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Thaile.

Por fin llegó el gran día. Me levanto antes de que salga el sol, con la adrenalina en las venas y el objetivo claro en mente. Me visto con un conjunto deportivo y tenis cómodos, asegurándome de tener todos los juguetes que necesitaré para la misión. Con un último vistazo a mi equipo, salgo sigilosamente, evitando despertar a los demás.

El sedán clásico ruge bajo el capó mientras arranco y me dirijo hacia la ciudad. El sol aún no ha salido cuando estaciono a unas pocas cuadras del salón de eventos. Desde aquí, observo a través del retrovisor, esperando el momento exacto para actuar. La boda está programada para las once de la mañana y el reloj avanza inexorablemente hacia la hora decisiva.

Finalmente, veo la camioneta blindada que transporta al senador girar la esquina. El motor de mi coche resuena mientras arranco bruscamente y me coloco en medio de la calle, bloqueando su paso. El tráfico detrás de ellos se detiene en un caos total, con bocinas y murmullos de los transeúntes que se detienen a observar la escena.

Mi corazón late con fuerza mientras me bajo del coche. El gorila de Marc se baja también, sacando su revólver en un movimiento rápido. No pierdo ni un segundo y saco mi taser, apuntando con precisión antes de que pueda reaccionar. La descarga eléctrica lo golpea con brutalidad, y lo veo caer al suelo, temblando incontrolablemente. Le quito el arma y el radio, que aún emite una señal de alerta de refuerzos, y me apresuro a continuar.

Con pasos firmes y decididos, me dirijo a la parte trasera de la camioneta blindada. Golpeo el vidrio con mis nudillos, el sonido reverberando en el silencio tenso del momento. El vidrio se baja lentamente, revelando los ojos azules de Marc, que parpadean con incredulidad y miedo. Siento que mi corazón se acelera, no solo por la tensión, sino también por la extraña familiaridad que esos ojos provocan.

—Hola, chérie —le sonrío con ironía, dejando que mi voz cargada de rencor llene el aire—. ¡Abajo!

La orden sale con firmeza y Marc, con las manos en alto, baja lentamente del vehículo. Su respiración es agitada y su rostro muestra una mezcla de sorpresa y terror.

—¿Qué haces aquí? —tartamudea, su voz cargada de confusión y desespero.

—¿Creíste que ibas a anunciar tu maldita boda y me iba a quedar como si nada? —Mi tono es cortante y cargado de furia.

—¡Sí! —exclama, con un tono de enojo que apenas oculta su miedo—. ¡Así que deja el show y mejor vete! Si me caso o no, no es problema tuyo.

—¡Tú eres mi problema desde el momento en que acepté matarte! —mi voz se vuelve un gruñido mientras lo agarro por el ridículo moño de su smoking—. ¡Camina!

—¡Deja de apuntarme! —se queja, su voz temblando mientras lo obligo a subir al coche con la pistola pegada a su espalda.

Lo meto a rastras en el automóvil, su resistencia es mínima frente a la determinación que llevo dentro. Arranco el motor con un rugido, el coche avanza con fuerza mientras el senador permanece en silencio, su mirada fija en el suelo. El viaje es tenso, con el peso de lo que está en juego colgando en el aire.

Decido hacer una parada estratégica en un drive-thru de McDonald's, aprovechando la oportunidad para relajar un poco la tensión y disfrutar de un pequeño placer antes de continuar. Mientras espero en la fila, la sensación de normalidad en medio de la situación me hace sonreír irónicamente.

—¿Quieres algo? —rompo finalmente el pesado silencio, mi voz cargada de ironía.

Él me mira con una mezcla de incredulidad y desesperación, y niega con la cabeza. Me decido a hacer el pedido para mí: dos hamburguesas dobles, doble ración de papas, dos paquetes de nuggets, dos McFlurry de chocolate y un vaso grande de soda.

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora