~°~°~ Capítulo XXIX: El Misántropo ~°~°~
~°~Parte II~°~
—Mátame mi amor, al fin de cuentas, siempre he sido tuyo... así como tú eres mío. Los dos nos amaremos en la eternidad, con nuestras almas enredadas.
La corriente de aire se colaba entre las pequeñas vertientes del bosque. La fuerza de los vientos otoñales elevó la hojarasca recién depositada en el suelo, haciendo que la crin de los caballos se meciera, al igual que el cabello de los hombres que discutían a cierta distancia, apuntando uno al otro con armas de diferente calibre. Era difícil mantener los ojos enfocados, debido al polvo que levantó la ventisca.
La determinación de uno de ellos era más fuerte que cualquier elemento en ese instante.
Dos disparos.
Las aves alzaron vuelo lejos de sus lugares de percha, los roedores huyeron hacia la madriguera más próxima, la reacción de los habitantes del bosque era la esperada. De los equinos, la yegua más grande se elevó en sus patas traseras perdiendo el equilibrio y cayendo de costado, provocando una estruendosa caída de su jinete. La otra, la más joven, inició un trote desbocado, deteniéndose a unos cuantos metros. Radamanthys cayó de golpe al suelo, entre las gruesas ramas de los robles que sobresalían de la hojarasca; Valentine también sufrió la caída por la carrera de su yegua, directo a la corriente del río.
Las turbulentas aguas no tuvieron piedad.
Aturdido y confundido, el rubio intentó incorporarse, no logrando su cometido por un punzante dolor en su costado. Se tocaba el abdomen en diferentes puntos, revisando si tenía alguna herida abierta. La sangre seca que tenía en sus manos y ropa no le ayudaba a discernir con certeza. Con su mirada buscó a su adversario, sin tener éxito, ¿se estaría escabullendo de él? Acaso, ¿le tendería otra trampa? Había escuchado dos disparos, estaba muy seguro de ello; pero él no apretó el gatillo.
De los matorrales, como si de un fantasma se tratase, apareció la guardiana de la familia.
—Erda... ¿Qué haces aquí? Te dije qué—
—Lo protejo mi señor —interrumpió, directa y solemne. —De no hacerlo, usted estaría muerto.
La mujer les había dado alcance de manera sigilosa. Nunca había confiado en Valentine, ese presentimiento se lo transmitió a la señora de la casa, quien escuchó el consejo sabia y oportunamente, a diferencia de su hijo. Como siempre, ella no era un soldado que se limitaba a seguir órdenes, era un ser con habilidades que actuaba según su juicio, con tal de cumplir su objetivo principal: proteger a la familia Gastrell.
La vista de águila de Erda le hizo darse cuenta que el único Beaufoy estaba determinado a matar, y analizó un segundo sobre la escopeta que llevaba Radamanthys; aunque la estuviera sosteniendo de la manera adecuada, tuvo la percepción de que ésta no se encontraba con municiones.
Un disparo, limpio y certero. Medio segundo antes que la glock 42. Tiempo suficiente para salvarle la vida al legítimo heredero. Afortunadamente, éste no logró ver la perforación que el último de los Beaufoy recibió justo en mitad de su frente.
—No me creas inútil, yo podía encargarme de él —dirigió su mirada, nublada, hacia el río, buscando. No había señales de su primo. Intentó levantarse nuevamente, pero el punzante dolor no se lo permitió. Se quejó sonoramente, le costaba respirar. Erda le indicó que no se esforzara, que llamaría a alguien para que lo atendieran. —No puedo esperar, ¡mi familia está en peligro! ¡El maldito lo hizo, tengo que salvarlos!
Con esta última premisa, cayó desmayado, perdiendo el conocimiento.
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Drákos Agóra
Fiksi PenggemarPelea de Dragones ¿Qué tienen en común un abogado inglés y un biólogo griego? Diferentes eventos casuales los obligó a tolerarse, y el dinamismo de la vida los hizo experimentar un sin fin de situaciones que los ayudó a encontrar una dirección hacia...