular, prendiéndolo y tocando vaya a saber uno qué. Distraídamente lo acercó a mí y lo apoyó en mis manos; fruncí el ceño y lo miré confundida.
—Él era Oscar, mi mejor amigo.
Abrí un poco mis ojos cuando comprendí que estaba mostrándome a la persona que él venía a visitar todos los días.
Lo miré apenada y al mismo tiempo de una forma muy genuina
—Lo lamento—Dije sonriendo levemente.
Tobías asintió y retiró su móvil de mis manos, guardándolo nuevamente en su bolsillo.
Se puso de pie y sacudió su pantalón sacándose todos los restos de césped, me miró fijamente, me sentí intimidada y nerviosa pero no pude apartar mi vista de la suya; me parecía en cierta forma, reconfortante. —Estás tan rota como yo—dijo serio para luego darse la vuelta y comenzar a caminar hasta la salida.
Mi mundo se paró, sus cortas palabras me dejaron sin habla; era como yo, sé sentía como yo y aunque eso ya lo sabía, escucharlo de su parte era distinto, era como si... como si nuestro destino quisiera que nos demos un momento, tan solo uno.
Me levanté sin pensarlo y algo confundida—Tobías—Grité, ni yo supe por qué grité.
El volteo también confundido, seguramente no creía que yo lo llamaría. Se volvió hacia mí, quedando de frente e igual de tranquilo que antes.
—¿Cómo... como puedo contactarte? — pregunté nerviosa y un poco enojada conmigo por hacerle esta pregunta.
Algo parecido a una sonrisa aprecio en sus labios, seguro era esto lo que él quería.
—Te daré mi número, si es lo que quieres.
Entrecerré los ojos, pero asentí lentamente. Me dictó su número y yo lo copié en mi celular, sin agregarlo aún.
Me despedí de mis padres y observándolo una última vez, volteé y corrí a mi casa.

GaaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora