Capítulo 34

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—Por favor, pasa —la invité a entrar en el local y cerré la puerta cuando pasó por mi lado—. Ven por aquí. ¿Se te ofrece algo de tomar? —le guié a la mesa y nos sentamos una en frente de la otra.

—Un jugo de naranja está bien, gracias —sonrió cortésmente y de inmediato el rubio se apresuró en preparar el pedido. 

—Bueno... ¿Cómo sabías que trabajaba aquí? —miré atentamente manteniendo las manos cruzadas sobre el borde de la mesa, intrigada por su inesperada visita.

—Stephen me lo dijo —soltó solamente y calló cuando Sophie nos entregó su bebida y un café para mí. Le agradecí por la amabilidad y al irse volví a centrar mi atención en Christine—. Tengo entendido que te vas de la ciudad por una temporada.

—Sí, me ha surgido una emergencia que no puedo desatender —evité los detalles, puesto que no la conocía mucho y no quería ser indiscreta.

—No hace falta que lo ocultes, me han contado más o menos el por qué de tu partida. Puedes hablar con total honestidad, soy una tumba —alzó una mano inofensivamente. 

Lo pensé por unos momentos hasta que decidí concederle el beneficio de la duda y confiar en su palabra. Después de todo, era una buena amiga de Stephen. 

—Bien, ¿qué quieres saber?

—¿Por qué te vas? 

—Se supone que ya lo sabes, ¿no? —estaba confundida por la pregunta.

—Mira, Avril. Tú y yo no nos conocemos mucho. Lo que sé de ti es lo que he oído de Stephen. Tranquila, ninguna intimidad ha salido de su boca, no es de esos que andan contando secretos ajenos.

—No lo dudaba tampoco —sonreí ligeramente al imaginarlo.

—¿Lo quieres, verdad?

Mis ojos se movieron como un resorte y miraron a la mujer sonriente sentada delante de mí. En aquel momento yo ya estaba roja como un tomate por la vergüenza de que una "casi" desconocida lo haya descubierto tan fácilmente. 

—No te apenes, es más que obvio. Pero déjame decirte que te admiro por saber aguantar a la arrogancia hecha persona —reímos a la vez por la ocurrencia. En ese momento a cierto doctor le debían estar pitando los oídos bastante fuerte. 

—Bueno, al principio no lo podía ni ver, si te soy sincera —reí al recordar nuestro primer encuentro y las primeras semanas de convivencia en el santuario.  

—No está muy bien en estos momentos. Lo sabes, ¿verdad?

Remplacé mi sonrisa por una mueca seria y triste. Desde el día anterior llevaba discutiendo con él casi todo el tiempo. Intentaba convencerme para que me quedara, que aquella era mi casa y no tenía por qué irme si no quería. Pero no era cuestión de querer, sino de deber. Así que evitaba tener que hablar de ese tema con él por que sabía que no terminaría en buenos términos. Pensábamos de manera diferente en aquella ocasión y no íbamos a sacar nada en claro. 

—Lo sé. No está de acuerdo conmigo en mi decisión.

—Perdona si te ofende, pero en esto le doy la razón al doctor egocéntrico —alcé una ceja ante sus palabras—. Entiendo que quieres hacer lo mejor para todos, pero creo que es una decisión bastante precipitada y que no has pensado con claridad.

—No tengo demasiado tiempo para pensarlo tampoco. Mordo podría atacar en cualquier momento y a saber si decide causar una catástrofe aún mayor. No se va a dar por vencido. Si me desaparezco, las cosas irán mucho mejor. 

—Es imposible hacerte cambiar de opinión, ¿verdad? —asentí. Suspiró negando con la cabeza—. Ahora resulta que tengo que lidiar con alguien que se parece demasiado a Stephen. ¡Qué suerte la mía!

Sonreí apenada por su tono irónico. Pero tenía razón, una vez tomo una decisión, ya no hay nadie que pueda hacer que cambie de idea. Para bien o para mal...

—¿Te puedo dar un consejo? 

—Adelante —hice un gesto con la mano, alentándola a hablar. 

—No te vayas sin decirle a Stephen lo que sientes de verdad. 

Aquello me sentó peor de lo que me esperaba. Negué con la cabeza, fijando la mirada en el suelo.

—No puedo hacer eso.

—¿Por qué no? Él no tiene ni idea y seguro que las cosas podrían cambiar si–

—Eso sería lo peor que podría hacer en mi vida —intenté que la voz no se me quebrara en el intento. Ante su mirada confundida decidí seguir—. Sabiendo que me tengo que marchar y decirle lo que siento antes de hacerlo sería muy cruel. En el mejor de los casos solo me heriría a mí misma. En el más remoto y doloroso, sí me correspondiera... Sería doloroso para los dos. Tanto él, que se quedaría atrás, y yo que seguiría sola mi camino hasta no se sabe cuánto tiempo. No, eso sí que sería muy egoísta por mi parte, ¿no crees?

No dijo nada pero me dio a entender que se mostraba de acuerdo con un asentimiento de cabeza mientras miraba la calzada, pensativamente. 

—Bueno, mi consejo lo dejo en el aire. Por si decides seguirlo —sonrió volviendo la vista hacia mí—. Creo que ya es hora de marcharme, me esperan en casa y no quiero molestarte más —se levantó de su asiento y yo hice lo mismo.   

—Descuida, fue agradable tu visita —en verdad, hablar con ella me hizo mucho bien para desahogar mis pensamientos. 

—Un gusto conocerte y que te vaya muy bien en tu viaje, Avril —me estrechó la mano cuando se la tendí—. Ojalá podamos encontrarnos otro día y tomar un café, como amigas.

—Eso está hecho. Muchas gracias, por la charla —sonreí.

—Puedes compensármelo llegando el día de mi boda el año que viene agarrada del brazo de Stephen. Sí, me caso con mi prometido, Charlie —aclaró al ver mi sorprendida expresión. No tenía ni idea de que estaba saliendo con alguien.

—No sé en qué andaré el año que viene, pero cuenta conmigo —abrió la puerta y alzó la mano para despedirse al salir. 

—¡Eso espero! ¡Nos vemos y cuídate mucho!

Me despedí de ella y la vi perderse entre la multitud por las bulliciosas calles de Nueva York, feliz de haber hecho una nueva amistad. Pero desolada por lo que me esperaba al día siguiente, el cual sería uno de los días más tristes de mi vida.   

𝐓𝐡𝐞 𝐌𝐚𝐠𝐢𝐜 𝐈𝐧 𝐘𝐨𝐮 || 𝐃𝐫. 𝐒𝐭𝐫𝐚𝐧𝐠𝐞 𝐱 𝐎𝐜 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora