Capítulo 15. A mano armada.

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En el bar, ambos camareros se preparaban para cerrar. Mientras que la pelirroja hacía recuento del dinero de la caja, el moreno se dedicaba a barrer.

—Buena jugada —empezó a decir el chico.

—Pues claro, no te ibas a ir de rositas —añadió ella.

De pronto, se escuchó un gran ruido. Alguien había dado una patada a la puerta y se adentró en el lugar. Era una persona alta, delgada, que vestía de negro, con un pasamontañas que le cubría la cabeza.

—Dadme todo el dinero de la caja —sacó una pistola y les apuntó.

Atenea hizo lo que pidió mientras que Alberto decidió acercarse a él para darle con el cepillo. ¿Por qué no le había disparado? Pensó la joven que, aprovechando la distracción, se agachó y, con dificultad porque sus manos no paraban de temblar, avisó a la policía. Quizás ese tipo solo enseñaba el arma para asustarles y no para matarles.

Su compañero se enzarzó con el enmascarado hasta que este le tiró al suelo. El terror se reflejaba en el rostro del moreno, que notaba el sudor deslizándose por su frente. Sentía que llegaba su fin.

La pelirroja, que observaba la escena, cerró los ojos durante un instante, cogió aire, se armó de valor y se abalanzó sobre aquel hombre, que estaba de espaldas a ella.

Le dio un puñetazo en el pómulo y él repitió su acción. Alberto aprovechó la ocasión para coger el arma y apuntarle.

—No te muevas o disparo —gritó con el corazón acelerado.

La persona misteriosa levantó las manos. Las sirenas de los coches policiales se escuchaban cada vez más cerca. La chica suspiró algo aliviada.

Cuando entraron, se acercaron al moreno para detenerle.

—Eh, que yo trabajo aquí —protestó mientras los guardias le agarraban de los brazos—. Ha sido ese cabrón de ahí —leseñaló con el dedo.

—Es verdad, él es mi compañero —añadió Atenea.

Los policías se fijaron en el otro tipo y, al ver cómo iba vestido, le detuvieron.

Después de un rato tomándoles declaración, los agentes se fueron.

—Vaya día —dijo la pelirroja a la vez que sus piernas temblaban.

—Nos hemos enfrentado a un grupo de tíos en un callejón, a un atracador... ¿Qué será lo siguiente? —Soltó una carcajada—. Oye, gracias por evitar que me matara —se puso frente a ella.

En ese instante, Jonathan llegó y vio que había luz. Ya era tarde, por lo que pensó que quizás estuviese cerrado. Sin embargo, prefirió esperar fuera, por si aún no habían terminado de recoger todo. Se asomó a la cristalera para echar un vistazo y les vio a los dos.

El pómulo de Atenea estaba rojo e hinchado por el golpe que había recibido. Alberto lo acarició con el pulgar, con la máxima delicadeza posible, produciendo una sonrisa en el rostro de ella. A continuación, ambos se fundieron en un abrazo, lo habían pasado bastante mal.

Al observar la escena, el rubio tragó saliva. El mundo se le acababa de caer encima. ¿Qué hacían apretujados si no se soportaban? Pensó que quizás estaba naciendo algo entre ellos y por eso su compañera de piso no quería nada con él. Se sintió tan dolido que decidió volver solo a casa.

Cuando Atenea llegó, Jonathan se encontraba sentado en el sofá, viendo una película.

—Vaya, ¿y esas flores tan bonitas? —preguntó señalando al ramo que estaba encima de la mesa.

—Son para una chica del trabajo —parecía cansado. Tenía el pelo revuelto y un pijama de manga corta le acompañaba—. Llevaba de baja un año y mañana se reincorpora. Es una buena forma de darle la bienvenida —no quería mentir, no obstante, en ese momento se sentía incapaz de decir la verdad.

Hasta que la muerte nos unaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora