7. Quedarse con las ganas nunca fue una opción

143 13 0
                                    

Érika MacBeth

-¿Dónde estoy? -pregunto tras abrir los ojos y darme cuenta de que no estoy en mi casa. Enseguida recuerdo todo lo que ha pasado en las últimas 48 horas y como he depositado toda mi confianza en este chico que dice conocerme a la perfección. 

Delante de esta gran cama de matrimonio con un dosel de madera con cortinas de seda blanca hay un mueble con una bandeja cubierta por un trapo blanco con una nota doblada. 

Gateo por la cama para acercarme y coger la nota. 

"Érika; 

Espero que hayas dormido bien. No estaré en casa hasta tarde por un pequeño problema, no te preocupes. He preparado tu desayuno favorito para que empieces el día con energía, a la hora de comer podrás encontrar en la cocina lo que necesites si quieres cocinar, de la cena me encargaré yo. 

Nos vemos esta noche Eri. "

-Dios que letra tan perfecta. -eso es lo primero que se me pasa por la cabeza. Lo segundo es destapar el desayuno y encontrarme una taza con leche templada y mucha espuma, dos sobres de azúcar y un croissant.

"Puede que sí me conozca... "

-Eri... -no puedo evitar sonreír al pensar en ese diminutivo que me ha puesto y que por alguna razón me gusta tanto. 

Eros

-¡Ares! -grito entrando al entrar al Olimpo tomando mi forma real y dejando la humana atrás. -¿Dónde está ese traidor? -pregunto acercándome a la mesa de reuniones. 

-Eros, ¿Qué ha pasado para ponerte así? -pregunta Zeus levantándose de su trono. El resto de dioses me miran esperando respuestas. 

-¿Dónde está Ares? -repito. 

-Vaya, si ha llegado el ricitos de oro. -le escucho detrás de mí. Me giro viéndole quitarse el casco. 

-Tú... -extiendo mis alas y corro hacia él agarrándole del cuello y echando a volar con él. -¿Qué le hiciste a Érika? ¡Habla! -digo estirando mi brazo y amenazando con tirarle al mundo mortal directamente. 

-Hice lo que tú deberías haber echo niño... Salvé tu enlace. 

-¿De qué estás hablando? 

-La descuidaste chaval, casi se rompe vuestro vínculo. -poco a poco desciendo hasta volver al Olimpo. 

-Explícate. 

-Dejaste que fuese feliz con ese chico, pero si se hubiesen llegado a casar tu vínculo habría desaparecido para siempre y no te habrías dado cuenta hasta que fuese demasiado tarde. Te habrías pasado siglos buscando a otra, pero en cuanto la encontrases le arruinarías la vida a ella y a ti. ¡Podrías haber muerto imbécil! 

-Ares tiene razón Cupido. -dice Afrodita levantándose. -Deberías cuidarla, ella es única. 

-Y tú qué sabrás. 

-Yo la creé. Le di mi don. 

-Ya lo sé, no hace falta que me lo repitas, ¡pero lo que ha hecho este desgraciado casi la mata! 

-Eros. -Zeus se levanta golpeando el suelo con su rayo. -Ya basta. 

-¡No! Estoy harto de que os entrometáis en mi vida. -me giro para enfrentar a Ares. Pero lo que hago es darle un puñetazo en la cara. -No te vuelvas a acercar a ella, le has arruinado la vida. 

-¿Hubieras sido feliz viéndola con otro? 

-Sí mientras ella lo fuese. 

-Eres un mentiroso de mierda... 

...

Me apoyo en el marco de la puerta que lleva al jardín, está de espaldas a mí, sentada en el borde de la piscina dibujando en su libreta con los pies metidos en el agua. 

 -Siento no haber llegado para la cena. -digo en alto. 

Ella se gira y sus ojos, iluminados por las luces de la piscina, me observan rápidamente. Pasa de la emoción al pánico en un segundo.

Deja las cosas en el suelo y corre hacia mí al ver que me caigo. 

-¿Qué te ha pasado? -pregunta asustada y ayudándome a tumbarme en el sofá. 

-Tampoco es para tan... AU. 

-¿Dónde tienes un botiquín o algo? 

-En la cocina. -ella corre en busca del botiquín. Me limpio la nariz y me doy cuenta de que estoy sangrando. 

-Vale, mírame. -con una servilleta comienza a limpiar la sangre que sale de mi nariz. Sigue con la herida abierta en mi mejilla. 

-Duele. 

-Deja de quejarte. -pide moviendo mi cara para tener un mejor ángulo. -Ay por Dios... -maldice por lo bajo al ver que no paro de moverme, así que decide sentarse sobre mis piernas. -Y ahora quédate quieto. 

Se acerca a mi majilla y empieza a limpiar la herida con un algodón. 

Tras varios minutos y después de muchos potingues, por fin me pone una tirita en la cara. 

-Listo, ¿te duele algo más? -pregunta sin moverse de dónde está. 

Tampoco quiero que lo haga. 

Asiento cansado, me levanto un poco la camisa para enseñarle el gran moratón que tengo en las costillas. -Necesito que te quites la camiseta para verlo mejor. 

-No sabía que fueses tan atrevida. -me mira como diciendo "¿En serio? ¿Ahora? ", pero con una sonrisa en la cara. 

Empiezo a subirme la camisa pero al ver que me cuesta, Érika me ayuda a pasarla por encima de mi cabeza revolviéndome el pelo. 

-¿Vas a decirme qué ha pasado? -dice rebuscando en el botiquín. 

-Digamos que pelearse con alguien que sabe mucho sobre guerras es una mala idea. -bromeo. 

Dejo caer mis brazos sobre el sofá agotado. No sé de dónde he sacado la energía suficiente para volver a mi forma mundana. 

En cuanto Érika pasa sus dedos sobre el gran moratón en mi piel, el pelo de mi nuca se eriza. Dejo caer mi cabeza hacia atrás cerrando los ojos y soltando todo el aire por mi nariz. 

-No te irás a excitar por esto, ¿verdad? -suelta una pequeña risa consiguiendo volverme loco. 

-¿Tú qué crees? 

-Que no es razón suficiente para ponerse así. 

-¿Y entonces qué lo es? -abro un ojo mirándola con una sonrisa juguetona en mi cara. 

-No sé, tú sabrás que es lo que te excita a ti. -dice levantándose para ir a guardar el botiquín, pero la detengo y la vuelvo a sentar sobre mí besándola. 

No pensaba quedarme con las ganas. 

CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora