Capítulo Diez

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Pedro miró atrás antes de ir a almorzar con Kevin y Juan, se le había hecho extraño no ver a Alberto por ningún lado... Lo más seguro era que lo estaba evitando o simplemente estaba ocupado en otro lado, de todos modos quería asegurarse. Dudoso se rascó la nuca antes de escribirle un simple "Hey". Sin embargo, no tuvo el valor de enviarlo.

—¿Qué haces ahí atrás tan distraído, tonto? —preguntó Kevin mostrándole una reluciente sonrisa.

—No, nada. Solo veía algo... ¿de qué hablan? —guardó el aparato en su bolsillo y fijó la vista en sus amigos.

—De nada. De Pepe y la esplendorosa declaración que habrá esta noche —Kevin pasó un brazo por los hombros de Pedro—. Y sobre lo nervioso que anda.

—¡¿Qué será de mí sí me dice que no?! —sujetó sus rubios cabellos entre sus dedos y se tiró al piso, cayendo de rodillas—. ¡Moriré! ¡Mátame ya, mejor, Diosito!

Kevin lo miró con exasperación, Juan solía actuar demasiado dramático.

—Mierda, vámonos, no conocemos a este idiota —fingió irse por la calle de al lado, arrastrando al Pedro a su paso.

A los minutos Juan Manuel estaba corriendo para alcanzarlos. Pedro solo rio, envidiaba la relación de Juan y Pepe un poco. Era imposible no hacerlo, deseaba algo igual, pero...

—Pobrecito tener que aguantar a este.

—Lo sé —Kevin miró a Juan hacer un puchero con burla, el omega no le había contestado aún.

—Son como las tres, ¿es posible que siga durmiendo?

—Es Pepe —contestó con simpleza.

—Tal vez está desayunando o algo.

—Si, es probable —le contestó Kevin a Pedro—. Normalmente trae mucha comida porque no alcanza el bus.

—¿Y eso qué?

—¿Cómo que "qué", Juancho? ¡Se duerme mil años y durmiendo tarde o temprano!

Juan Manuel no entendió nada, pero asintió, sabiendo que Kevin empezaría a hablar de otras cosas y seguiría sin comprender ni j. Su mente todavía giraba en torno a Pepe y lo que diría, cómo se vería, en todo.

—¿Y ahora qué? —Pedro miró de Juancho a Kevin, ¿cómo es que no notó que su cabello era más dorado cuando el sol brillaba? Incluso el viento jugueteaba con lo dorado. Tenía lindas ondas y caía sobre su cuello.

Sacudió la cabeza, ¿qué traía hoy? Mirar a su amigo se volvía hipnótico. No podía despegar sus ojos de él, tan llamativo y... simplemente tenía algo.

—Oigan, ¿a dónde vamos?

—No lo sé, los estoy siguiendo a ustedes —replicó Juan Manuel estaba muy perdido.

—¿No íbamos al puesto de hamburguesas de don Osmar?

—Cierto... Creo que no abrió hoy, su esquina está vacía.

—No importa, conozco un lugar genial también —sugirió Kevin, sonriendo a ambos—. Nos vamos en bus.

—Puede ser —pensó Juancho, al final negó—. Queda poco tiempo, creo que iré a bañarme.

—Ponte más desodorante, porque si le pides que sea tu novio al final del partido... estarás cubierto de sudor y oliendo a diablos —aconsejó Kevin.

—¡Gracias! Cuando ganemos le dedicaré la victoria —dijo brillante.

Pedro miró a Kevin, otra vez, algo ido. ¿Será que estaba enfermo? Se sentía como afiebrado, hipnotizado, tonto. Otra vez lo miraba mucho, demonios, se obligó a dejar de hacerlo, al menos por unos minutos.

Un olor peculiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora