Betrayal of the Black

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DIEZ CARAS FAMILIARES LE VOLVIERON A MIRAR desde su ejemplar del Daily Prophet. La bilis le subió por la garganta y tuvo que luchar contra las ganas de vomitar toda la comida que acababa de ingerir.

"¿Celestia?"

"Celestia, ¿qué pasa?"

"¿Qué pasa, CeCe?"

"Parece que has visto un Dementor, ¿estás bien?"

Las voces de sus amigos le entraron por un oído y le salieron por el otro. Las diez caras que la miraban desde el periódico cautivaron toda su atención. Algunos se burlaban, otros parecían insolentes. Nueve magos, una bruja.

Fue la cara de la bruja la que le llamó la atención en el momento en que su lechuza dejó caer el Diario del Profeta en su regazo. Tenía el pelo largo y oscuro, despeinado y desaliñado. Pero no fue eso lo que le llamó la atención. Era la fuerte mandíbula de la mujer y su nariz respingona. Eran su mandíbula y su nariz, las que veía cada vez que se miraba en el espejo; reflejadas en esta mujer en su periódico.

"Bellatrix escapó de Azkaban", graznó Celestia, con la garganta seca.

La cara de Draco palideció, la cuchara se le cayó de la mano. Los primos compartieron una mirada, la sensación de náusea creciendo lentamente. La cabeza le latía con fuerza, con los pensamientos confusos.

Draco, que se había quedado helado por la noticia momentos antes, le arrebató el Daily Prophet de las manos inertes. Murmuraba en voz baja, sólo lo suficientemente alto para que el pequeño grupo lo oyera.

"Fuga masiva... Diez prisioneros... Ayuda externa... Sirius Black..."

Más personas habían terminado de desayunar y por fin miraban su correo. En las manos de otras personas destacaba el Daily Prophet, con el atrevido titular y las fotos que saltaban a la primera página.

LA FUGA MASIVA DEL MINISTERIO DE AZKABAN TEME QUE EL NEGRO SEA EL "PUNTO DE ENCUENTRO" DE LOS VIEJOS COMEDORES DE LA MUERTE

La gente lo leía por toda la sala, con fuertes jadeos y murmullos. No mucha gente recibía el profeta diario, pero los pocos estudiantes que lo tenían se pasaban su propio ejemplar mientras la noticia se abría paso en el tren de los cotilleos.

Entonces volvía a suceder. Tal como había sido en tercer año. Las miradas, los susurros, las acusaciones. Todos la miraban de nuevo. Las manos cubriendo sus bocas, las miradas horrorizadas y espantadas.

Celestia se levantó rápidamente, y si no fuera porque todos los demás estudiantes compartían el banco, éste se habría volcado por lo rápido que se había levantado. El vómito que había estado reteniendo ante la noticia de la huida de su tía volvía a toda velocidad a medida que más gente se giraba a mirarla.

Toda la sala podía estar gritándole o podía estar en completo silencio, y ella no se habría enterado. Era demasiado. Podía sentir sus miradas en su piel como si fueran toques, atravesando su carne y arañando sus huesos. La cabeza le palpitaba. No podía quedarse aquí mientras la miraban, mientras juzgaban y suponían.

Se movió antes de que su cerebro se diera cuenta, tratando de no llamar más la atención de lo que ya había. La bilis le subía por la garganta y tuvo que ponerse una mano sobre la boca para no tener arcadas delante de todo el colegio.