2. Mañana

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Me despierto más por la inercia de siempre madrugar para mis clases, que por las ganas de salir de la cama. Miro a mi costado tanteando sobre las sábanas desordenadas y está vacío. Escucho ruido en el baño y mi rostro se ilumina con la primera sonrisa de la mañana porque sé que está todavía aquí, aunque sea solo arreglándose para marcharse.

Adam nunca desaparece sin despedirse. Eso es lindo, en medio de una relación que podría considerarse dependiente y cruel. Ni siquiera me tapo cuando sale del baño arreglándose los puños de la camisa. Ya se ha duchado y arreglado.

Llevamos tantos años en estas que ya no hay nada que pueda esconderle, a excepción de mis sentimientos.

―Creo que vas a tener que esperar un poco, me he acabado el agua caliente ―dice con una sonrisa apenada en el rostro.

―No hay problema ―digo alzándome de hombros.

Le miro complaciente mientras pienso para mis adentros que, si lo va a haber, porque la cañería del edificio es tan vieja que la reserva de agua caliente para la ducha, se limita a un baño cada tres horas. Es el tiempo en que demora en volver a calentar la vetusta caldera.

―¿Has pensado en cambiar de lugar? ―pregunta distrayéndome de ese pensamiento.

Observo como se sienta cómodo en la cama para ponerse sus zapatos de diseñador. Adam pertenece a una familia bastante rica y está acostumbrado a los lujos y los espacios grandes. A veces me resulta extraño que se conforme con lo poco que tengo y no repare en ello.

Es malo meditar en eso porque me hago la ilusión de que, pese a todo, al final quedaremos juntos como en las novelas de romance.

―No, me gusta aquí, además puedo pagarlo ―respondo dejándome caer pesada hacia atrás mientras borro esos pensamientos de mi cabeza.

―Puedo darte dinero para el gasto si quieres, ya sabes.

―También sabes que te diré que no quiero que lo hagas ―repongo y él larga un suspiro―, no tienes por qué hacerlo, no es tu obligación. Tampoco estamos en una relación de verdad para que tengas que mantenerme.

―Elia... ya lo hemos hablado ―dice con ese tono que sé que usa cuando le incomoda lo que digo, respecto de las verdaderas razones por las que no tiene que darme nada.

―Trabajo para eso, no te preocupes.

―¿No te incomoda qué te vean todo? ―pregunta.

Quisiera pensar que es porque le preocupa mi integridad, pero es más porque lo tomo como un trabajo, además no es algo que me avergüence.

―No ―digo con firmeza―, ya me he acostumbrado, tampoco me ando desnudando. Es un trabajo muy profesional.

―Vale ―repone sonriendo, aunque bastante forzado.

―Cielos, deja de hacerte el sobreprotector. Sabes que odio que me ofrezcas dinero cuando puedo ganármelo como me gusta.

Lo digo en serio, sé cual es su intención; pero esa no es la mía porque quiero ser independiente. Jamás me vería viviendo de su dinero, ni siquiera si formalizáramos esta relación.

―Bien, pero somos amigos y los amigos se ayudan mutuamente ―masculla y yo sonrío a desgano con la irónico y cruel que suena eso―, cielos, no te rías.

―Solo me parece gracioso ―expreso saliendo de la cama para que no vea la decepción que hay detrás de mi risa.

Camino directo al baño mientras él solo me ve andar desnuda.

―Tal vez no venga esta noche, cenaré con alguien ―anuncia haciendo que me detenga en la jamba de la puerta y se me envare la columna.

Cada que dice eso, es solo su manera de confiarme que ha conocido a alguien que tal vez sea la perfecta.

―Eso... es súper. ―Me obligo a animarme.

―Creo que voy a ir en serio ―añade.

Trago con dificultad el nudo que se me hace en la garganta. Desearía no escuchar eso. Largo un suspiro.

―Qué bueno ―esbozo sintiendo un dolor decadente en el pecho.

―Sí, deséame suerte ―dice apretando sus labios con una sonrisa.

―Suerte ―repito y él se echa a reír virando la mirada, mientras yo me atraganto con las ganas de llorar que sus buenas noticias me producen.

Pero me obligo a afrontarlo.

―Cielos, Elia.

―No lo digo en mal plan, de verdad espero que funcione ―exclamo volviéndome hacia él y mostrándole mi mejor cara de alegría porque me sale bien fingir.

Es algo que he aprendido de tanto posar para retratistas que me dicen como moverme o como quieren verme. Feliz, distraída, contenta, sensual, enojada. Sé hacerlo bien todo, y sé fingir que no me importa, aun si me hace daño.

¡Rayos! Que deprimente soy.

―También lo espero ―dice sacándome de mi frustración y se pone en pie.

―Si no sucede, sabes que puedes volver aquí ―agrego encogiéndome de hombros mostrándome optimista.

―Lo sé ―aduce moviéndose para tomar su chaqueta y ponérsela. Largo un hondo suspiro y me interno en el baño―, otra cosa ―dice haciendo que me asome a la puerta.

―¿Qué?

―Si todo sale bien, le verás en el cumpleaños de mi madre ―anuncia y yo abro la boca cayendo en cuenta de ello.

Lo cierto es que odiaría ir para no encontrarme con la mía y sus reproches.

―¡Su cumpleaños! ―exclamo fingiendo que estaba distraída, dándome un golpecito en la frente.

―Vas a ir, ¿no? ―pregunta enseriando el tono.

―No lo sé ―respondo.

―Como que no lo sabes, sí vas a ir, tu madre querrá verte y mis padres también. Sabes que te aprecian.

―Lo sé ―admito, recordando una vez más todo aquello que une a su familia y la mía. Mi madre trabaja para la suya como empleada en su gran mansión, desde que tengo uso de razón―, está bien, pensaré que comprarle.

―Elia, eso no será necesario. Solo ve.

―Vamos, Adam.

―Solo ve ―insiste, y se acerca a donde estoy, besa mi frente y después se marcha sin decir más palabras.

Largo una exhalación cuando escucho la puerta cerrarse, y río como tonta dándome cuenta como esto se ha convertido en una complicada relación, donde dormimos juntos, pero sigo sin tener derechos reales sobre él. Es lo que mi madre siempre me reclama cuando me ve, y es la razón por la que casi no hablo con ella porque lo sabe todo.

Sacudo mi cabeza y entro rápido a la ducha. Abro la llave y pego un grito y un salto fuera del chorro porque el agua caliente aun demorará en salir.

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Quiéreme por favorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora