Es difícil ser mujer en una sociedad tan asquerosa como en la que vivo, recuerdo que toda la vida había sido codiciosa, quería mucho más de lo que siempre tuve y quizá esa sea una de las razones por las que me encuentro aquí... Moriré ante los ojos de gente que me ve como una escoria mientras sus labios murmullan palabras que a mí parecer son igual de repugnantes que ellos.
¿Cómo llegué aquí?
La historia es bastante graciosa, ¿Quieres oírla?Nací a ojos del pecado. Mi madre era una sirvienta de una casa noble y en aquel tiempo era muy normal saber que una sirvienta resultara embarazada de su amo, en estos casos ella tendría que haber sido despedida y echada a la calle, pero aquel hombre, dueño de la casa, amaba locamente a la mujer que me vió nacer. Cuando nací, la esposa de aquel hombre enloqueció al saber de mi existencia, él tuvo que tomar una decisión y no lo culpo por sus acciones. Fuí envíada a un orfanato lejos de toda civilización, las monjas que atendían el lugar me contaron toda esa historia y siempre me han recriminado el echo de ser producto de un pecado, a sus ojos, yo no era más que una basura que no sobreviviría ante el mundo exterior cuando tuviera la mayoría de edad, pues creían fielmente que jamás sería adoptada.
Pasaron los años y mi ambición por demostrar lo contrario de lo que creían de mi creció aún más, quería que vieran quien podía llegar a ser. Además de los nobles y la gente de la iglesia, a nadie más se le permitía aprender cosas como leer y escribir; oh, que genial sería aprender aquello para que vieran mi valor, los siguientes 5 años antes de mi cumpleaños número 18 solo me dediqué a elogiar a la madre superiora quién no estaba al tanto del maltrato de las otras monjas, la elogiaba con cosas como "Quisiera ser como usted" vaya que la mujer era ingenua y no dudó en abrirme la puerta al mundo del conocimiento. No era tonta, aprendí rápidamente de ella, ver la expresión sorpresiva de las personas mayores era exquisito porque sabía que nunca habían visto a alguien con tanto talento antes, sí que disfruté el momento en el que fuí trasladada al convento en lugar de ser echada a la calle como mucha gente creyó.
Estaba feliz de ser el centro de atención, lo fuí por mucho tiempo, di todo mi entusiasmo en aprender algo nuevo; debido a que estaba bajo las reglas de la iglesia, no evité convertirme en creyente y seguir fielmente las enseñanzas de un Dios, me divertí asombrando a todos con mi dedicación, pero eso no duró mucho. Siempre he pensado que en los momentos más felices, siempre hay algo que quiere arruinarlo, y para mí fortuna, esa desgracia caminaba, era inteligente e impresionaba a todo aquel que la mirase, era... ¿Hermosa?
Joy era su nombre, una chica que había llegado aquí no por los mismos méritos que yo, oh no, a ella se le permitió venir aquí solo por ser hermosa y lograr seducir a uno de los sacerdotes; ese era el rumor que se podía oír cuando aquella mujer pasaba triunfante por los pasillos del lugar.
¡Que pecado! ¿Un sacerdote podía caer tan bajo por una mujer? Sabía que los deseos carnales de la gente eran fuertes, no por nada los primeros hombres en tocar la tierra habían sido expulsados del Eden por el deseo y la codicia, estuve mucho tiempo pensando en eso; era un problema en mis estudios, no podía parar de pensar en aquello y aunque no debería de importarme en lo absoluto, lo hacía.
Cierto día mientras terminaba mis oraciones de rutina escuché un sollozo a lo lejos, era extraño, juraba que estaba sola. Con curiosidad se fue acercando al lugar del que provenía aquel sonido tan agudo, por un momento se sorprendió al ver el cabello rubio y corto de una mujer de espaldas, su sorpresa fue aún mayor cuando notó que llevaba puesta una túnica cómo la de ella pero la cofia no, eso era bastante irrespetuoso para alguien que sirve a la iglesia; cuando la mujer volteó, pudo notar los ojos azules característicos de Joy... ¿Entonces, eran ciertos aquellos rumores?
La chica rubia muy avergonzada se cubrió como pudo los cabellos con la cofia y limpió sus lágrimas antes de disculparse y salir corriendo sin decir nada más, era sorprendente ver algo así... Admiraba su valor para descubrir su cabeza en un lugar público; ella sufría de albinismo, algo raro para la sociedad de aquel entonces, además de su origen, sus rasgos pálidos siempre fueron causa de intimidación, por eso estaba tan feliz de que en la iglesia no tuviera que mostrar nada además de su piel pálida.
Esa noche se tuvo que ir a la cama con la incógnita de por qué aquella mujer estaba llorando en ese momento, ¿Le había pasado algo? a la mañana siguiente después de vestirse se puso a escribir algunas cosas en las que estuvo pensando, si en algo destacaba, eso era escribir, tenía una forma tan bella de ver el mundo que a muchos impresionaba, era su gran orgullo, sin embargo, su inspiración fue interrumpida por los suaves toques que llamaban a su puerta, ¿Quién podría ser tan temprano? Se preguntó la joven antes de acercarse y abrir la puerta esperando ver a alguien detrás de ella, pero en su lugar, se encontró solo con la ausencia de alguna alma, miró para todos lados antes de notar algo peculiar, ¿Una carta? levantó el sobre de papel que yacía en el suelo antes de volver a su escritorio curiosa por leer el contenido de aquella carta.
"Respetada mujer, lamento si los efectos de mis acciones perturbaron su momento sagrado el día de ayer bajo la luz de la luna, fue irrespetuoso de mi parte hacer esas cosas en un lugar de sumo respeto. Le pido amablemente que guarde este secreto, pues nadie más además de usted puede saberlo, no quisiera causar molestias con nuestras compañeras. Le mando un cordial saludo y gracias de ante mano por leer esto."
Eso era todo lo que decía aquella nota, al final se podía ver la firma de la chica rubia de la noche pasada, pero, ¿Por qué lo tenía que escribir? ¿Acaso no podía venir y hablar de eso frente a frente?; finalmente decidí no hacer más caso al asunto, no quería pecar a la hora de pensar en esa mujer. Tan pronto como pude decidí adentrarme en el comedor, pues ya era hora del desayuno. Las monjas comemos muy poco así que debíamos ser agradecidas con los alimentos, al menos eso creí hasta que ví a la misma persona de ojos azules llena de costales negros bajo los ojos; su rostro irradiaba una sonrisa hermosa, pero sus ojos no podían mentir, ella no estaba bien y cuál sea la razón por la que se encontraba llorando, la estaba lastimando mucho.
A la noche de ese día decidió empuñar su pluma y un poco de papel en donde apuntó su pensar sobre aquella mujer.
"Tenga por seguro que cumpliré con lo que describe en su carta, pero mi intelecto me deja ver qué usted está pasando por algo difícil, no tendría por qué entrometerme en algo fuera de mi comprensión, pero sería agradable saber la razón de su pesar."
Fue lo único que escribí antes de firmarla, ¡¿Que tontería estaba cometiendo?! Saber lo que a esa mujer le pasaba no estaba en sus planes, pero la curiosidad la mataba y quizá, ¿Se preocupaba? Ahí estamos de nuevo, ¿Por qué se preocuparía? Apenas la conocía y jamás han hablado, estaba completamente loca por hablar con tanta confianza por alguien a quien apenas conocía, pero ya era tarde, ya habían transcurrido unos minutos desde que había hecho llegar aquella carta a la chica de cabellos rubios.
Todo lo que le pasaba por la cabeza le dejó completamente agotada, por lo que no le costó conciliar el sueño. Pensaba que todo ese asunto se resolvería pronto y que de alguna forma lo olvidaría y se quedaría como un simple chiste, pero estaba muy equivocada al respecto.
Pasó un mes en donde las cartas siguieron llegando, en esas cartas logró entender mejor a Joy, ella era una mujer que se entregó a Dios, pero debido a su cercanía con el sacerdote todos pensaron que había algo extraño, y quizá sí lo había, pero ella jamás se entregó a aquel hombre; no pudo darse cuenta cuando se volvieron tan cercanas para comenzar a poner "Querida" antes de comenzar cada carta... Aunque todo se quedaba en aquellas cartas; durante su día en el convento no cruzaba ni una sola palabra con la de ojos azules, pues era visto como indecoroso que las mujeres dentro del lugar se pusieran a hablar entre ellas más allá del "Buenos días" y los respectivos honoríficos de cada una.
No supo el momento en el que su rostro dibujaba una pequeña y disimulada sonrisa cada vez que la veía pasar, la creía una buena amiga, la primera a decir verdad, aunque todo eso cambió con la carta que recibió una semana después de su última carta dedicada a la menor.
"Querida Meg, nuestro tiempo hablando a sido muy agradable, me ha echo sentir bien y he sentido que nuestra cercanía ha comenzado a llegar más allá de una simple amistad, por eso me gustaría invitarla está noche a ver las estrellas juntas, he leído sin fines de libros sobre astrología y sé que a usted le encantará cuando las vea, si es que acepta está irrespetuosa invitación, la veré bajo la gran campana, estoy segura de que le agradará."