Noche mágica

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Besándose con fuerza, el abrazo hizo a Hermione y a Snape, girar de pie sobre la alfombra de nieve.

La nevisca se desgranaba a su alrededor, reluciente bajo las luces taciturnas de las lámparas flotantes, al acariciarse el uno al otro, estrechamente.

Se besaban al término de las incertidumbres, de sus aproximaciones en el claroscuro.

Finalizaron el beso con otro en los labios, y continuaron abrazados. Snape contempló las facciones de la castaña, a la luz de una lámpara cercana, rodeada por un halo.

La sonrisa de Hermione se hizo conmovida, y en sus labios apareció una nueva expresión, de emoción y de naciente pasión, cruzados por feliz melancolía.

—¡Me gusta que seas tú...! –ella le susurró.

Snape le acarició el mentón, con dos dedos. Hermione adelantó un poco el rostro, sonriéndole.

—¡Te he recordado tanto desde esa noche...! -exclamó él.

Snape le acarició los rizos, recordando sus emociones.

—Hermione, fue... Yo estaba al tanto de la mayoría de los pasos que ustedes daban. Y por supuesto me enteré que los tenían en la Mansion Malfoy. Lo supe por Bellatrix, pues ella nunca se dio cuenta de las veces que leí sus pensamientos. Me las arreglé para que el elfo Dobby hiciera el intento de rescatarlos. Lamento mucho lo que sucedió.

El leve viento hizo revolotear la escarcha.

—Aún me remordía ese suceso, cuando percibí que algo te ocurría. Y yo sabía qué era. La medicina mágica borra esa partícula invisible que queda como resto del ataque con Artes Oscuras. Pero tú no tenías esa medicina. Y no me preocupó tanto la misión, como el daño que sufrirías.

Hermione lo besó.

—Y fuiste a verme.

Él asintió.

—Y fui a verte. No podía dejarte así.

"Te apliqué el conjuro prácticamente por sorpresa. Remóveremala materializa la partícula invisible creada por el ataque oscuro, extrayéndola del cuerpo y disolviéndola.

—Ese conjuro es tu creación, ¿verdad? ¿Cómo se te ocurrió?

—Se me ocurrió cuando los hicieron prisioneros.

Hermione lo tomó de una mano, sonriéndole, llevándolo a caminar con ella.

En los árboles plateados y las lámparas entre los árboles, la noche se encendió de luciérnagas.

Hermione sonrió un poco, pensando en voz alta.

—Un beso breve...

—Muy breve –asintió él-. Aun así no me lamentaba. Fue mucho más de lo que alguna vez pude imaginar.

—¿Pensabas hacerlo, al verme?

—No. Fue más fuerte que yo.

—¿Qué hiciste después de buscarme esa noche?

Contemplaron las callejuelas arboladas y níveas, las estatuas escarchadas, los macizos de flores inmunes al invierno, el velo de copos de nieve, en descenso.

Hermione imaginó el cuadro, escuchando a Snape... siguiendo sus palabras, lo vio reaparecer en lo profundo del bosque, más allá del lago... Lo vio andar por los páramos silenciosos, encontrar una mansión abandonada, permanecer en ella hasta que viento y nubes trajeron lluvia. Lo vio permitiéndose jugar con la idea de imaginar que eran otras las circunstancias.

Snape experimentó la satisfacción de pensar en otra vida. Y en los recodos de esa soledad revivió el contacto de los labios de Granger en los suyos, un segundo solamente. Y después se marchó. No esperaba nada.

—Lo que más recordé en los días que vinieron -comentó él-, aun en la tribulación, extrañamente no fue tanto el beso, sino tu gesto al decirme que me acercara a ti, que esperara... No pensé que una caricia escapada de mis manos me dejara una huella.

Ella le estrechó la mano.

—Olvida eso. Pero no más secretos –le dijo ella, afirmando–. No más secretos, cariño.

Snape pareció deleitarse en el contacto, en lo que transmitían las manos de Hermione.

—No. Ninguno más –le aseguró él.

Se abrazaron más estrechamente. La luz cálida de la lámpara alegró los copos en vuelo y delineó las facciones de la castaña.

—Me gusta cómo me miras –le dijo ella, asintiendo y mirándole los labios.

Dejó pasar la vista por los rasgos firmes de él y su cabello oscuro.

—Me gusta poder mirarte –susurró Snape.

Luciérnagas revolotearon, atravesando los lentos copos de nieve, en visibles perlas cálidas, desplazándose por la calle arbolada.

—¡Es como esa noche! –sonrió Hermione, admirando el revoloteo de los brillos– ¿Tú las atrajiste?

Snape llegó con ella.

—No las atraje yo, no. Ellas llegan solas. Significan un buen augurio.

—Me gustan –ella le sonrió y le guiñó un ojo.

Snape entrecerró los ojos, sonriendo levemente, complacido por el gesto de Hermione.

Las luciérnagas se dispersaron por los árboles.

Caminaron por las avenidas del Jardín Secreto y los resplandores en los árboles de hojas plateadas, escuchando el batir de las ramas, pasando junto a bancas solitarias, algunas fuentes, arcos iluminados por las lámparas flotantes.

—El misterio de diciembre –susurró ella.

—Todo es un misterio –comentó el.

Hermione volteó a Snape y corrió hacia él, quien la abrazó, besándose de nuevo

Diciembre ÍntimoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora