Ese momento sin tiempo

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[Del Diario de Snape]

... y la Esfera de Videncia, al encender su tenue luz en la oscuridad, se convierte en la puerta a otro mundo... Es un mundo posible, el vistazo a una probable vida, en la esfera de líquido ectoplásmico, que con su resplandor aviva mis sentimientos y colma de calidez a la noche, cuando en su luminosidad brumosa, emerge el rostro de Hermione Granger.

¿Cómo pueden sus facciones, aun en el silencio, causarme este alud de sentimientos? Lo pueden, como yo puedo, al cerrar los ojos, besar la imagen congelada de Granger en la esfera, su rostro que se difumina lentamente, luego de despedirnos.

¡Oh, sí, cuántas veces, a esa imagen, al besarla, he dedicado sentimientos de delicadeza que jamás creí poseer! ¡Cuántas otras he prometido amarla siempre, al besar su retrato!

Y me maravilla verla... No importa si giro la esfera sobre su propio eje o si la rodeo caminando: siempre tengo de frente sus facciones, siguiendo mi mirada.

Y a través del cristal, me llega la voz de Granger.

La voz de Hermione Granger... Su rostro, recargado en una mejilla, es sereno, reflexivo. Y al dejar ir el hilo de sus pensamientos, de la conversación que va y viene entre muchos temas, cada uno interesante para mí, escucho su voz un poco grave, formal, pero también en susurros de olas que pulsan cuerdas en mi alma.

Su acento, los matices, se dibujan en el aire entre destellos, salen de la esfera en las notas de la voz de Granger, creando invisibles diseños de curvas, de grecas adornadas con hojas de oro; su voz danza en una partitura donde mi corazón navega, mientras ella me cuenta sus pensamientos, escucho los sonidos en su cabaña, me llama por mi nombre, me relata sus vicisitudes o sus anécdotas del día o los pensamientos que tuvo en algún lugar donde estuvo.

Granger no sabe que su voz es música donde veo su corazón, sus anhelos, sus ensueños. Su voz tintinea en mi corazón y esa melodía me embelesa y arraiga cada vez más lo que siento por ella. Siempre amaré su voz, y sus matices, y lo que despierta en mi corazón con su melodía natural.

Granger no tendría qué hacer un conjuro si deseara cautivar mi alma. Basta con que ría en su forma apacible, dulce, a veces juguetona, discreta, para atrapar mi corazón entre los brazos del suyo; basta con que ella libere su reír con tonalidades de agua en una fuente, con sus matices en ocasiones tímidos, en ocasiones inocentes, para que yo pueda suplir con su risa, la música del mundo entero.

Le he dicho que su risa me agrada, y eso la hace reír de nuevo, tal vez con cierta timidez; cuando lo comento una vez más, se divierte y me regala otro reír. Al oírla, camino entre las rosas de una floresta.

Yo quisiera besar su reír, internarme en los silencios entre cada pequeño sonido de oro de su risa suave y así besar su alma. Cuando ríe, quisiera abrazarla con delicadeza; cuando ríe, la luz de sus ojos vivaces es más hermosa que la de los soles; cuando Granger ríe, la amo.

La luz de la esfera, a mitad de la noche, me llena de emoción como nada más lo hace; aun antes de verla aparecer, el resplandor que anuncia su presencia me hace notar que las horas del día existen para esperarla; que la razón de los relojes es mi pensar en ella.

Al descubrir las pulsaciones cálidas de la esfera, que anuncian su llamada, sé que ella no ha abandonado mi corazón a pesar de la ausencia, y que todo cobra sentido desde que su mirada se delinea en el cristal. Entonces todo tiene sentido, agolpándose en mi pecho: el silencio, las horas, el añorarla. Todo se resuelve cuando me susurra: "Hola, Severus."

¿Cómo he podido estar sin escucharla?, me pregunto. Pero no solamente es el hoy, pues, ¿cómo he podido vivir sin que ella esté? No entiendo cómo he podido respirar, ni estar en el mundo, ni crear encantamientos; no entiendo dónde estuvieron mis días anteriores si Granger no se encontraba en ellos para que poseyeran una razón. Los relojes de arena, mi existencia, vuelven a andar cuando su voz sale de la esfera, tan nítida como si estuviera a mi lado. Cuando sus ojos me miran como tantas veces lo soñé.

Eso que no sé decirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora