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Piko sonrió burlonamente a la chica, añadiéndole un ademán al espectáculo para alardear su hazaña más reciente del día y esto no le provocó a Nana ninguna gracia, permanecía de pié viéndolo con desaprobación.
──¿Por qué?
Él exhaló, había tenido muy baja recepción con la travesura. Volvió a enmarcar la estructura quebrada con sus manos, enfadando a la muchacha.
──¡Tardé muchísimo construyéndolo! ──bramó agachándose a corroborar los daños, anhelando encontrar una solución entre los escombros.
Pero nada podía ser rescatado; estaba destrozado en astillas y piezas pequeñas. Dejar entrar a Piko en su habitación fue una completa equivocación, alrededor de ellos yacían las figuras coleccionables que anteriormente llenaban las repizas, derribadas encima de la alfombra.
──Explícamelo ──pidió, furiosa.
──No entendía cuál era tu interés en cosas tan infantiles.
Era un imbécil. Nana contempló la pila de escombros y encontró el trofeo recibido por ella rodando entre las manos delgadas del albino, Piko estaba examinándolo detenidamente —quizás iba a lazarlo a través de la ventana, Nana desvío la mirada—. Ya no importaba, había desaparecido la pasión junto al esfuerzo dedicado a la construcción de aquella casita en miniatura, el corazón de Nana también dejó de latir.
¿Él tuvo el descaro de romperlo sin motivo alguno?
Había sido un esfuerzo en vano.
──Yo tampoco lo entiendo.
No lloró. Ni gritó. Nada le devolvería el trabajo perdido, evitó darle atención a la bajeza de Piko, quitando las piezas desprendidas de la base con cautela.
──¿Harás una nueva? ──preguntó sonriéndole a la inscripción del trofeo.
──No.
──¿De verdad? Habías hecho un buen trabajo.
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