Capítulo 5

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Layla
Fueron unas semanas difíciles en las que no pude poner en pausa a mi cerebro, para no variar, porque no dejaba de penar y pensar y pensar otra vez. Era un constante movimiento dentro de mí que no soportaba. No callaba. Era un ruido hipnotizante. Me suplicaba que buscara una respuesta. Esa que tanto anhelaba. Ansiaba saber por qué Adonis tenía tanto interés en mí. Y cuando por fin me hice caso y lo solté, sentí que la cagué. Porque me daba miedo que dijese cualquier cosa que me hiciese pensar algo malo de él. Y quizás mi culpa fue que lo idealicé un poco, aunque no quisiera admitirlo.

Me sentía atrapada en un túnel oscuro y sin salida. A partir de ese instante, solo él podía indicarme el camino. Y me inquietó que estuviese tanto tiempo en silencio, meditando cada palabra.

No despegué mi vista del mar. Estaba precioso, aunque un poco enfurecido. Me calmaba, porque ahí seguía, moviéndose, con fuerza. La noche era oscura y la luz de la luna se reflejaba en las olas que iban y venian. Y Adonis no respondía.

—Layla —dijo al fin, haciendo sonar mi nombre como un quejido.

Volví mis ojos hacia él para ver su expresión. Estaba tenso, se notaba.

Quizás debí haberme callado, seguro que así todo hubiese ido mejor.

—Creo que lo mejor es que olvides la pregunta —conseguí decir, volviendo a fijar mi vista en el mar.

Le escuché tragar saliva. Yo no dejaba de mover la pierna, nerviosa; y mis dedos golpeaban mi rodilla, marcando un ritmo incoherente que no hacía más que intentar poner en calma mi ansiedad.

¿Qué pretendía descubrir preguntando eso?

—En realidad, el motivo por el que me he acercado a ti es porque creo que eres una buena chica. No te mentí cuando te dije que me gustaría ser tu amigo, porque paso mucho tiempo en este pueblo, y un poco de compañía nunca viene mal —suspiró, y me obligué a seguir mirando las olas oscuras—. Me encantaría conocerte, y ser amigos. O colegas, como prefieras llamarlo. Pasarlo bien, reírnos como hicimos en ese acantilado donde nos conocimos. Acompañarnos en nuestra soledad —la última frase la susurró, como si le costase pronunciarla—. ¿Querrías ser mi amiga desconocida?

Adonis siempre conseguía hacerme reír incluso en los momentos más tensos, así que esa vez no fue de menos.

—¿Amiga desconocida? Eso suena raro —fruncí el ceño.

—Así somos amigos pero desconocidos. Para que la situación no te incomode.

Así que se había dado cuenta de que me costaba mantener relaciones sociales, pero se empeñaba en que compartiésemos una. Y estaba haciendo todo eso para salirse con la suya y que a la misma vez estuviese cómoda.

Me encantaba la idea: charlar, fumar, dar una vuelta, ir a la playa, llorar, reír. El problema era que los demonios seguían detrás de mi, agarrándome los hombros, haciéndome desconfiar.

      Por otra parte, algo me dijo que probase, que no perdía nada.

Me dije a mí misma que Adonis no sería como ellos. Que debía darle una oportunidad. Dármela a mí misma. Permitirme ser feliz. Tener amistades. Y, como decía él, íbamos a ser amigos desconocidos.

—Me gusta la idea. Mucho. Quiero ser tu amiga desconocida.

Sonreí, como hacía tiempo que no hacía.

Decidimos tomar de postre un helado dando un paseo por la playa. Me encantaba pisar la arena mojada con los pies, sentir el tacto de la humedad, y las olas rozarme levemente con delicadeza.

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