Tempestad de Secretos

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Hermione vio a Snape convertirse en una sombra lenta, que se extendía contra un fondo gris helado, ondulante en cabellos de viento negro formado por pensamientos y por magia.

Era Snape, y más. Porque la sombra que flotaba se convirtió en una silueta densa, encapuchada, que por un campo de incendios apagados caminaba a pisadas largas, resuelto, y entre sus pasos, lenguas de neblina pesada se alzaban hacia su rostro, oculto tras una máscara metálica... Una máscara, cincelada de curvas que llegaban a las cuencas para los ojos y rodeaban la malla en forma de flechas sobre la boca.

Aquel Snape enmascarado de metal se iluminaba por un fuego fatuo a su espalda, un brillo de crepúsculo lunar encendiendo de plata los contornos de la capucha, cuando en los llanos helados encendía fuegos con un gesto de la varita, ordenando con movimientos semejantes a los tajos de una espada, encendiendo otros fuegos rojos, formando pentagramas de los que se elevaban salamandras negras y ojos carmesíes de Tronos invocados por las Artes Oscuras.

Hermione se dio cuenta que ese era un Snape del pasado, un oscuro hechicero que de haberse convertido en el Señor Tenebroso habría sido invencible. Un hechicero practicando el Rostro Tétrico de la Magia, que con un pase arruinaba cosechas de trigo en represalia y arrancaba confesiones por medio del dolor en mazmorras húmedas. Hermione llamó su atención, volteando a ella con un gesto seco, y se arrancó la máscara, pero ella no pudo ver su rostro, pues él la apuntó con un movimiento velocísimo de la varita, borrando el paisaje en un creciente destello azul espectral.

La impresión sacudió a Hermione, quien se hizo atrás sin saber si lo hacía dentro de un sueño, y menos pudo saberlo cuando con ese golpe enceguecedor llegaron otras imágenes, encadenadas, en cuadros contenidos en los ficheros flotantes de la Biblioteca.

Entre las tarjetas en el viento, una permaneció frente a Hermione y Snape, cada uno en una sección de la biblioteca, separados por el infinito: La tarjeta creció frente a los ojos de cada cual, pero era la misma tarjeta, cada uno en la cara contraria, y la tarjeta del fichero creció, llenando el espacio y dejando ver que dentro de ella corría un túnel azul oscuro salpicado de rayos.

Snape lo vio venir: Fue un maremoto apabullante de luz y sonido, pues los bordes de la tarjeta de la biblioteca ensancharon hasta cubrirlo todo y quedó aquel túnel veloz por donde ambos volaban, oyendo el aviso frenético del silbato del Expresso, acercándose descomunal por el túnel de relámpagos a dos pasos de ellos; fue el trueno de un rayo traicionero bajo la lluvia; fue descubrirse en los giros aterradores de un huracán: Invencible, resonante, deslumbrante, ondas en la superficie de un lago distorsionando rostros, fragmentos de palabras, unas ensordecedoras, otras serenas, visiones de ojos, labios, manos, evocaciones mezcladas y en esa ondulación una voz destacó sobre el concierto caótico y en las sacudidas de aquel maremoto de luz y sonido, Snape identificó la voz.

Era la voz de Hermione Granger.

El tono, el matiz, le fueron significativos, seguro que el significado aparecería en cualquier momento, pues el maremoto estalló y en su reventar, de la espuma de las olas emergió una emoción nueva, no, nueva, no, era una emoción conocida, pero tan reservada como una sombra perdida en un arcón de siete llaves.

El significado era importante, vital, llegando con la fuerza de lo largamente buscado. Pero Snape supo que esas ideas habían sido desterradas, exiliadas. Por eso, aunque lo desconcertaron, conforme regresaban no le sorprendió por completo, sino que le fueron reconocibles como hechos escondidos en la vergüenza; era una marea de imágenes, de sonidos, y se estremeció al ver que por el otro extremo del túnel donde pulsaban aros de luz venían, en susurros, pensamientos de otra persona, de Granger, brillando conforme se acercaban, haciéndose entendibles verdades acompañadas por el alivio de quitarse la presión de tener secretos, pero temiendo que en lo olvidado hubiera motivos de arrepentimiento. También era añoranza o ansiedad por no tenerlo, pues la luz del Expreso reveló la imagen, en una habitación, de Granger volteando a él, sonriéndole, plácida, y él, Severus Snape, descendió a la roja sonrisa de Hermione entre perfumes y calor de velas en una noche compartida, y él se estremeció, cercano al espanto, al darse cuenta que eran ellos dos en un lecho, solos en una habitación en la madrugada donde

Fetish SlytherinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora