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selfish – madison beer

La mañana que publicaron el artículo sobre Brent, Hazel fue al instituto en el coche de su padre.

Se encontró a Peter McLaren por los pasillos, la espalda ligeramente encorvada y los brazos más fuertes de lo que recordaba. Tuvo el impulso de agachar la cabeza, clavar la mirada en las puertas metálicas de las taquillas mientras él soltaba algún comentario sobre su periódico o intentaba defender a su amigo.

Sin embargo, se obligó a sí misma a alzar la barbilla, los ojos clavados en los de Peter cuando éste le dio un toque con la cabeza, la sombra de lo que podría haber sido una sonrisa mientras la saludaba.

Sentía un hormigueo en la punta de los dedos, las teclas de su ordenador portátil aun ardiendo bajo sus yemas.

«The Raven's Secret —había escrito junto a Dalia la tarde anterior, envueltas en los susurros que llenaban la biblioteca Emily Dickinson— y la verdad sobre la gallina de los huevos de oro, Brent Scott».

Se encontró a Diana Brown en la puerta de la clase de Mitología, aquellos ojos azules tan grandes brillando mientras le cogía del brazo. Hazel sintió algo removerse en su interior, la sensación de que acababa de hacer Algo Muy Importante.

—Quería darte las gracias —le dijo la chica, su pelo negro y escalado cayendo sobre su chaqueta de cuero—, por alzar la voz por las demás. Ya era hora de que alguien le pusiera en su lugar.

La castaña le dedicó una sonrisa de labios fruncidos, asintiendo mientras entraba en el aula. «Yo no soy una heroína», pensó. «Solo una intermediaria».

Buscó a Astrid con la mirada, su pupitre vacío como único recordatorio de que aún no había vuelto al instituto. Pensó en ella moviéndose entre el gentío, su sombra deslizándose hasta la puerta de la casa de Theo. Pensó en sus dedos entrelazándose sobre el colchón, las noches de secretos susurrados y el sinfín de abrazos robados que podrían haber deshecho toda la nieve de Starkville.

Suspiró, dirigiéndose a su pupitre en la primera fila, justo delante de Diana. Se quedó sentada en silencio, sus dedos jugueteando con su bolígrafo azul, un hormigueo constante en la boca del estómago. Se preguntó si Dalia se estaría sintiendo de la misma forma entonces, aquella incomodidad tan imposible de ignorar, como cuando un mosquito te pica entre los dedos y no sabes cómo rascarte.

Cuando Ivy O'Connor entró en la clase, sus ojos azules se clavaron sobre los de Hazel, intentando decirle algo que no supo descifrar.

Asintió justo antes de escuchar unos susurros sobre ella en el fondo de la clase.

—La familia de Brent posee, prácticamente, todo Starkville y el resto de Colorado —la clase entera pareció callar entonces. Podía entender cada palabra, cada silbido en cada «s»—. Ella solita ha arruinado su propia vida escribiendo ese artículo.

Hazel clavó la mirada sobre el pupitre, sus uñas mordidas más feas que nunca. Inspiró, cerrando los ojos y repitiéndoselo a sí misma como un mantra: He hecho lo correcto. He hecho lo correcto. He hecho lo correcto.

—Cerrad el pico —escuchó la voz de Peter, tosca y profunda tras su espalda—, o acabarán por entraros moscas en la boca.

Ivy O'Connor no empezó con la lección. Fue extraño, porque parecía que incluso ella estaba esperando el momento, los altavoces desgastados que descansaban en las esquinas del aula reproduciendo la voz cansada y distorsionada del director Wallace.

—Dalia Smith de décimo grado y Hazel Green de último curso —dijo, su voz retumbando de manera metálica y entrecortada—. Diríjanse a mi despacho inmediatamente. Repito: Dalia Smith de décimo grado...

Todos los días de inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora