Había una vez un pequeño enano, que muy pequeño era, incluso para ser un enano.
Ese enano tenía una motivación latente derivada de las palabras que su madre siempre le decía amorosamente antes de ir a dormir: "tú estás hecho para grandes cosas".
Y así fue, un día el pequeño enano despertó con una y una idea sola, abrazar el Sol, a aquél gigante astro intimidante para cualquier ser viviente en la Tierra. Se puso manos a la obra, con un par de materiales sumado a la astucia constructora propia de los enanos comenzó a armar su propia nave espacial: "Little-01", la nave con la cual lograría llegar más alto que cualquier otro enano.
Al ver su nave terminada el enano se alegró, puesto que había sido armada desde cero por sus propias manos, miró al cielo, y luego de un pequeño pensamiento dispuso del día siguiente como el día del despegue.
Antes de subir a la nave se despidió solo de su madre, puesto que fue la única que creyó en él; una vez dentro encendió los motores y dio inicio a su pequeña pero gran aventura.
Fijó rumbo directo al Sol, sus ansias aumentaban cada vez que veía a aquel astro acercarse más y más, hasta dejarlo reducido a menos que un enano.
Una vez se acercó lo suficiente comenzó a sentir el calor del Sol, esa sensación sacó una sonrisa en la cara del enano, en ese momento era realmente feliz, se sentía realizado, a sus ojos ya no era un simple enano, ahora era un viajero espacial, una entidad que superaba por lejos los logros de los enanos en la Tierra.
Pero había algo que el enano desconocía, la causa de la calidez del Sol, aquella calidez que terminó por devorarlo segundos después, hasta que solo quedaron cenizas, restos de un viaje que nadie más que él recordaría.
Las últimas palabras que cruzaron por su cabeza fueron las mismas que su madre ya le había dicho tantas veces: "tú estás hecho para grandes cosas".
