04: Pensando en ti

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En el transcurso de los años, yo ya había partido de mi etapa de la niñez y estaba disfrutando de la nueva vida de adolescente que me había abierto algunas puertas y estaba dispuesta a gozarlo en su máximo esplendor. Contaba con la libertad suficiente como para salir con mis hermanas y amigas. Habiamos formado un lindo grupo. Dentro de nuestras carencias teníamos momentos de alegría y gratitud. El ambiente era totalmente diferente al de la niñez. Ya nada era igual, pero tampoco estaba peor. Habíamos vuelto a edificar donde el fuego arrasó con todo. Mi papá tenía un trabajo bien remunerado. Asique se podía decir que íbamos viento en popa.

Aunque sufria los cambios característicos de la adolescencia, tenía bien en claro lo qué quería y eso era estar en pareja.

A la corta edad de catorce años tenía decidido tener un compañero. No fue sino dos años más tarde que lo encontré y me enamoré perdidamente y él de mi. Podría decir que era enteramente feliz, pues había llegado a mi meta.

Sabes que no existen los cuentos de hadas ni la vida color de rosa. ¿No?
Bueno algo de eso pasó en mi primera e importante experiencia.

El era un hombre de más de ocho años mayor que yo y estaba lleno de experiencia, sobre todo en lo sexual. Eso abría aún más la posibilidad de experimentar y en realidad era eso lo que estaba buscando desde hacía rato. Dejame contarte cómo fue nuestra primera vez...

Hacia varios meses que él intentaba llegar a mi pero no podía permitirlo porque era chica, inexperta y tenía miedo, asique fue largo y paciente el proceso.
Finalmente un día me sentí presionada por su deseo y opté por definirme como mujer. Fuimos a un hotel. Mi apariencia demostraba tener un par de años más de lo real, lo cual me permitía el acceso a lugares que eran para mayores de dieciocho años, éso sí que era una ventaja y la aproveché.
Estaba nerviosa pero él sabía cómo tratarme. Me beso, respiré profundo, lentamente me envolvió de caricias que eran gratificantes, me llevó a un sendero que no conocía. Su pasión se adueñó de mi, y era él apasionado de verdad.

Fue un momento mágico. No sufrí casi nada, al contrario; me gustó.
Ésa noche llegué más tarde de lo común. Estudiaba administración de empresas en el horario nocturno.Al llegar a casa mi madre se hallaba envuelta de preocupación por mi tardanza. Al entrar exhaló alivio.

-¡Hija, que tarde que llegastes!- exclamó mi madre.

-Me quedé escribiendo a máquina porque estaba muy atrasada.- replique. No podía contarle la verdad.

Me ardían los ojos, entre otras cosas, asique me acosté y disfruté recordando mi primer destello de libertad.

Con el paso del tiempo me fuí perfeccionando y transformando en una buena amante. Él así lo facilitaba porque era permisivo, buen amante, apasionado y netamente sexual.
A nuestra pasión le sumamos los lugares prohibidos, los abandonados y la oscuridad que brindaba privacidad mezclada con el aumento de adrenalina por ser conciente que lo que hacíamos en determinado lugar, era inapropiado (estacionamiento de supermercado, boliches bailables abandonados, garitas de colectivos, etcétera). Nunca nos pasó nada, no nos vió nadie.
Esa manera de ser nos envolvió en una relación desenfrenada. Por otro lado se hallaba mi inseguridad que de vez en cuando me jugaba en contra.
Lo celaba con todo y él se cansaba de mi y me dejaba. Yo quedaba con el alma angustiada, en agonía. Al poco tiempo él volvía. Nos afianzabamos más y más. Creo que nos separamos dos veces en cuatro años, pero al llegar al sexto año de lo que parecía ser un noviazgo prometedor, algo cambió en mí, ya no sentía lo mismo.
Por un lado me había cansado de la inseguridad que él transmitía y a éso se sumó la monotonía, hacíamos exactamente lo mismo todos los fines de semana. Un embole tremendo. Me aburrió. Y no era que no lo amaba, solo no podía sentirlo.

Un día me preguntó:-¿Qué pasa?

La pregunta no me lo esperaba, por lo que me tomó desprevenida.

-Eso, que no pasa nada- respondí no muy segura.

Fue ahí cuando pude ver en su rostro que me dejó en claro que no me creía para nada. Supe que se estaba conteniendo al lanzar esa pregunta. Esa pregunta que había estado rondando por mi mente cada noche.

-¿Querés que nos separamos?- preguntó con lentitud, y algo de horror en su rostro.

No lo sabía con exactitud. ¿Quería yo separarme de él? Una parte de mi gritaba si, y la otra no lo sé. Pero decidí lo primero.

-Si.

Y así como nació un gran amor cuando le dije sí a su pregunta de ser su novia, se desmembró nuestra pasión con un si. Si quiero separarme.

Mi tontería aumento con el paso de los años cuando descubrí que los penes no son iguales. De haber sabido la verdad, nunca lo hubiera dejado porque si algo tenía bien puesto... eran sus genitales. Y discuto a todo aquel que diga que el tamaño no es relevante. La que lo dice es porque no tubo la suerte que tuve yo, y el que lo afirma es porque no cuenta con un miembro de tamaño importante.
Ese sí que un día nos unió y otro nos separó no murió ahí. Volvió a aparecer en el lapso de un par de meses para marcar nuestras vidas de una manera definitiva...

El dió el si en el registro civil y no lo hizo conmigo. Me mató.

Como era su costumbre, cada vez que nos alejabamos iba a bailar a buscar otra que mitigue su duelo. Contaba con todas las herramientas de seducción que te puedas imaginar, por lo cual no le costaba nada conquistar una mujer. Y así lo hizo.
Intimaron y se le rompió el preservativo, la menstruación no se hizo presente, el tes de embarazo dió positivo y sellaron sus votos en el registro civil. Fue un golpe bajo. Algo que nunca imaginé. ¿Cómo puede acabar así? En cenizas, al igual que mí casa cuando tenía ocho años.

Y así casi de forma instantánea, se hizo presente mi mayor temor: sufrir por un desamor.

Me costó muchos años entender que "En nuestra debilidad está la fortaleza". Pero analizando esa frase comprendí que mi debilidad eran los sentimientos, por lo tanto tenía que fortalecerlos y así lo hice. Primero me tomé el tiempo necesario para reconstruirme, casi un año, luego llene mis horas muertas con diversas actividades que mantenían mi mente y cuerpo ocupados, de esa forma no había espacio para el lamento. De pronto un día volví a sonreír. Ya habían pasado dos años desde su casamiento y yo retomé los encuentros con el grupo de amigos que habíamos formado. Volví a ir a bailar, a reunirme en la playa y a hacer campamentos como lo hacía con él. Poco a poco el dolor desapareció, deje de sentir esos pinchazos en la zona del tórax, que me cortaban la respiración. Unos meses antes de cumplir mis veinticinco años ya tenía compañero de vida.

Volví a desear, a amar, a soñar y a reír pero nunca jamás como lo hice con él.

Destellos De Libertad ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora