Capítulo 18

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Boston 30 de Abril de 1893

—Hemos dado con ella, señor. Llega en el barco procedente de Charleston esta tarde.

—Gracias a Dios —dijo un impaciente Bill al oficial que le traía la noticia del paradero de su hija—. Salgo para el puerto inmediatamente.

El frío se hacía sentir. La humedad de la helada tarde calaba hasta los huesos de la frágil joven que se aferraba a los pliegues de su negra capa en un intento por mantener el poco calor que le daba. Piper estaba debilitada por la escasa comida ingerida, por sus continuas náuseas, y por la fiebre que la había atacado en los dos últimos días. Pero el embarazo seguía su curso y su vientre se abultaba más cada día que pasaba, dándole señales inconfundibles de que la vida que su esposa había creado aquel día al otro lado del mar, se aferraba a su cuerpo porque ansiaba seguir viviendo.

Un repentino mareo la atacó, y asió con más fuerza la barandilla del barco que la traía de regreso al hogar que abandonara poco más de un año antes.

Las voces de la gente le taladraban el cerebro.

El gentío que se acumulaba en el puerto era un mar de caras desconocidas, pero entre todas ellas pudo reconocer una.

—¿Padre? —susurró como en una ensoñación, y sin poder dar crédito a sus ojos—. Ignoraba que su padre acudiría a recogerla al puerto.

Haciendo un esfuerzo por retornar a la conciencia, Piper abrió los ojos y lo vio, allí parado, alto y elegante, al final de la pasarela del barco. Su padre la esperaba, la había esperado allí para recoger a su única hija. Con un esfuerzo sobrehumano, Piper comenzó a bajar por la bamboleante pasarela, un paso más y podía caer en los brazos amados, pero no lo logró. Al intentar ese último paso, su debilitado cuerpo no respondió. Una densa bruma negra la envolvió y se la tragó. Oía los gritos de las personas que se amontonaban a su alrededor, y sintió como los fuertes brazos de alguien la elevaban del duro suelo. Se refugió en ellos y contra el amplio pecho del hombre, y por un momento, creyó percibir el inconfundible olor de su padre, ese olor a tabaco que por tanto tiempo había extrañado. Lágrimas de alivio acudieron a sus ojos antes de volver a perder la conciencia.

Por entre las nieblas de la conciencia le llegaron rumores de voces.

—Carol, Carol—bramó Bill llamando a su esposa.

El susurro de faldas femeninas se oía cada vez más cerca, pero no fue la esposa la que acudió sino la nuera.

—Gracias, gracias a Dios —murmuró queda la inconfundible voz de Helen —. ¡Daniel! Ya está aquí. La niña ya ha llegado.

Un grito de horror salió de los labios de la joven que había llegado al vestíbulo cuando vio a su suegro y el bulto de trapos negros que traía en brazos.

—Dios mío —exclamó acercándose a su suegro y retirando la capucha del rostro de su cuñada—. Es imposible que esta sea Piper. Está muy delgada.

—Delgada o no pesa más de lo que creía posible, y arde de fiebre. Prepara la cama donde podamos recostarla y atenderla.

—Sí, por supuesto —contestó la joven mientras corría escaleras arriba seguida por su suegro.

Helen destapó la cama de la habitación de su cuñada y Bill depositó con cuidado a su hija sobre el mullido colchón.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Helen.

—Se desmayó en el puerto antes que pudiese terminar de bajar de ese barco—. ¿Dónde está mi esposa? —preguntó Bill a su nuera.

—Ha ido a recoger a Jake a casa de mis padres —dijo Helen refiriéndose a su hijo de cuatro años—. Esperaba estar aquí cuando Piper llegara. Se habrá entretenido por... ¡Santo cielo!

🔱 MY LADY 🔱 G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora