Aquel era un día que había estado esperando por largo tiempo. Guardaba la esperanza de recuperar la alegría que pensaba perdida a causa de la muerte de su padre. No había sido un fallecimiento repentino, todo lo contrario. El cáncer se había apoderado de su cuerpo hacía años, despojándole poco a poco de la capacidad de vivir sin dolor, hasta el punto de llegar a hacerse uno con él. Esta inseparable relación con el dolor fue la más importante herencia que recibió su familia.
—Levántate ya, estamos a nada del campamento.
Aquella voz había sido su salvación meses atrás. Tras la defunción toda la familia se había sumido en un pozo del que poco a poco iban saliendo. Su madre, por ejemplo, había optado por la lectura de clásicos como medida para silenciar los recuerdos. De las cuatro a la siete de la tarde, a excepción de los jueves, se sentaba en su cómodo sofá amarillo mostaza, con una taza de café con leche que siempre había de enfriarse antes de ser rematado, a leer las historias más variopintas que se pudieran posar sobre su regazo. El duelo no llegó a desaparecer del todo, como no desaparece nadie de un corazón latiente, pero por lo menos consiguió convertir ese estado de dolor en algo que le trajo felicidad.
Miranda no lo tuvo tan sencillo. Las imágenes del rostro paterno la atormentaban día y noche hasta un punto que decidió dejar de dormir y darse a la "vida nocturna". Más de una noche la acercaron a alguna que otra substancia que, por motivo que fuera, nunca terminó por entrar en su cuerpo. Fue en una de esas disparatadas noches donde conoció a Javier. Su alta estatura y su pelo rizado le llamaron la atención de tal manera que, a pesar de nunca haber sido una persona dada a la conversación con desconocidos, se llenara de confianza para acercársele y pedir un cigarro. Como suele decirse, una cosa llevó a la otra y la pareja terminó consagrarse y permitir a la joven Miranda volver a cerrar los ojos sin imaginarse a su padre.
El día de su vigésimo cuarto cumpleaños Miranda habría de recibir uno de los mejores regalos que jamás llegaría a tener entre sus manos. Debido al cumplimiento de los sesenta años de la celebración del famoso festival de Woodstock, del quince al dieciocho de agosto se realizaría un homenaje a las mayores bandas de los sesenta, hubieran tocado o no en dicho festival, Woodstock 2.0. Ello significaba para Miranda la posibilidad de simular una de las vivencias cuyo padre más había anhelado poder vivir, uno de los mayores conciertos jamás hechos y, si prometían lo que decían, incluso mejorarlo.
La ilusión se vería ligeramente mermada cuando Javier le dijera que no iban a ir solos, sus amigos Alberto y Lucía los habrían de acompañar. No es que tuviera ningún problema con ellos, pero no eran "sus" amigos, sino amigos de Javier. Era raro que una conversación en la que no estuviera él implicado pudiera durar más de dos minutos. Además, si a ellos les interesaba el festival no era precisamente por la música, más bien porque el festival prometía ser una celebración de esa otra cara de los sesentas. A pesar de ello, aceptó. No es para menos. No serían los verdaderos Jimi Hendrix ni Pink Floyd pero las ganas de poder vivir algo como ello la hacían sentirse algo más unida a su difunto padre y a sí misma, así que no puso pegas.
Llegaron al campamento donde esperaba la pareja, colocaron la tienda y se dispusieron a explorar un poco la zona. El gentío era impresionante. Nunca había visto a tanta gente junta en un solo terreno y menos aún con tanta sensación de amor colectivo. Le gente se había tomado en serio la celebración sesentera y vestían al más puro estilo hippie. Los morreos espontáneos eran habituales y los torsos desnudos, tanto femeninos como masculinos, otro tanto. Al principio, mientras sus tres acompañantes se reían de ello, Miranda se ruborizaba constantemente por esas muestras constantes de amor libre, pero, a la enésima broma de Alberto sobre el tamaño de los pechos de las mujeres, terminó por compadecerse de esas chicas y hasta incluso de tener ganas de hacerlo ella misma, lo cual no llegó a intentar por miedo a ser víctima de las mismas gracietas y por la reacción que pudiera causar en Javier. A parte de dichos comentarios, el ambiente era espectacular. El terreno se extendía hasta donde alcanzaban los ojos, limitado únicamente por una gran hilera de árboles de los más diversos tamaños, lugar donde se aprovechó para hacer la división para las tiendas de aquellos que quisieran acampar. En el centro se encontraba un escenario con forma circular que permitía una visión desde todos los ángulos coronado por un panel de forma obviamente circular que serviría para favorecer el espectáculo que las bandas tributo quisieran dar.
Debido al cansancio del viaje Miranda optó por salirse del pequeño grupo y dar una cabezada. Al despertar y salir de la tienda se encontró con que el grupo de tres personas que había dejado se había multiplicado por cinco. Sin perder la calma, trató de buscar a su novio cuando una mano se abalanzó sobre su hombro.
— ¡Mir! — por suerte, era Javier—. Ven aquí que te presento.
La calma que le dio escuchar su voz se vio diluida cuando vio lo que sujetaba con la otra mano: un vaso de un litro de alcohol del que quedaba solo la base llena. Cuando Javier comenzó a hablar se cercioró de que el resto del líquido no había ido a parar al suelo precisamente. Aquellas interacciones con desconocidos se sintieron tan forzadas que no hicieron más que incomodarla, sentimiento que se vio acentuado ante el ir y venir de pequeñas bolsas de plástico que comenzaban a intercambiarse. Con el caer del Sol pudo escabullirse hasta su tienda y contemplar aquel gran escenario circular coronado por un aro de luces seguido la pirotecnia más variada. Tras fácil veinte minutos de pura expectación la sed y el hambre hicieron mella. Cogió la única botella de agua que pudo encontrar entre todo el arsenal de alcohol que guardaban en las tiendas, y poco le faltó para tragar el plástico. El tema de la comida iba a llevar algo más de tiempo. La cola se hizo interminable y de los nervios comenzó a sudar y a sentir ansiedad por estar tanto tiempo lejos de su pequeña base. Una vez terminada la espera y recibida una pequeña hamburguesa, retomó el camino de vuelta al campamento si bien, por alguna razón que desconocía, este parecía mucho más largo que el de ida.Cuando se estaba acercando al asentamiento no pudo evitar, al igual que numerosas miradas girantes, escuchar los gritos que soltaba Alberto:
— ¡Joder Javi! Y si no has sido tú, ¿quién coño ha sido? La dejé aquí junto con las cervezas, quién coge eso teniendo...
La atención de Miranda se fue desvaneciendo hasta que el sonido de los gritos quedó silenciado en su mente. Lo único que veía era a un hombre que parecía ser Alberto, pero cuyos rasgos estaban mucho más marcados de lo que habían estado nunca. Sus ojos saltones parecían ahora dos pelotas pegadas a su cara. Jamás había visto a nadie gesticular de aquella manera tan extraña, con los codos moviéndose de aquí para allá y con los cabellos tornándose puntas a la par que los dientes se volvían dignos de un tiburón. El rostro de Miranda debía resultar mucho más sorprendente pues Alberto calló al verla y Javi se le acercó.
— Mir, — dijo mientras señalaba la botella de agua que antes había vaciado en su gaznate— dime que no.
Lo que iba a ser una respuesta de "sí" tornó en un grito de absoluto pavor al fijarse en que la cara de su novio, aquella que tanta felicidad le había dado, se derretía y deformaba como la cera expuesta al calor.
Continuará.
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Woodstock 2.0
Short StoryEn el 60 aniversario del famoso festival Woodstock se celebra por todo el mundo un homenaje a toda la cultura hippie y la música de la década de 1960 llamado Woodstock 2.0. Miranda, una chica que hace poco perdió a su padre, asiste a uno de estos fe...