Capitulo I

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Los domingos fueron creados para morirse un rato. Ese era especialmente gris.

Tendida en mi cama, miraba por la ventana como las gruesas gotas de lluvia resbalaban por el cristal desdibujando el paisaje. Las ramas desnudas rasgaban los oscuros nubarrones y una fina capa de escarcha lo cubría todo.

Mi mundo externo e interno por fin se encontraban a la par.

Mi celular había dejado de sonar hace varias horas ya. Mis amigos y familiares por fin habían entendido el mensaje: no tenía planeado salir de mi cama en todo el día, ni en toda la semana. Apreciaba sus buenas intenciones, pero la insistencia a veces resulta molesta.

El sonido del televisor con el noticiero de las nueve me llegaba desde la plata baja informando probabilidades de tormenta. Mire el cielo, un clima espantoso. Era de esperarse. Nadie se asusta mucho con señales tan claras. Las peores tormentas se desatan sin previo aviso y a plena luz del día, son esas que nos sorprenden, nos arrastran, nos quiebran los huesos y nos dejan sin aire, faltos de todo. O al menos así se sienten. Desde allí, en la intimidad de mi habitación, contemple la fragilidad del mundo. Desee fervientemente que el tiempo se congelase, que esa mañana fuese eterna y todo se helase, que el hielo congelara las heridas evitando que nos siguiéramos desangrando. Pero los minutos se siguieron escabullendo uno a uno y con ellos también las horas, y los días. Llego un momento en que realmente no sabia, ni quería saber, si era sábado, lunes o martes o domingo otra vez. El no saberlo me ponía a un margen, me separaba de aquellas personas que cuyas vidas existían en días numerados y perfectamente separados, mientras que la mía era una infinita sucesión de horas. Eternas, largas y vacías horas.

Lo que mas me gustaba era dormir. Amo esa no-existencia que se genera cuando nos dormimos. Dejo de existir yo, dejas de existir vos, deja de existir el mundo. No hay ya nada bueno, ni nada malo. Simplemente no hay nada. No se siente, no se piensa, ni siquiera se es consciente de que de se está.

El sonido de una notificación en mi celular me saco de mis pensamientos.


  Lu: Estuviste todo el santo día ahí metida. No te podes esconder por siempre.               

                                                

  Yo: ¿Queres apostar?


  Lu: Estoy  preocupada.


  Yo: Estoy bien.              

Visto 18:45


No estaba bien. Para nada bien. Pero, ¿Qué se supone que debía decirle? Algunas heridas necesitan tiempo a solas para sanar y cicatrizar.

Mi mente se sentía cansada, estaba desganada, no tenía ánimos para nada. En mis oídos y desde mis auriculares una voz femenina cantaba algo sobre un amor de verano y un viejo auto de colección. La noche me encontró en la misma posición, la niebla comenzó a cubrir mi ventana.


*"Deje de Amarte Anoche" es un proyecto inconcluso de la autora que se va publicando de a pequeños fragmentos diariamente*

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⏰ Última actualización: May 07, 2015 ⏰

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