Olivia Davies
Pocas veces en mi vida he llegado a este nivel de cabreo.
La semana ha transcurrido con toda la normalidad que me permite saber que la llegada de mi madre es inminente y que en menos de un parpadeo va a volver a estar aquí a descolocarme casi toda mi vida. He estado a punto de tirarme de los pelos viendo los días pasar y a mi padre cada vez más nervioso y entusiasmado por que ella vuelva a estar en casa. Aún no entiendo cómo no se ha dado cuenta que a mí esta situación me genera muchísima ansiedad.
No sé por qué, pero el ánimo de todas las personas a mi alrededor ha ido descendiendo considerablemente a medida que ha ido pasando la semana. Es cierto que la tarde que pasé con Rhett y Elliot me animó bastante y me hizo olvidar en parte todo lo que me ronda la cabeza, pero eso no quita que cada vez esté más inquieta. Lo único bueno que me ha traído esta situación es que Flavio ha dejado de obviar mi existencia, al menos temporalmente, y aunque no es lo mismo que antes ni de lejos, algo es algo.
Ayer Holt, Rea y Violet intentaron sacarme de fiesta por todos los medios posibles, pero ninguno lo consiguió y se resignaron a salir sin mí. Yo me dediqué a leer uno de mis muchos libros acumulados en mi lista de pendientes. Hoy no se han dado por vencidos y han vuelto a intentar llevarme a la fiesta que han organizado Gabriel y sus amigos alegando que cuando llegue mi madre no podré salir tanto, cosa que mis mejores amigos saben que es totalmente mentira. Me he pasado el día estudiando y haciendo deberes con tal de tener mi mente ocupada.
Pero, naturalmente, ese no es el motivo de mi enfado.
Hace poco más de veinte minutos, he recibido una llamada de Flavio que me ha extrañado bastante antes de descolgar; tenía entendido que él también iría a la fiesta y todos sabemos que en las fiestas de Gabriel no se admiten teléfonos móviles. Cuál ha sido mi sorpresa al escucharlo hablarme con nerviosismo diciéndome que tiene a Holt, Rea y Violet muy borrachos intentando colarse en el pabellón polideportivo municipal en el que él entrena. Me ha rogado que le ayudase a sacarlos de allí. Es por esa misma razón por la que me encuentro a la una y media de la mañana en una calle solitaria del centro de Bigville tratando de pillar alguno de los taxis que pasan, porque un bus o el metro a estas horas tardan demasiado y me da miedo lo que puedan hacer mis amigos borrachos.
Me cuesta no chillar de la desesperación en medio de las luces de las farolas. No entiendo por qué tienen que ser los tres tan irresponsables y beber sin consciencia. Me preocupa que les pueda pasar algo y que no sepan qué hacer.
Flavio lleva mandándome mensajes desde que me llamó preguntándome si ya voy porque no sabe cómo controlar a los tres, cada cual más alocado que el anterior, y yo solo puedo contestarle diciendo que estoy tratando de coger un taxi. Apunto esta a mi lista mental de razones por las que mis padres tienen que comprarme un coche.
Un par de chicos pasan detrás de mí y me silban y me gritan «guapa», como ya han hecho unos cuantos durante los diez minutos que llevo aquí. Me encojo ligeramente sobre mí misma al escucharlos y trato de meterme más bajo la sombra de un árbol.
Justo cuando me voy a dar por vencida y a girarme para volver a casa a por mi bono del bus, un coche rojo se para frente a mí y al instante se me encoge el corazón achantado por el miedo que empieza a crecer en la boca de mi estómago. Cuando se baja la ventanilla del copiloto, dejando ver al conductor, expulso todo el aire retenido.
—¿Qué haces a estas horas sola por la calle? —inquiere Rhett, inclinándose para que pueda verlo mejor.
—¿Qué haces tú con las gafas de sol puestas? —interrogo de vuelta con una ceja alzada haciendo que se quite las gafas y las lance al asiento de atrás.
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Hasta que se caiga el cielo
Teen FictionA lo largo de toda su vida, Olivia nunca ha dejado de fingir sin saber. A lo largo de toda su vida, Rhett nunca ha dejado de sentir sin saber. Ambos descubrirán que nada es lo que parece. Un proyecto sobre mitología griega y varios líos bastante enr...