Fuimos todas en busca de Ivonne y, al llegar, la azafata tocó la puerta del baño desesperadamente.
—¿Señorita Quiz? ¡Señorita Quiz! —exclamó y escuché cómo Ivonne bufó del otro lado de la puerta.
—¿Qué quieres?
—¡Señorita, abra esa puerta ahora mismo!
Tres segundos más tarde —los cuales parecieron eternos—, Ivonne abrió la puerta corrediza del baño.
—¡Dios mío! —exclamó, agitando sus brazos—. ¿Una persona no puede hacer sus necesidades en un avión tranquilamente?
La azafata la miró de arriba abajo sin discriminación, y luego pareció apenada.
—Lo siento. Llegué a pensar que... —se quedó callada.
—¿Qué? ¿Que si voy a un baño sola me haría daño o algo así? Señora, soy una adulta con TAE, no una niña que piensa en terminar con su vida tan sólo porque es un poco difícil. Sé cómo lidiar con mi enfermedad, lo he hecho desde que tengo memoria. Déjenme en paz, ¿bien? —pasó por nuestro lado y se encaminó hacia los asientos de nuevo, enfadada.
—Es mejor si la deja en paz —le dijo Nelly a aquella mujer—. No puede aparentar saber lo que se siente tener su enfermedad ni lo que piensa o siente teniéndola. No se preocupe, nosotras trataremos con ella hasta llegar a la ciudad, ¿verdad? —dijo y me volteó a ver. Asentí hacia la señora.
—Está bien —murmuró y nos fuimos antes de que dijera algo más.
Me acerqué al lugar en donde estaba Ivonne y la vi sentada con sus brazos cruzados y mirando hacia la ventanilla con unos audífonos puestos. Lucía serena, pero podría jurar que estaba molesta.
Me senté en el asiento que estaba a su lado y volteó a verme un segundo antes de volver su vista a la ventanilla.
Unos minutos después, dijo:
—¿Pensaste que yo podría...? —se calló—. Ya sabes, eso.
—No —murmuré—, pero tenía que demostrarle a la señora flácida esa que no había por qué alarmarse. Aunque lo hiciste tú sola.
Suspiró y miró hacia abajo. Fui incapaz de verle el rostro porque su cabello se inclinó hacia delante y ocultó su cara.
—No soy débil —susurró.
—No lo eres —le dije, despacio—. Eres una de las personas más fuertes que he conocido —le hice un cumplido y entonces sentí cómo su espalda se sacudía: estaba llorando.
Me miró cuando más lágrimas amenazaban con salir.
—Ni siquiera me llevas conociendo 24 horas, ¿cómo eres capaz de decir eso? No seas ridícula —dijo y ocultó sus ojos en las palmas de sus manos.
—Lo sé por una simple razón, Ivonne... —dije y se destapó los ojos, mirándome—. Si no fueras fuerte, no estarías lidiando con la única cosa que te hace sentir feliz y al mismo tiempo tan miserable.
—¿De qué hablas? —murmuró con la voz rota.
—La nieve. Me dijiste que vivías en Alaska porque amas la nieve y el invierno, excepto que eso es exactamente lo que atrae a tu enfermedad, ¿verdad? —asintió—. Pues ahí está. Sólo necesitas un hecho para saber que eres fuerte, y lo eres. No necesito saber mucho sobre ti para darme cuenta.
La rubia subió sus piernas en el asiento y ocultó su rostro entre ellas, con sus brazos rodeando sus rodillas.
Sabía del dolor de Ivonne, y lo comprendía porque sabía lo que era estar rodeada de la única cosa que te hacía sentir tan viva y llena como para hacerte sentir, al mismo tiempo, tan infeliz.
—Me gusta Alaska —me dijo con voz nasal y soltó una pequeña carcajada por ello. Yo también reí.
—Nunca he ido a Alaska.
—Deberías. Podrías quedarte en mi casa y todo —dijo y nos quedamos calladas un buen rato hasta que comenzó a buscar algo concentradamente en su bolso.
—¿Qué pasa? —pregunté curiosa y me incliné levemente para ver el interior del bolso.
—Nada, es que... necesito lápiz y papel y no lo encuentro —metió su mano profundamente en el bolso y buscó a tientas mientras que su lengua se curvó en el borde de sus labios, demostrando qué tan concentrada estaba. Al parecer necesitaba mucho escribir algo—. ¡Lo encontré! —exclamó y sacó esa libreta que había visto la primera vez.
Ivonne comenzó a escribir algo rápidamente en la hoja de papel, la arrancó y me la extendió. La tomé y observé que en ella estaba escrita una dirección, y entonces entendí. En serio quería que fuera a visitarla, aún y su naturaleza era ser poco social.
Levanté la vista y la encontré mirándome fijamente. La miré a los ojos y asentí una vez.
—Iré —le prometí, articulando las palabras sin pronunciarlas en voz alta.
—Eso espero —hizo lo mismo.
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Oscuridad en la luz.
FantasiDebbitha Ophenie jamás pensó que podría llegar a enamorarse de un humano. Mucho menos después de haber sido engañada por su exnovio hace 113 años. Sin embargo, al conocer a la todo menos ordinaria reina de los de su especie, se encuentra a sí misma...