Renna
Siete años antesCapítulo 59
Cuando abro los ojos, lo primero que veo es el cielo, un límpido cielo azul sobre el que el sol ya se impone. Siento la necesidad de girarme a un lado y escupir, pero tengo la garganta tan seca que no creo que hubiese salido más que aire. Intento concentrarme en mi respiración durante algunos segundos, procurando llevarla a un ritmo normal. Sólo entonces, comienzo a palpar cada una de las partes de mi cuerpo, buscando un rasguño, una herida abierta, algo que me indique el por qué me duele tanto todo el esqueleto. Sin embargo, no hallo nada. Me siento sucia, hambrienta, sedienta y destrozada, pero lo cierto es que estoy intacta.
Cuando consigo enfocar la vista, me atrevo a girar un poco la cabeza y así es como descubro que estoy tirada sobre el suelo en lo que parece una calle deshabitada. Hay otros bultos a mi alrededor, tardo un segundo en comprender que son cadáveres. No sólo me lo dice la imagen de ellos sobre el pavimento, sino también el hedor. Deben de llevar varias horas bajo el sol y el calor es bastante intenso.
Asustada, consigo incorporarme con suavidad. Todo mi entorno parece haber sufrido el paso de un batallón o el impacto de una bomba. La mayor parte de los edificios se han desmoronado y las piedras se han esparcido a diestro y siniestro por toda la calle. Mi posición está rodeada de ellas, así que no puedo más que preguntarme cómo he podido salir ilesa de tal derrumbe. Muevo el cuello a uno u otro lado, intentando recordar el por qué estoy aquí, dónde estoy, qué pasó y quién soy yo, pero no tengo respuesta a ninguna de esas preguntas. Antes del cielo azul que ahora contemplo, todo lo que guarda mi mente es oscuridad.
Miro hacia abajo y observo la ropa que llevo puesta, una camisa rasgada y unos pantalones de lino que alguna vez fueron de un color claro, pero que ahora están recubiertos de tierra y ceniza. A pesar de encontrarme en perfectas condiciones a simple vista, cada movimiento de cabeza me provoca unos leves mareos que me hacen cerrar los ojos durante algunos segundos.
No sé cuánto tiempo paso contemplando el ambiente, estrujándome el cerebro en busca de respuestas y procurando no moverme demasiado, pero llega un momento en que decido que hay que moverse. En la lejanía se escuchan voces que gritan y ríen, antes no las escuchaba, lo que quiere decir que andan cerca y, hasta que pueda averiguar lo que está pasando, lo mejor es que procure no cruzarme con nadie.
Reúno todas las fuerzas de que soy capaz y las utilizo para levantarme del suelo. Los adoquines bailan a mi alrededor, pero me acerco a un muro para apoyarme y esperar a que se estabilicen. Entonces es cuando me fijo en la carnicería en la que me encuentro. Cadáveres de hombres y mujeres, aunque principalmente de ellas, abiertos en canal, sangre por todas partes, ojos vidriosos abiertos, labios secos y magullados que se quedaron mudos en el último grito de auxilio... Siento una arcada y me tengo que inclinar a vomitar. Lo echo todo sobre el suelo sin importarme el lugar en el que me encuentro. Cuando me vuelvo a incorporar, parece que ya me siento algo mejor.
Procurando mirar lo menos posible en derredor, busco el cuerpo que mejor ha conservado su vestuario para hacerme con él y taparme. Las voces no han hecho acto de presencia todavía, pero no me gustaría que me descubrieran con el pecho al aire, es peligroso.
Una pobre joven que pareció morir en relativamente buenas condiciones lleva puesto un vestido oscuro que le llega hasta debajo de la rodilla. La tela se ha rasgado en un lado de la falda, pero me servirá.
Si creyera en alguna deidad, rezaría por el alma de la joven mientras la desvisto, pero no creo en nada o, si lo hago, no lo recuerdo, así que me limito a llevar a cabo mi tarea con rapidez y en silencio. En cuestión de minutos, la muchacha sobre el suelo yace desnuda de costado. Procuro taparla todo lo posible con mis prendas, pero no pierdo más el tiempo en ello. Una vez puesto el vestido, tomo la decisión de salir de este lugar.
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Tierra de huesos
FantasíaAura es sacerdotisa en la Iglesia de huesos. Su abuela la introdujo en el sacerdocio para protegerla de los hombres, pues en época de celo, lo único que puede garantizar la seguridad es la Marca de fe. Pero, un día, un curioso muchacho irrumpirá en...