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El clima mediterráneo me recibió con sus bondades de verano. El conductor que Andrea había enviado por mí poseía unos modales inflexibles, un cuerpo pequeño para su cabeza, y un bigote que terminaba por concederle un aspecto risible. De hecho, advertí en él que se tomaba muy en serio lo que hacía, o al menos su papel de hombre poco atractivo.

Cuando le pregunté por el estado de la familia, respondió en tono cortante pero sumiso, que no le era permitido hablar de ella con nadie.

—No sé si Andrea le dijo que yo soy su hermano —le respondí con cierto reproche—. Eso hace la diferencia.

—Disculpe, señor; es la costumbre no revelar detalles de las personas que pagan mis servicios. Pero en vista de su familiaridad, le diré que, al menos, la salud de don Fernando sigue siendo precaria.

Dicho esto, el hombre, que de un modo fugaz miró por el rabillo del ojo a través del espejo retrovisor, se sumió en un hermetismo molesto, como si con ello quisiera amonestarme por proceder de un país al que sus antepasados habían gobernado a sus anchas y, por ende, me considerara una especie menor de ese territorio conquistado.

Mientras atravesábamos las calles que separaban el aeropuerto De Barajas con la residencia de una familia que volvía a mi encuentro —como un barco que vuelve a puerto después de navegar por cientos de corrientes marinas, por entre misteriosas islas y cielos que infundían miedo—, traté de extraer del fondo de mi memoria el rostro juvenil de mi hermana, poco antes de su dolorosa partida. Yo amaba ese rostro; y por muchos años fue mi más grande posesión. Un rostro al que me aferraba incluso en sueños, incluso cuando veía la derrota atravesando las mismas calles que yo frecuentaba. Era un rostro igualito al de una muñeca que ella no desamparaba, y que debió regalarle mi madre en una navidad o en un cumpleaños. Pero ese rostro terminó por ocultarse, terminó siendo devorado por un olvido más fuerte que yo, o por el túnel del tiempo que dio paso a un resentimiento... La vida se encarga de hacer que perdamos la memoria, que día a día les echemos tierra a unos episodios que de otra manera no hubiéramos podido olvidar. La vida se encarga de que pasemos de un estado de ánimo a otro, con la voracidad de un centelleo.

No recordaba cómo llegó a su vida Fernando, el hombre que debió soportar toda la maldad mental de un hermano herido, que se sintió desplazado, que vio cómo un extraño robaba su amor más cercano. Varias veces los vi juntos. Yo me escondía tras el tronco de un árbol o entre las pesadas cortinas de mi cuarto. Lo hacía por curiosidad, pues deseaba aprender sus movimientos para poner en práctica con niñas de mi edad. Aunque también lo hacía por celos: era mi única hermana, y yo era el pequeño hombre de la casa.

Fernando nunca me dirigió un saludo más allá de lo necesario. Yo no era imprescindible en su propósito, pues mi hermana estaba más cerca de él que de mí. Él sabía que con los años, uno pasa a ser de su pareja; a un lado van quedando los padres y los hermanos. Y ella, muerta nuestra madre, no tuvo ningún reparo en abandonarme a mi suerte. Pero ahora sé por qué lo hizo, o al menos interpreto mejor su desespero y su miedo de entonces. Ahora que estoy libre de juzgarla, tampoco deseo recriminarle por tanto silencio aun después de que volvió a saber de mí.

Andrea vive en el distrito de Fuencarral, al norte, en La Calle Real de San Felipe, con las comodidades que su esposo ha podido brindarle como administrador de una firma financiera en la gran Calle de Alcalá, cerca de la Plaza de la Cibeles. Un negocio familiar, me enteraría después, que presidía Fernando, con mano implacable y casi hierática, a falta del juicio de un hermano mayor, que prefirió la aventura a meterse en esa camisa de fuerza que chocaba con su insurrecto espíritu. Fernando representaba una estirpe con tintes de realeza. Y quizá su animadversión hacia mí, consideré al verlo postrado en una cama portátil ante la gravedad de la enfermedad, se originaba en la decadencia de su propio abolengo.

Instrucciones para asesinar al escritorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora