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CAPÍTULO
TREINTA Y DOS

     EL SELLO QUE MANTUVO A LA HEREDERA UZUMAKI COMPLETAMENTE ajena a su verdadera naturaleza, estaba peligrando. Los ojos de cielo, sin duda, le estaban arrastrandola a una inminente muerte incluso aunque no tenía idea del poder que habitaba en su interior. Tobirama, por primera vez, sintió miedo. Ese miedo que se apodera de tu alma y te congela sin piedad o compasión. El solo hecho de pensar en la muerte de la mujer que amaba, bastaba para cortarte de un solo tazo lo poquito de su escencia que lo mantenía vivo. Hashirama, por su parte, se mantenía esperanzado. Entendía la situación en una medida muy básica; que la princesa Uzumaki necesitaba, por lo menos, despertar y dominar el poder demoníaco si era que deseaba sobrevivir. Aunque, al mismo tiempo, todo se les ponía cuesta arriba. La esperanza de revivir y permanecer vivos —de verdad— en el presente, se veía muy lejana. Casi remota. Si todas las soluciones recaían únicamente en el phoenix, aún cuando esto implaca la desapareción de la Uzumaki, ¿qué debían hacer? Debía haber una solución, sin duda, claro que sí, ¿pero cuál?

— Volver a casa se siente genial —el ninja rubio de voz chillona, se dió un estirón y cayó en un golpe tosco en el sofá de la sala principal. Dio un bostezo y volvió el rostro hacia su padre, quien sostenía en sus brazos al bebé. A su sobrino.

Hacía unas horas que, por la delicada condición de su hermana, se vieron en la penosa necesidad de regresar. Claro que, si se lo preguntaban a él, no podía estar más contento de retornar a la aldea. Vamos, ¿quién en su maldito y jodido sano juicio era capaz de confiar en Madara Uchiha? Cosas horribles, inhumanas y espantas se decían de él aún años después de su supuesta desaparición, por lo que no entendía cómo era posible que alguien tan bueno e inteligente como el primer Hokage, confiaba en él de una manera tan ciega. Completamente a ciegas. Era una locura. Es decir, en un principio sí que creyó que, quizás, era una buena solución buscar algo de apoyo por allí, pero después de verlo en persona y escuchar todas esas cosas raras que dijo acerca de su melliza... Hmm, raro.  Muy raro. No era posible, al menos para Naruto, confiar en el legendario Madara Uchiha. Y que Hashirama lo perdonara.

— Venga, Naruto —su madre, Kushina, le lanzó un manotazo por el hombro y le tiró de la chaqueta, poniéndolo de pie sin esfuerzo algo—. Apestas. La familia te agradecería si te tomas una ducha.

— Pero, mamá...

— ¡Nada de peros, jovencito!

Justo en ese momento, antes de poder decir algo más, la abuela Tsunade hizo acto de presencia. Venía bajando las escaleras cuando Kushina se disponía a lanzarle otro golpecito a su hijo. Por suerte.

— Se ha quedado dormida —dijo la mujer, a todos los presentes. Su rostro era de preocupación total, no importaba cuánto se esforzara por mantener una imágen relajada y neutral—. Que descanse todo lo que pueda. Lo necesita. Mientras tanto, mi abuelo y yo estaremos todo lo que sea necesario para tratar la situación del phoenix. Por lo menos para mantenerla con vida.

— ¿Por lo menos? —con su nieto en brazos, Minato dió unos pocos pasos hasta detenerse frente a la ninja médico—. Tsunade, debemos hacer que mi hija viva. Es tan jóven mi princesa. ¡Ella no eligió esto! Me pregunto, ¿por qué debe ser víctima de un destino tan amargo que ella no eligió?

— Tranquilo, cariño —ahogada en llanto, porque no pudo contenerse, Kushina recargó la cabeza en el hombro de su esposo—. Nuestra hija es fuerte. Podrá con esto. No, mejor dicho, ella podrá con todo.

Tsunade tensó una sonrisa. No dijo nada más.

.

— Cabeza hueca.

Tobirama sujetó la mano de su cabeza hueca al verla despertar. Ya había anochecido cuando la rubia Uzumaki despertó. Con un mejor semblante gracias a las medicinas proporcionadas por la abuela Tsunade, Phoenix se sintió relativamente mejor y en su condición, eso era algo. Mucho.

Nix se incorporó con debilidad, agradecida de no sentir ese horrible dolor de cabeza que la torturó vilmente durante horas. Sus extremidades ya no se sentían de plomo. Tenía mucha sed.

— El bebé —dijo ella, dejando en la mesita de noche un vaso con agua medio vacío. La sensación fresca en los labios le reconfortó—. ¿Cómo está mi niño? Lo extraño mucho.

— Estoy completamente seguro que él te extraña a ti, mi amor —con cariño y delicadeza, casi como si sintiera miedo de romperla, Tobirama le depositó un pequeño beso en el dorso de la mano derecha—. Dime, ¿cómo te sientes?

— Estoy bien —le sonrió, dándole fuerza a su respuesta. Aunque, siendo honesta consigo misma, ni ella entendía a ciencia cierta cómo se estaba sintiendo en ese momento. ¿Qué era, en nombre de todas las deidades, lo que sentía? En su interior, muy pero muy dentro de ella. Casi en su alma. Era como si algo se estuviera abriendo, rompiendo, en su interior.

Tobirama no le creyó, pero prefirió no insistir.

— Sin embargo —ella continuó, mirando sus manos con cierta tensión que se le tomó en la voz. Tomó aire—, es esta situación con Madara Uchiha lo que me tiene cabezona. Hay un lazo muy fuerte que me une a él. Una conexión que ni yo misma logro entender, Tobirama. Y me asusta.

— ¿Qué es lo que te asusta? —quiso saber él. La sola mención de ese nombre le llenaba el alma de ponzoña.

—  Todo lo que creía saber de mí se está tambaleando. Porque, no soy tonta, Tobirama; sé que hay algo muy poderoso dentro de mí. Y luego están estos sueños... Estoy teniendo sueños muy lúcidos y vividos en los que, es como si... no lo sé. Alguien me contara mi propia historia. Sé que no soy esta yo, de esta vida, pero, a final de cuentas, sigo siendo yo. De alguna manera, quiero decir.

Tobirama no dijo nada.

Ella continuó.

— También me da miedo morir. Sé que suena estúpido, pero no quiero morir. No todavía. Mi hijo me necesita, Tobirama. Si muero, ¿qué será del bebé? Te juro que en mi mente cabía la enorme posibilidad de que Madara Uchiha los ayudara a vivir en el presente. Yo en serio pensaba que todo estaría bien; que seríamos una hermosa familia y que nada malo sucedería. Sin embargo, para mi mala suerte, mira en donde estoy. Mira en dónde estamos. Con muchas preguntas y sin ninguna puta respuesta.

— No podemos redirnos tan fácilmente. Vamos, ¿en dónde quedó mi testaruda e infalible cabeza hueca que no se deja vencer por absolutamente nada ni nadie? Escúchame bien, Phoenix; no te permito rendirte. Porque si tú, mi amor, te rindes, no quedará nada para mí. Rendirse no es una opción para nosotros, ¿de acuerdo?

— Es solo que, he estado pensando, ¿y si esto dentro de mí acaba conmigo? ¿Y si muero?

La princesa Uzumaki soltó una risita.

— Bueno, pensándolo bien, incluso si muero, no podría arrepentirme jamás de haber visitado el pasado. Suponiendo que fue el salto en el tiempo lo que alteró esto dentro de mí. Conocerte, llegar a ti, ha sido lo más maravilloso que ha podido sucederme en toda mi vida. Y, sin duda, incluso en estas volubles circunstancias, volvería a hacerlo una, otra, otra y otra vez si con eso llego a tus brazos, Tobirama.

tempus . tobirama senjuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora