CAPÍTULO 8

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Ellos eran el enemigo, yo lo sabía y lo tenía claro. Ellos podrían atacarnos y esa podría ser su coartada perfecta para distraernos, pero en cuanto vi a la chica algo me hizo querer ayudarla, quería saber con claridad que eran y por qué nos pedían ayuda a nosotros, sus enemigos.

Me encontraba parado en la puerta de la casa, mirando todo de cerca. Cuando los vi a los dos en el suelo recordé a mi padre y al resto. Yo no debía ayudarlos, pero incluso así yo corrí y cuando llegué a donde se encontraban me rebajé a su altura y busqué el origen de la herida.

Drago corrió detrás de mi y trató de detenerme, pero mi lobo se rehusó a detenerse. —Sabes que esto que estás haciendo nos pone en peligro, ¿verdad?
Se alejó un poco y me dejó curarles las heridas —Lo sé— susurré.

Los demás me miraban, ellos también sabían que hacerlo estaba mal y que nos pondría en peligro. Yo sabía que una vez Elyan estuviera aquí los mataría o los echaría. Yo estaba consciente de las consecuencias de mis actos, sin embargo, no iba a dejarlos morir, no iba a permitir que ellos murieran.

Pedí a Drago que me ayudara a llevarlos a la casa. Al principio se negó, pero después accedió y me ayudó a cargarlos. Una vez estando dentro comencé a revisar más a detalle sus heridas, algunas eran quemaduras de alto nivel, pero la que tenía que preocuparme era la herida que tenían en el costado, esa era la peor y parecía que la persona que los hirió conocía muy bien su debilidad. Aunque apliqué el ungüento la sangre continuaba saliendo.

No sabía qué hacer para ayudarlos, simplemente su regeneración era diferente a la de los míos.

Salí desesperado, fui a la biblioteca a buscar un libro que hablara sobre eso, pero por más que busqué no encontré ninguno que dijera cómo curar las heridas de los demonios.

Volví a la habitación e hice mi último intento. Me di cuenta que dentro de su cuerpo había un pedazo de plata. Entonces me di cuenta que eso era el responsable de que su herida no sanara adecuadamente. Con unas pinzas lo saqué y ahora si, apliqué el ungüento.

No sabía si eso iba a ayudar. Solo era cuestión de esperar y ver su progreso. Terminé de curar sus heridas, también apliqué el ungüento en sus quemaduras, salí de la habitación y los dejé descansar.

Claro que Drago velaba por nuestra seguridad, así que los ató para que, si lograban despertar, no corriéramos peligro, también puso a dos de los nuestros para que custodiara la puerta de la habitación.

—Elyan no se quedará de brazos cruzados si los encuentra aquí— habló Drago cuando nos encontramos.


—No sabrá que están aquí y no sé si ellos sobrevivan, tienen sus heridas demasiado profundas y no sanan como deberían hacerlo— caminé.

—Por la diosa, ¿te das cuenta que su aroma está impregnado por todo el lugar?

—Cuando Elyan vuelva yo tomaré la responsabilidad de todo.

—Elyan te matará— caminó al lado de mi —Sabes que no te lo perdonará, ellos mataron a su padre.

Me detuve y lo miré —¿Qué te hace pensar que no lo sé? Estoy consciente sobre las consecuencias de mis actos, pero no podía dejarlos morir.

—Robin…— trató de hablar, pero lo interrumpí.

—No quiero escuchar tus sermones, Drago— caminé rápidamente y llegué hasta la habitación que me habían dado.

Entré y me encerré hasta el día siguiente.

No entendía por qué exactamente los ayudé, solo no quería verlos morir, eso era todo. Ahora tenía que enfrentar las consecuencias de mis actos.

Tal vez Elyan y los otros volverían mañana y tenia que estar preparado para recibir mi castigo por desobedecer. Solo dejé de pensar tanto y fui a dormir, me hacía falta descansar.

A la mañana siguiente me levanté súper temprano. Salí de la habitación y fui a revisarles las heridas a los míos. Uno de ellos había despertado por fin, los otros aún dormían, sus heridas eran más profundas que las del chico que había despertado.

—¿Qué pasó? ¿Quién eres tú?— preguntó el chico.

—Soy Robin, soy hijo del Beta. Estás aquí porque alguien los atacó y se llevó a varios de los nuestros. Te hirieron al igual que a ellos— respondí y me acerqué a él para revisar su herida.

—¿Qué haces?— se alejó de mi —No te atrevas a tocarme, omega asqueroso— su rostro estaba furioso.

Yo estaba impactado, ¿Por qué me había tratado así? Nadie me había dicho eso nunca y su comentario me hizo sentir un poco mal.

—Solo estoy tratando de revisar tu herida— dije mirándolo.

—No quiero que lo hagas, no quiero que te acerques a mi, nunca más— se puso de pie y salió a toda prisa de la habitación.
Debo admitir que me sentí un poco mal. El muchacho ni siquiera me había dado las gracias por salvar su vida, que tipo tan mal agradecido.

Seguí revisando las heridas del resto, sus heridas estaban sanando con normalidad y eso era una mejora. Ahora estaban fuera de peligro, ya no corrían el riesgo de morir y eso me ponía feliz, ya que había hecho bien mi trabajo.

Luego, cuando terminé de revisar las heridas y cambiar los vendajes, salí de la habitación y me dirigí a la de al lado, aún estaba asegurada con los chicos que Drago había puesto. Traté de entrar, pero ellos me lo prohibieron.

—¿Qué pasa? Déjenme entrar, necesito revisar las heridas de ellos también.

—Las órdenes de Drago fueron simples, no debemos dejar que nadie entre ni salga.

—Pero yo soy la excepción— alegué.

—No, chico— dijo el hombre más alto — tu hermano dijo que ni siquiera tú podías entrar. Nadie entra hasta que Elyan llegue— me miró.

—Por la diosa— exclamé y caminé hasta salir de ahí.

Durante la noche había tenido un plan. Ellos nos servirían como un trueque, les entregaríamos a los suyos a cambio de los nuestros. Ahora que si seguían vivos mi deber era mantenerlos con vida hasta que el intercambio se realizara. Así que ahora tenía que ir a donde Drago se encontraba para poder hablar con él y que me accediera curarlos.

Muy tarde. Elyan ya había vuelto, por la forma de su mirada estaba cien por ciento seguro de que ya se había enterado de lo que había hecho.

Me pasó de largo, caminó en dirección a la casa y entró rápidamente.

¿Qué iba a pasar ahora?

Alfa y Omega   [EDITADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora