Fernando Torres llevaba una semana de bajón; habiendo pasado ya el ecuador de mitad del mundial, todavía no había conseguido sumar ningún gol al marcador de España, y pese a saber que su lesión le condicionaba, sentía que era una tortura, ¿para qué estaban los delanteros si no era para marcar goles?
No lo había hablado con nadie, pero aun así, era evidente para todos que el Niño no estaba bien; huía del vestuario en cuanto podía, y había dejado de enseñar a todos esa sonrisa pecosa que le caracterizaba.
—Alguien tiene que hablar con él— decía Villa recostado en el marco de la ventana, en la habitación de Pepe, donde aunque era tarde, eran varios los que seguían jugando a las cartas.
—¿Y si vas tú?— preguntó Silva, que confiaba en él a ciegas para solucionar cualquier cosa.
—Seguro que a Torres le encanta ver al que está marcando los goles que no marca él— se quejó Xabi, que aquel día se había dejado caer por la habitación del portero.
—Xabi lleva razón— dijo Arbeloa.
—Lo raro sería que no se la dieras— contestó Xavi sin levantar la vista de lo que estaba haciendo.
—A lo que estáis— se quejó Iker —¿quién va?—.
—¿Andrés?— sugirió Cesc.
—Andrés está durmiendo— respondió Xavi.
—Coño, Sergio, ve tú— dijo Xabi —sois amigos, o lo que sea, ¿no?—.
Sergio dudó —hemos discutido— murmuró.
—Bueno, pues nada— Gerard se levantó —ya voy yo—.
—¿Qué?— Xabi miró a los demás —¿no le iréis a dejar?—.
La mayoría bajaron la mirada.
—¿Alguna queja, Xabier?— Gerard lo miraba desafiante, viéndolo respirar acelerado, con el ceño fruncido y tantas cosas que decir que apenas dijo ninguna.
—Eres un cabrón— dijo el vasco —¿Iker? ¿No le dices nada?—.
El portero se mordió el interior de la mejilla, sin decir nada.
—¿Vas a ir tú?— le preguntó Geri al centrocampista del Madrid, que esta vez sí permaneció en silencio —eso mismo pensaba yo— acabó diciendo ante su silencio, mientras salía de la habitación.
Llamó a la puerta del nueve mientras se pasaba una mano por el pelo.
—Vete, Sergio, no quiero hablar contigo— dijo una voz en el interior.
—No soy Sergio— respondió el tres —soy Gerard—.
La puerta se abrió y los ojos marrones de Fernando aparecieron, húmedos e hinchados, en el interior de la habitación.
—Hola, Geri.
—¿Puedo...? ¿Puedo pasar?
El de Madrid se apartó de la puerta para dejarlo entrar.
—Me mandan los chicos, a ver cómo estás.
—Estoy... estoy bien.
—Pues no lo parece, Niño.
El chico suspiró y se sentó en la cama.
—Ojalá fuera como tú, Gerard, ojalá no me importara nada.
El central lo miró, apoyado en la pared, con la sonrisa de lado del que ha escuchado lo mismo cientos de veces.
—No quieres ser como yo, Fernando— suspiró —sí me importan las cosas, sí me duelen— lo miró a los ojos —lo que pasa es que no dejo que salgan, y es peor cuando se queda todo dentro—.
—No sé, Geri, pareces siempre tan tranquilo...
—Igual de tranquilo que estabas en el Atleti— dijo mirándolo —uno está tranquilo cuando se siente en casa— se sentó a su lado —y esta, Fernando, es tu casa más que ninguna— le pasó la mano por la nuca —la gente adora verte con esta camiseta, el equipo te adora, Torres—.
El rubio llevó la mirada a los ojos azules de Gerard.
—Tienes que aprender a quererte como te quieren los demás, oír en tu cabeza cada una de las veces que el Calderón gritó tu nombre.
—¿Tú las oyes?
—Hombre— sonrió —vuestra afición es una locura— dijo —pero de momento no se les oye desde Barcelona—.
—No— rio Fernando —me refiero a ti, a las veces que el Camp Nou ha gritado tu nombre—.
Gerard se dejó caer de espaldas en la cama, riendo.
—Yo... — sonrió —yo oigo los pitos y los abucheos— dijo —eso me pone más—.
Torres se rio tumbándose también, a su lado —sí que te debe de poner el Bernabéu entonces—.
—Una puta pasada— cerró los ojos —pero no se lo digas eh— dijo cuando volvió a abrirlos, incorporándose un poco sobre los codos para mirarlo.
—¿Y si no vuelvo a marcar?
—¿Cómo no vas a volver a marcar? Eres bueno Fernando— acarició el brazo del chico —en Liverpool te adoran, has pulverizado todos los récords que te han puesto delante— lo miró a los ojos —te han curado en un mes una lesión que debería haberte llevado muchísimo más, estás participando en todas las jugadas, Fer— acarició su mejilla con cuidado, y el delantero giró la cara hacia él para aumentar el contacto con su mano —confía en ti, y todo estará bien—.
—¿Sabes, Geri? Creo que necesitaba que alguien me dijera eso.
Gerard se inclinó sobre él y besó su mejilla con cuidado. Mientras se apartaba, el de Madrid colocó la mano en su nuca, sin dejar que se separara mucho.
—He discutido con Sergio— murmuró como explicación —yo...— se atrevió a mirar los labios del central por un momento —lo siento— tragó saliva, pero mantuvo la mano en su nuca.
—¿Lo sientes?
—Bueno, yo...
—No tienes nada que sentir— lo miró a los ojos —Ramos es un poco pesado a veces— dijo, y sonrió, al ver que Fernando sonreía también —a lo mejor yo puedo ayudarte, con... lo que te fuera a ayudar Sergio— le acarició el pelo.
Tal vez Torres se dejó llevar por toda la validación que le estaba dando el catalán, tal vez que llevaran cinco minutos a menos de cinco centímetros también influyó.
El nueve levantó un poco la cabeza para encontrarse con los labios de Gerard, que no tardó en morder su labio mientras se colocaba sobre él.
—Ya les he dicho a los chicos que la mejor idea era que viniese yo— murmuró el culé con una sonrisa.
—Cállate y confía en que no venga nadie a buscarte— sonrió Fernando antes de volver a besarlo.