He estado pensando en lo mucho que necesité esta noche. No me había sentido al mismo nivel de todos hasta ese momento. La música sonaba, pero no solo entraba y salía por mis oídos, cada extremidad de mi cuerpo podía sentir el flujo del ritmo; mis respiraciones eran tan rápidas que simplemente no estaba consciente de ellas; mis piernas y brazos hormigueaban del cansancio y aun así seguían moviéndose, como si estuvieran huyendo de algún peligro. No había nadie que pudiera decirme cuándo parar, o que estaba haciendo mal; solo estaba yo, siendo guiado por la música que dibujaba sobre un lienzo con mi cuerpo, el cual ya no me pertenecía, pues mi mente había ascendido a un plano que solo me pertenecía a mí. Llegado al punto máximo de éxtasis en un momento fugaz de conciencia di un grito al unísono con todos, y nuevamente dejé de escuchar mi propia voz, como si hubiera tomado un impulso para volver hacia arriba y descender suavemente. Mis entrañas sintieron ese cosquilleo que está presente cuando el carrito de una montaña rusa desciende a toda velocidad. Mi mente y cuerpo eran uno mismo, pero ya no era el de antes.
A pesar de la música tan fuerte y que las personas seguían con la misma energía de cuando comenzó todo; yo no podía pensar en otra cosa más que salir de ahí y tomar un poco de aire. Moviéndome entre las olas de gente bebiendo, bailando y sudando, de pronto estaba descendiendo al infierno. De alguna manera mi cuerpo me castigaba por haber estado tan cerca del paraíso, así que para no llegar hasta el fondo salí del lugar y me acerqué a la orilla del balcón. Mi respiración estaba muy acelerada pero esta vez lo podía sentir, era tan pesada que irónicamente me sentía ahogado; mis oídos estaban aturdidos por el sonido de la música; mis piernas ya no hormigueaban pero estaban tan débiles que me desplomé en el suelo y terminé bocabajo. Cerré los ojos un momento, creo que me desmayé, pero cuando los volví a abrir me volteé de inmediato y el cielo estaba lleno de tantas estrellas que parecía un lienzo negro lleno de manchas blancas. Nuevamente estaba ascendiendo a otro plano, pero esta vez era consciente de lo que sucedía.
Al estar ahí arriba lo supe de inmediato; yo era tan solo uno de esos incontables puntos en el cielo. Pero extrañamente no me sentí abrumado por el sentimiento de soledad o inferioridad, estaba feliz de ser parte de algo tan bello y fugaz que no me molestaba estar arriba o abajo, todo era lo mismo. Todos éramos la misma persona, y a la vez no éramos nadie; tan solitarios y unidos como las estrellas en el cielo nocturno. Respiré profundamente y me volví a levantar, pero no volví adentro. Bajé las escaleras y aunque había llegado en mi propio auto pedí un taxi y le pedí que me llevara hasta mi casa. Le pagué de más y no le pedí el cambio; abrí la puerta de la entrada y tomé el ascensor que llevaba hasta mi departamento. Llegué a la puerta de mi habitación y cuando entré, cerré con seguro. Caminé hasta mi cama, me quité los zapatos y me lancé sobre la cama; me quedé dormido de inmediato.
A la mañana siguiente amanecí con una resaca tan fuerte que podía escuchar a mi madre gritándome como la primera vez que me emborraché; tomé una aspirina y me metí a bañar con agua tibia, sentí que era una papa en caldo de pollo. Después de mi taza de café con leche la energía volvió en mí y me dispuse a volver por mi auto. Sorprendentemente estaba más limpio que cuando lo dejé ahí, al entrar me di cuenta que había dejado mi celular dentro; no quise pensar en la cantidad de mensajes que debían estarme esperando. Tenía la mitad de la batería porque estuvo apagado toda la noche y antes de responder cualquier mensaje entré a mis redes sociales para ponerme al día sobre lo que había pasado. No encontré nada sobre mí, pero vi algo que, si bien fue lo que busqué en un principio, sí me recordó la razón del por qué fui ahí en primer lugar. En una historia de Instagram estaba un sujeto besándose con la chica que me gustaba.
Pero antes de arrojar mi teléfono por la ventana y conducir a máxima velocidad para estrellar mi auto, recibí una notificación de una chica que no conocía preguntándome si había llegado bien a casa. Evidentemente era alguien que había conocido en la fiesta de ayer, así que abrí el mensaje y le pregunté si podía llamarla. Ella contestó casi de inmediato y me dijo que estaba bien. Hablamos por horas antes de que saliera del estacionamiento, antes de darme cuenta ya habíamos planeado salir juntos al día siguiente. Así que salí del estacionamiento y conduje hasta mi departamento pensando en qué podía pasar mañana. No fue sino hasta que la chica que me gustaba me mandó un mensaje preguntándome cómo me había ido el día anterior que la recordé. La llamé y le dije lo que sentía por ella, no era justo que viviera pensando que tiene un amigo que espera que algo sucediera entre ambos. Así que decidimos alejarnos del otro hasta que la vida nos volviera a reunir.
Hoy mi vida cambió de dos maneras, la primera fue la forma en que aprendí a distinguir la belleza de mi propio brillo entre tantos puntos blancos sobre un lienzo negro. La segunda fue cómo percibo y permito que esos puntos afecten a mi propia luz. Pero también herí a una persona hoy, hice lo correcto al decirle cómo me sentí. Al final del día a quien afectan nuestras mentiras es a nosotros mismos; nos encargamos de crear un mundo ficticio lleno de sentimientos increíbles que no nos hacen ningún bien. Es como estar en un estado de éxtasis que te termina asfixiando cuando termina y solo ahogándote eres capaz de ver la luz al despertar que al despertar te hace consciente de la venda que ponías en tus ojos y las cadenas que amarrabas a tus pies. Pues después de quitártelas puedes sentirte cegado y débil, pero al tomarte un descanso y respirar profundamente entenderás la diferencia sobre lo que eres, y qué quieres. Y entonces podrás ver lo que siempre estuvo ahí, pero no querías ver y te moverás para hacer lo que jamás creíste poder gracias al temer.
Lo único que me molesta ahora es que, no tengo idea de qué ropa me voy a poner.
LOKI ANACLETO
10/AGOSTO/2022