Primer compás: Mis chicas
Al principio Gerard entraba por la puerta. Koala corría a sus pies y yo la seguía con Marina en mis brazos. "Aquí están mis chicas" exclamaba. Nos daba un beso a cada una en la frente. Era mi momento de alivio del día, mi supositorio de felicidad.
Por las mañanas, cuando Gerard dejaba el poso de café y el biberón de Marina ya vacío, la soledad me pesaba.
Sus balbuceos pidiéndome atención me agotaban.
Sus brazos extendidos exigiéndome que la cogiera me abrumaban.
Sus lloros arrancándome de la cama me angustiaban.
Su sonrisa inocente me hacía sentir culpable.
Todo el tiempo sentía que estaba en un examen y que cualquier error podía ser de vida o muerte. A veces sentía la necesidad de agarrar a Marina y llevársela a mi madre. De volver a mi ansiada tranquilidad, que transcurriera un latido de corazón sin sentir desazón.
Y con la perra, todo se volvía mucho más complicado. En una mano el carrito, en la otra la correa. Marina llorando y Koala tirando para cazar una paloma o ladrarle a otro perro. A veces se me escapaba la correa, otras el carrito. Cualquier día podía ser fatal.
Arrastraba el cansancio como si llevara mi propio cadáver a cuestas, y a veces lo parecía con aquellas ojeras que casi parecían moratones, el sudor rancio pegado a la piel y el cabello grasoso de ducharme una vez a la semana, o menos. No sentía ninguna necesidad más que la de comer, cagar y dormir, sobre todo la última.
Quería dormir, dormir y dormir. Vivía en la eterna somnolencia. Parecía una narcoléptica —o el cadáver que nunca encontraba la zanja, bolsa de basura, cubo con ácido sulfúrico o contenedor—, siempre me despertaba sobresaltada pensando en Marina y no recordaba cómo había llegado al sofá, o por qué estaba abrazada a Koala, o tumbada en el suelo o por qué Marina dormía a mi lado en la cama con lo peligroso que era. En mis pesadillas y en mi vívida imaginación flotaba la proyección de una niña saliendo de la cuna, y luego a la terraza y luego a la barandilla y luego al suelo, hecha picadillo como si fuera mermelada. También le veía estampando el mando de la tele y luego tragándose sus botones desparramados: 4, 3, PLAY, STOP. O llegando al armario de los productos de limpieza, siendo capaz de mover una silla y subiéndose ella sola, todo para luego beberse el fregasuelos como si fuera un borracho dándole a una botella de whisky. O arrancando los protectores de los enchufes y metiendo los dedos. Lo fácil que era que un bebé se matase a sí mismo y lo difícil que era para un adulto. No sabía qué era peor; si tener a Marina en brazos todo el día, con el consecuente dolor de brazos y de cadera, exigente por descubrir el mundo, haciéndole de guía turística, o que cuando empezó a caminar se llevase el mundo a la boca y tener que hacerle de socorrista. Era el cinturón de seguridad, el quitamiedos, la barandilla de la escalera a la que agarrarse, el flotador, el casco.
Un día dejé a Marina llorando tanto tiempo que una vecina llamó al timbre. Siempre me miraba con mala cara y me regañaba como si fuera mi abuela, pero la abuela cuyo nieto favorito no eres tú. Se le llenaba la asquerosa dentadura postiza diciéndome lo que tenía que hacer. Se pensaba que la había dejado sola en casa. A veces lo hacía cuando tenía que sacar a Koala a hacer sus necesidades. Me despersonalizada de mí misma, porque luego venían a mí todas esas proyecciones y volvía a casa casi corriendo, como si me hubiera dejado una olla hirviendo.
La única prueba que me confirmaba que seguía viva era el alcohol quemando la garganta o el orgasmo. No sé qué vino antes, si las páginas porno o los gintonics. Gerard consiguió un ordenador de segunda mano, un mastodonte blanco que plantamos en la habitación, y yo gané una botella de ginebra en un sorteo. Ofertas, mi nueva afición favorita. Mi madre habría estado orgullosa. Vales de descuento, 3x2, sorteos de viaje al Caribe que nunca ganaba, rasca y gana, el sueldo de por vida. Algún día me tocarían dos millones y dejaría de rellenar los restos de champú con agua, de reutilizar el aceite, de meterme puñados de sobres en los bolsillos de kétchup y de mayonesa del McDonalds, de llevarme los botecitos de muestra de colonia barata, de usar el abrigo en invierno en casa, de remendar los calcetines agujereados, o de aceptar los tupper de mi madre en los que no sabía si me había escupido o no.
Los vasos sucios, los platos y los biberones sin esterilizar se acumulaban en el fregadero hasta quedarse sin hueco. En las esquinas se formaban telarañas de un futuro perdido. Mi cabello taponaba el desagüe de la ducha. Y nunca aparecía ningún duende mágico a arreglar el desastre.
Lina, la madre adolescente primeriza con su pequeña sirenita. Casada y viviendo un feliz matrimonio, lo que siempre había querido. Ya era una actriz con carrera, me había aprendido todos los papeles, especialmente el de madre abnegada y esposa entregada. Tenía que hacerlo, sobre todo delante de mis padres, demostrarles que no me arrepentía de nada. Mi madre era el espejo en el que me miraba. "Si fuera como tú, me suicidaría". Era para reírse.
Al final, Gerard entraba por la puerta y Koala corría a sus pies seguida de Marina con sus pasos torpes e inestables. Dos besos en la frente y un tercero que llegaba a domicilio hasta mi cuerpo tirado en el sofá.
"Mis chicas" decía Gerard y yo lo odiaba. Lo odiaba porque aunque trabajara para sacarnos adelante, aunque paseara a Koala mañanas y tardes, aunque me ayudara a bañar a Marina, aunque le diera la cena y la acostara, se pensaba que su deuda como padre y marido ya estaba saldada. Cuando lloraba a las tres de la mañana tenía que levantarme. Él seguía durmiendo como si nada mientras yo corría con la emergencia de un bombero yendo a apagar un incendio. Mi deuda era una hipoteca de aquí a diecisiete años como poco.
¡Hola! Espero que os haya gustado el capítulo y os animéis a dejar vuestras impresiones. Lina entra en una nueva etapa y estoy emocionada con lo que está por venir, Gerard y otros personajes nuevos (regresarán algunos viejos también) tendrán más protagonismo en esta parte. ¿Qué creéis que le deparará a Lina?
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Al otro lado del silencio
Narrativa generaleSi no tenía el bebé sería considerada una asesina, pero si lo tenía sería una suicida. *** Ninguna persona debería verse obligada a tener un hijo que no quiere, eso es lo que le había dicho su novio. Lina hubiera abortado. ¿Pero cómo? Iba a ser un m...