Capítulo 8- Aaron

32 7 2
                                    

Hazel se retiró de la mesa y la seguí con la mirada.

Joder, el vestido.

El puto vestido.

Le quedaba de muerte.

Esta chica iba a joderme la vida, lo tenía más que claro.

Me levanté y me fui en dirección contraria a la que había ido Hazel.

Entré a un jardín al cual solo pasaba yo, ya que nadie podía pasar. Era un jardín que me compraron cuando era pequeño. Me senté y me puse a pensar.

En ella. En mi ex novia. Todos los momentos.

♕♕♕

Algún día vendrán a separarnos ─ protestó Lynn, tras removerse entre mis brazos ─. No me logro acostumbrar.

Eso jamás pasará ─ deposité un pequeño beso en su frente.

♕♕♕

Ha fallecido hace media hora La voz de la doctora era quebradiza Ella no pudo luchar más.

Sentí que el mundo dejaba de girar.

♕♕♕

Esos recuerdos me dañaban. Habían pasado tres años y aún la seguía recordando. Aún la echaba de menos, no podía olvidarla sabiendo lo mucho que me marcó.

─ ¡Rey!─ Myri me llamó, haciendo que moviese la cabeza de un lado a otro, saliendo de mis propios pensamientos ─. ¡Venga aquí un segundo!

Me levanté y fui hacia donde Myri y mi padre estaban.

─ Dime, Myri.

─ Tu madre está en el balcón.

Una sensación de felicidad invadió mi cuerpo. Corrí a buscar a mi madre y, en efecto, estaba allí.

Una mujer alta, con ojos marrones, nariz respingada y el cabello negro, parecida a mí, estaba ahí, mirando las vistas, con un vestido costoso enfundado en su cuerpo. Abracé a mi madre por detrás sin que se diera cuenta y ella me devolvió el abrazo de vuelta, tras dar un pequeño respingo por la sorpresa.

─ Te he echado mucho de menos, hijo ─ la sonrisa radiante de mi madre era contagiosa. Sus brazos no llegaban a cubrirme el torso entero. No porque yo fuese alguien con corpulencia (que no lo era) y un torso ancho y grande, como los guardaespaldas de las películas, pero ella tenía los brazos escuálidos y no llegaba a rodearme por completo ─. Vine apenas supe que te ibas a casar.

─ Yo también te he echado de menos.

─ ¿Cómo se llama, hijo? ─ Se refería a Hazel, cómo no ─ Dime.

─ Se llama Hazel. Hazel Dimmare ─ ¿El apellido cómo lo sabía? Fácil, cogiendo accidentalmente por la noche su documentación, tan solo para ver su nombre completo, nada más.

─ Qué nombre más bonito tiene... ─ suspiró, como si acabara de encontrar a su hija no hija perdida.

─ Sí ─ suspiré. No supe qué hacer. ¿Decir «Un nombre bonito pero un carácter de mierda, porque, sí, será amable, pero las miraditas y los tonos con los que habla... »? ¿O «Sí, es el amor de mi vida, quiero tener quince hijos con ella...»?

─ Tráela, por favor.

─ Voy.

Genial, ahora tenía que buscarla.

Salí del área y escuché a mi madre hablar con mi padre, que había llegado justo cuando yo me había ido.

Como persona curiosa que era, pasé olímpicamente de Hazel y pegué la oreja al ventanal tintado que separaba el palacio con la terraza.

─ ¿Y... tienes novia? ─ Mis padres estaban divorciados, desde hacía siete años, exactamente, nunca se llevaron bien. Tuve una infancia un pelín difícil, aunque pudo ser peor ─. Cuando me llamaste para darme la noticia, estaba con Sebas, en París.

Preferí irme y no oír la «discusión». Hubiera apostado lo que fuese a que eso hirió el ego de mi padre. Me recorrí gran parte del castillo cuando vi a Hazel mirándose al espejo mientras se colocaba máscara de pestañas, en su habitación.

La cogí por la cintura y la arrimé a mí. No porque quisiera, sino porque cerca había un mayordomo y tampoco quería levantar sospechas. Apenas nos conocíamos pero se sintió bien, fue raro. Y molesto.

─ Mi madre está aquí y quiere conocerte ─ tampoco es que estuviéramos totalmente arrimados, había distancia entre nosotros. Unos diez centímetros, diría yo ─. Está en el balcón. Compórtate.

─ No tengo cuatro años, soy mayorcita y sé comportarme ─ espetó, mientras cerraba el maquillaje ─. Ahora, si no te importa, suéltame.

Trató de zafarse de mi agarre y, como buena persona fastidiosa que era, decidí molestarla un poco más.

Sonreí y me lamí los labios ─ en mi defensa, los tenía secos y un pelín cortados por el aire, no por nada más ─. La acerqué más a mí, odiando el contacto. La distancia de antes tenía un pase, pero, esa poca distancia me asqueaba.

─ Suéltame ─ se ruborizó al instante ─. Hablo enserio, joder. Suéltame.

Sonreí y la solté.

Comenzaba a ser incómodo y no gracioso.

Y tampoco quería que mi madre pensara que estábamos haciendo cosas raras por tardar tanto.

─ Está en la terraza.

─ Gracias ─ se alejó de mí con retintín.

Y se fue.

Desde su llegada, estaba teniendo los días más incómodos de mi vida.

¿Promesa? [✔️ COMPLETADA] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora