Capítulo 40

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Narrador omnisciente.

21 de junio, 1999.

Eran pasadas las dos de la madrugada y las dos pequeñas hermanas se mantenían escondidas debajo de la cama, arropadas con una vieja cobija blanca con manchas de sangre de semanas.

—Ada, duérmete ya —pidió la mayor, que, a pesar de querer cuidar a su hermanita, también quería dormir.

—Va a venir, y va a jugar ese juego otra vez —objetó la pequeña, la inocencia en su rostro era genuina.

La mayor cerró los ojos con fuerza, sintiéndose mal por dentro cada que su hermana hablaba de las cosas que pasaban en el orfanato. Ella tan solo tenía cuatro años, no merecía pasar por eso, por eso ella la cuidaba a pesar de estar muriéndose de sueño y cansancio.

—Mamá nos mintió, mi hermano nos mintió, ¿por qué no vienen a buscarnos, Fer? —la voz de Ada se quebró en cuestión de segundos.

Ya tenía las lágrimas corriendo por sus mejillas y sus pequeños sollozos ponían más triste a su hermana.

—Ella vendrá, ellos vendrán a buscarnos —afirmó, aunque ella misma comenzaba a perder las esperanzas.

—Siempre dices eso, cuánto más viviremos aquí.

—¿No confías en nuestra madre, Adeline? Ella vendrá, tú tranquila... nuestro hermano también vendrá, solo espera.

Las hermanas se abrazaron en el silencio de la habitación, dejándose en claro que se cuidarían mutuamente hasta que su madre volviera por ellas.

Pero era seguro que su madre ya no volvería, las había dejado en medio de la noche, le dolía hacerlo, pero no tenía opción, en las condiciones que estaba viviendo era imposible mantener a cuatro niños, aunque uno se lo había llevado su padre.

No era favoritismo dejarlas a ellas y al otro no, ella sabía con certeza que sus hijas serían llevadas juntas y tendrían una nueva familia que les diera todo lo que ellas quisiesen. Su marido la dejó en la ruina al enterarse que ellas no eran de su sangre, a pesar de haberlas criado hasta la edad que tienen ahora, a la hora de irse y dejarlas no lo dudó.

Sin embargo, el hermano del que tanto habla Ada, quiso quedarse a cuidar a sus hermanas y a su madre.

Los pasos en el pasillo comenzaban a escucharse, logrando así, que las niñas se refugiaran más debajo de la cobija en un intento de buscar protección, siendo en vano ya que el conserje abrió la puerta y ya intuía dónde estaban.

—Pequeña Line —la llamó el hombre—. Es hora de tu chequeo, vamos antes de que sea tarde.

Su hermana mayor no la quiso soltar, se aferró a la pequeña lo más que pudo.

—No quiero jugar, Fer —susurro Ada, ella al igual que su hermana temblaban—, me duele cuando el señor Reich hace ese juego.

Esas palabras lastimaban mucho a su hermana, que a pesar de pasar lo mismo no quería que su pequeña hermana lo pasara también, era una niña de cuatro años, no una mujer.

—Muy bien, ustedes quisieron.

La mayor fue tomada por los pies mientras la arrastraban en el suelo hasta sacarla debajo de la cama, Ada soltó un pequeño grito al ser separada de su hermana, decidió salir a hacerle frente al asqueroso viejo que la retenía.

—¿Ya ven? Les gusta hacernos enojar siempre —murmuró el acompañante del conserje—. Recuerden que son nuevas, deben mantenerse tranquilas.

Los secretos de Tyler HendersonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora