CAPÍTULO 29

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—¿Vas a contarme qué te pasa? —preguntó Lucía ni bien despertó a quien dormía a su lado.

Ana sabía que no podía contarle a pesar de confiar ciegamente en ella, sin embargo, por un instante recordó que estaba sola en el caso y, si no confiaba en nadie, su secreto corría el riesgo de desaparecer si a ella le llegase a ocurrir algo malo, aun así, le agradeció haberla hospedado y se excusó alegando haber oído ruidos extraños en el pasillo del edificio. Decidió compartir la tarde con su compañera, al fin y al cabo, siempre fue muy atenta con ella. Prefirieron ahogar sus penas entre mates y charlas, trayendo al tema a Javier y Víctor, aquellos despiadados muchachos que les habían roto el corazón. Quizá Ana debía hacerle caso al consejo insistente de Lucía y hablar con Víctor, citarlo en algún sitio y volver a verse, las oportunidades solo ocurren una vez en la vida y, a veces, es prudente no dejarlas escapar. Finalmente, optó por llamarlo.

—El sábado a las ocho en el restaurante de siempre —Fue la respuesta de Víctor.

A Ana se le iluminó el rostro, todavía recordaba Nativo, el restaurante donde tuvieron su primera cita ¿Acaso esta era una señal después de tanto tormento causado por el misterio que rodeaba aquella desaparición? Sea lo que fuere, la reconfortaba el hecho de volver a verlo.

Se despidió de Lucía, puesto que, a pesar de lo ocurrido la noche anterior, tenía que dirigirse al colegio a cumplir su turno, pero antes, debería pasar, obligatoriamente, por su hogar, puesto que nadie ha ido, aún, a trabajar en pijama.

Sin pensar demasiado, abrió de golpe la puerta de su habitación y su corazón, anteriormente palpitando a mil por hora, retomó su ritmo natural al notar que todo había vuelto a la normalidad, por lo tanto, se vistió, camufló un poco su rostro con maquillaje y salió al ruedo.

Mientras conducía, pensaba en su novela, muchas palabras se atropellaban en su cabeza queriendo salir en forma de prosa, de cadenas lingüísticas formando oraciones con sentido, ininterrumpidas, una detrás de la otra, una ola creativa anunciaba una inundación repentina, no obstante, al no tener con qué sostenerla, no tuvo otra opción que dejarla pasar, "Maldita musa inoportuna" pensó Ana, sin embargo, no todo estaba perdido, debido a que recordó, afortunadamente, que había guardado el documento de la novela en un pen drive, qué alivio, al final de cuentas, no debería reescribir ningún capítulo nuevamente, no pudo evitar sonreírse, un pequeño triunfo para su rutinaria vida, que ya había tomado el camino de lo extraordinario.

Dos y media de la tarde, una lluvia otoñal, la típica lluvia de abril. La joven rubia cruzó corriendo la carretera, Ana no esperó a que se alejara, salió del coche y la siguió con avidez hacia lo más profundo del bosque. 

LA DESAPARICIÓN DE VERÓNICA WARRENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora