Verdades agrias

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Luka abrió la puerta de la habitación con tanta fuerza que Juleka dio un brinco del susto. Se quitó sus audífonos y miró a su hermano con el mismo miedo del ruido que le provocó el salto. 

—Luka, ¿qué pasa?— Preguntó la menor de los Couffaine, levantándose con prisa, dejando su celular reproduciendo la canción que escuchaba en ese momento al darse cuenta de que su hermano estaba llorando.

—¡Marinette lo sabe! ¡Llegó conmigo a la hora del receso y me preguntó si me había sentido alguna vez inconforme con mi cuerpo!

Juleka quedó estupefacta, con las manos frías, negando la con la cabeza

—Eso es imposible, el único que lo sabe es Adrien Agreste

—¡No estoy mintiendo!— Y dicho esto, Luka se tiró de rodillas al suelo, empezando su llanto imparable, a lo que Juleka se agachó para darle consuelo y abrazarlo con fuerza.

—No mientes, yo lo sé... pero debemos averiguar cómo se enteró— dijo la chica de larga melena, cada vez más preocupada por la hiperventilación de su hermano.

—¡Nadie debía saber! ¡Empecé el tratamiento cuando teníamos 13 años! ¡Nadie lo sabía!

—Calma, ya— Juleka ya no tenía otra palabra en la boca mas que esa, en la que susurró en el oído de su hermano mellizo. Cerró los ojos.

Aún recordaba cuando cumplieron los diez años. Ella pidió de regalo de cumpleaños un murciélago y su hermano, que le cambiaran el nombre a Luka. Desde siempre se había sabido entre los Couffaine que Luka había nacido con el cuerpo incorrecto, con un odio repulsivo hacia todo aquello que lo hacía ser biológicamente una chica. Fue por eso que a los 13 años se armó de valor y de la mano de Juleka le confesó a su madre que era un chico, y pocos meses después comenzó su tratamiento hormonal después de un montón de exámenes de sangre y papeleo que garantizaba que su madre estaba consciente y que apoyaba moral y legalmente a Luka.

Por otra parte de la ciudad, el Maestro Fu, incómodo con la situación de hace unos días, empezaba a leer y leer acerca del asignamiento, o mejor dicho, corrección de cuerpo. Sabía que era magia era peligrosa, en exceso incluso, pero lo valía. 

La felicidad de Mortimer valía más que cualquier otra cosa. Aunque claro, eso significaba tener que esconder los miráculos consigo nuevamente, tanto el de Chat Noir como el de Ladybug. 

Era arriesgado tomando en cuenta que el de Hawk Moth seguiría libre, pero confiaba en que una vez sellados aquellos miráculos, el villano parisino no volvería a atacar la ciudad durante el tiempo suficiente hasta que pudiera aparecer una Ladybug nueva que protegiera a los ciudadanos.

Fue entonces cuando finalmente, tras un par de intentos fallidos, miró la pócima y asintió con la cabeza.

—Esperaré el momento correcto para traerte a la vida y que seas feliz como debes serlo, Mortimer— dijo el maestro Fu en sus pensamientos a voz alta, ignorando el hecho de que su kwami de tortuga hacía una mueca.

Las horas pasaron rápido, y por ciertos lares de la ciudad, Marinette tocaba la puerta de la lujosa suite de Chloé Bourgeois. Fue ahí cuando, al abrirse la puerta, Chloé admiró a quien consideraba hasta hace poco su archienemiga, pero ahora, sin quererlo, se convertía en su "aliada". 

Desde que Mortimer había llegado y eventualmente desaparecido de su vida, Chloé ya no contaba con interés mínimo en Adrien Agreste, y con ello la rivalidad que tenía con Dupain-Cheng. 

—Hola, Chlo— Sonrió Mortimer en su cuerpo femenino, con un sonrojo en su rostro y el corazón latiéndole a mil por hora

—Pasa— fue lo único que dijo la rubia, retirándose de la puerta, dejando pasar a Marinette.

—Hace mucho no entraba a tu habitación, ¡le pusiste marmol nuevo a tu recámara!— decía la "chica" de dos coletas, admirando el suelo

Chloé parpadeó confundida

—¿Cuándo estuviste aquí?

Marinette cayó en cuenta de su error y sin poderer remediarlo, cambió de tema

—Ah... ¡Uy! Se me olvidaba, traje algo— Marinette hurgó en su mochila un par de segundos extra para ganar tiempo e intentar distraer a la reina, para después sacar de un pequeño bolsillo un pinta uñas nuevo. —Te lo traje de regalo—

Chloé lo tomó con su dedos, cuales, casualmente, en ese momento de su vida no llevaban esmalte encima.

Era hermoso. Un leve tono dorado con brillos exagerados y un olor raro, pero delicioso.

—Gracias— dijo seca

Pese a ser la única palabra pronunciada de su boca, para Marinette significó mucho, pues Chloé nunca le había dicho "gracias". 

Fue en ese momento cuando fue rubia alzó la mirada hacia Dupain-Cheng, quien también le regresó la vista. Chloé quedó quieta, casi sin poder respirar. Eran esos ojos, los ojos de Mortimer. 

—Me recuerdas mucho a él— soltó sin miedo, sin temor a las consecuencias

Marinette sintió un puñetazo en el estómago. Sí, lo había olvidado... en ese momento no se veía ni parecía nada a lo que fue de su mejor época... no era Mortimer. Sin embargo, contuvo la calma y sonrió, tomándole una mano, acercándose un poco, con una pequeña lágrima que aún atrapada entre sus párpados podía verse brillar con la luz de la habitación.

—Puedo serlo si quieres—

Chloé separó los labios para tomar aire.

—¿Cómo lo serías?

—Chlo... desde hace tiempo me di cuenta de que no eres lo que siempre aparentas ser. En realidad eres una niña muy dulce y amorosa, y solo necesitas eso, dulzura y amor. Lo sé porque... porque... porque de alguna manera, a mi me gustaría ser el caballero que te rescate. Sé perfectamente que eso es lo que has estado buscando todo este tiempo, que alguien te rescate. Y sí, quizás necesitas trabajar tú sola algunos aspectos, pero... quiero ayudarte. ¿Me prestas las tijeras de ahí?

No había terminado la pregunta cuando le soltó la mano a Chloé y se acercó a la mesa donde yacían las tijeras, de mango negro y afiladas hojas. 

En un abrir y cerrar de ojos, Marinette se había cortado el cabello.

Fue en ese momento cuando Chloé abrió los ojos como platos.

Era el mismo peinado de Mortimer.

No pudo evitar abalanzarse sobre Marinette, robándole un beso. 

À l'inverse ; Male!Marinette  {Chloenette} {MLB}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora