Veo que aún conservabas tu gorro negro sobre tu cabello rubio, destacando sobre todo el paisaje nublado. Hasta los árboles rinden luto ante ti, desvistiéndose de sus hojas doradas, haciéndote conjunto. Sinceramente no soy capaz de aguantar la mirada a tu sonrisa inmortal, pegada a una macabra cabeza decapitada. Todavía buscan uno de tus pies mutilados entre los escombros de las vías del tren. No entiendo muy bien tu reacción ante la ruptura. Pudiste haberte desahogado con otro hombre que merecieras de verdad. Yo no soy más que humo en tu memoria, ¿no? Nunca pensé que me ocurriria esto en la vida. Antes nos veíamos muy parecidos, pero ahora veo la principal diferencia entre los dos. Yo no quiero olvidar mi pasado. Quiero mantener en mi cerebro de idiota infantil todo lo que compartimos juntos. Cómo te gustaba engancharte a mí y aspirar mi colonia, o quedarnos por horas mirando al cielo mientras que las olas intentaban alcanzarnos con tal de separarnos y parar el amor acaramelado (y quizás empalagoso) que de nosotros salía. Esos ojos que se confundían con el chocolate de las tartas de mi madre, dulces y oscuros, tentando al pecado de comértelos a besos y miradas. Estrujo tu gorro en mis manos, intentando exprimir cualquier última lágrima que pudieras haberte secado en aquella oscura y sedosa lana. Lo único que sale es melancolía y hondo vacío de soledad. Pude haber dicho hasta luego em vez adiós. Pero pensé que sufrirías más viendo, y creyendo que soy lo suficientemente valiente como para mirarte a la cara y disimular que me lo paso bien en alguna fiesta. Sin embargo, soy un cobarde de mierda que deja escapar a alguien maravilloso como tú con un simple adiós. No sé porqué será que tengo la sensación de haber ido por el mal camino. Maldita ironía.