Esa noche, la luna yacía en la parte más alta del cielo. Compartía espacio entre nubes y aves nocturnas, cubierta por el gris de la bruma; cómplice de una silueta soluble de oscuridad que inquietaba a quien más se alejaba de la fogata.
Las sombras de las historias quedaban grabadas en el terreno, unidas en un mismo sonido alrededor del fuego que, en un tono muy suave, se deslizaba por la madera de cualquier árbol que allí había. Vibraba por encima de las hojas de cada rama, de la base al tramo más alargado en el ápice, y desaparecía junto al aire con sutileza.
La imagen del lugar, vista desde lo alto, mostraba un pequeño anillo de luz ubicado en el centro. Estaba rodeado por muros rejados discontinuos: columnas ruinosas de roca tan densa como ninguna, talladas a partir del granito o tal vez mármol, y rejas metálicas deformes que el tiempo había tirado a un lado con ayuda.
La penumbra alrededor mezclaba negro y vegetación en tonos de bajo contraste. Absorbía gran parte, pero no todo lo que allí habitaba. Disimulaba, a medias, la figura de un "alguien" abrazado al costado de un árbol de pino, con su cara cubierta a la mitad por el tronco; apenas iluminada por la difuminación de las chispas.
A esa distancia, rara vez podías oír susurros entre quienes rodeaban los leños ardiendo. Juntos bajo un mismo sonido, se perdían entre aquel árbol y la luz. La interrupción de las vibraciones en la corteza obligaba a esa persona a prestar mayor atención, a riesgo de no percibir nada más. Continuó escuchando, y mientras lo hacía, alguien se aseguraba de no causar tanto ruido al moverse entre el boscaje a sus espaldas.
Dejó ir un suspiro tan pronto como sintió las patas de un bicho que surcaba la madera: delgado y gris, moteado de negro. Con cuidado, adaptó sus manos a la curvatura del tronco para facilitarle el paso, aunque solo se tratara de un insecto.
Sintió que no parecía peligroso, no como una hormiga bala (Paraponera clavata), utilizada en la ceremonia de iniciación y con la cual podría haber estado relacionado en algún momento de su vida. Aun así, la incertidumbre lo invadió. Cerró los ojos y apartó el rostro, por lo menos hasta dejar de sentir las diminutas patas que recorrían su piel. Pensaba que si se movía estaría acabado.
Siempre era preferible evitar conflictos, y lo dejó claro cuando decidió no agitar la mano. Todo parecía metódico para aquellos que dejaban las ruinas. Quizás esa era la razón por la cual solo él merodeaba el bosque.
Cayó absorto. Mientras se esforzaba por escuchar, entrecerró el ojo más externo al tronco, dejando una rendija delgada por la cual apenas se filtraba la luz de las luciérnagas. «El sonido reapareció...», susurró a la corteza. Aquella extraña percepción lo envolvía en una nube de ideas, pero una mano pálida lo interrumpió al posarse en su hombro. Reprimió un salto; su corazón se aceleró a causa de los pequeños dedos que sobresalían de la manga de un suéter.
—¿Qué haces? —preguntó una voz suave que el silencio intensificó. Segundos después, se perdería en el aire, el único tono que la sustituiría.
Ante la sorpresa, él tragó hondo para calmar las ansias. Hizo una de esas cosas que sirven para disimular el miedo y respondió con la típica naturalidad de alguien que sabe quién está detrás.
—Intento averiguar algo... —explicó apartándose del tronco. La escena resultaba extraña a sus ojos, y era probable que a los de cualquiera—. ¿Qué quieres? ¿Por qué no estás con los demás?
—¿Hablando con los árboles? —respondió ella con una sonrisa, desviando su mirada hacia el verde y luego al azul del cielo—. Sabes, no es asunto mío, de verdad. A mí me encantan. Es natural que la mayoría tenga miedo en esta situación, pero, ¿abrazar un árbol?
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Evermore: niños perdidos
FantasyJóvenes brujos, herederos de las antiguas castas del Egni, se encuentran reunidos de manera inesperada en un enigmático bosque, cuyas puertas solo se abren a quienes han alcanzado cierta edad. A medida que desentrañan sus conexiones ancestrales y do...